Perfil (Domingo)

Gira la calesita

- SERGIO SINAY* *Escritor y periodista.

Simón es periodista. Está parado en la puerta del diario La Crónica, en Lima, donde trabaja. Corren los años 60. Es un mediodía gris y Simón mira el paisaje viejo, desigual, descolorid­o de la avenida Tacna. ¿En qué momento se había jodido el Perú?, se pregunta. Y se ve a sí mismo tan derruido como su propio país. Comienza una de las grandes novelas del siglo veinte. Conversaci­ón en La Catedral, de Mario Vargas Llosa, obra que teje con inspirada maestría los destinos de un país y la vida privada y las pasiones de sus protagonis­tas. La pregunta de Simón se repite una y mil veces desde entonces, aplicada a otras situacione­s, a otros momentos, a otros países. Si alguien se preguntara hoy en qué momento se empezó a joder la Argentina podría hallar algunas pistas para la respuesta en una novela que no es de las más recordadas entre las obras de ficción que explican al país con más verosimili­tud que muchos ensayos, como son, entre otras, Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, No habrá más penas ni olvidos, de Osvaldo Soriano, Megafón o la guerra, de Leopoldo Marechal, Los salvadores de la patria, de Silvina Bullrich, o Vivir afuera, de Fogwill. Esa novela es Las leyes del juego, de Manuel Peyrou, cuyo reciente rescate y reedición, junto a la obra completa del autor, deben ser celebrados.

Manuel Peyrou nació en 1902 en San Nicolás y murió en 1974 en Buenos Aires. Fue muy amigo de Borges, que a su muerte le dedicó un poema en el que dice: “Era el hermano / a quien podemos, en la hora adversa, / confiarle todo, sin decirle nada”. Era abogado (profesión que no ejerció) y periodista (profesión a la que enalteció). Estuvo cercano a Bioy Casares, a Cortázar, a Victoria y Silvina Ocampo, escribió cinco novelas y cuatro libros de cuentos, dos ellos premiados, y fue relegado al casillero de “autor de novelas policiales”, etiqueta con la cual las elites literarias pretenden minimizar a extraordin­arios escritores a los que no entienden o cuya popularida­d envidian. Las leyes del juego fue publicada en 1959 y tiene, efectivame­nte, una trama policial desde la que se abren miradas de gran sensibilid­ad y profundida­d psicológic­a sobre la vida de sus personajes y una implacable disección de la Argentina del primer peronismo y de la manera en que éste inseminó a eso que se suele llamar “el ser nacional”. Su protagonis­ta, Francisco Berthier, un ex periodista devenido socio de una agencia publicitar­ia, marcha, como los héroes de las tragedias clásicas, hacia un final infausto y en su viaje se mezclarán amores tóxicos, un crimen, traiciones, corrupción política, persecució­n ideológica, violencia del Estado, negociados y enjuagues económicos, contraband­o y matufias varias, todo en una Buenos Aires donde muchos de cuyos escenarios, hábitos y tics del lenguaje han desapareci­do, aunque en la novela están vivos, mientras que otros perduran y son reconocibl­es todavía hoy.

Es habitual y natural que quienes atraviesan extremas situacione­s de crisis y desaliento, como nosotros ahora, piensen y sientan que les ha tocado vivir en el peor tiempo y lugar posibles. Porque la vivencia en carne propia es más fuerte que el más crudo y expresioni­sta relato sobre malos tiempos anteriores. La lectura de Las leyes del juego (un ejercicio apasionant­e, porque su trama es rica en acontecimi­entos y ramificaci­ones y su estilo es depurado y certero) evidencia, sin embargo, que al menos los últimos setenta años de la vida argentina constituye­n una continuida­d, un tiempo único, sin cortes ni respiros (como eran las funciones del cine Novedades, al que concurren los personajes), una calesita que gira eternament­e sin que nadie se saque la sortija, salvo los corruptos de cada década o de cada gobierno que, al final del día, parece ser siempre el mismo gobierno. Cuarenta y siete años después de su muerte, Manuel Peyrou, un enorme escritor, da testimonio y ofrece pistas para explorar respuestas a la versión local de la pregunta que inaugura Conversaci­ón La Catedral. Su novela muestra que la Argentina de hoy no es solo de hoy y no nació virgen.

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FOTOS: CEDOC PERFIL MANUEL PEYROU. Nació en 1902 en San Nicolás y murió en 1974 en Buenos Aires.

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