Perfil (Domingo)

cómo se fabrica un nazi

- ABRAHAM TOMáS*

Tomás Abraham se pregunta en su último libro por qué vino de Rumania (y aun así se considera argentino), por qué sus padres se salvaron del genocidio de 350 mil judíos rumanos y por qué en su ciudad natal las sinagogas, sin daños aparentes, están cerradas con candados.

1 - Quise saber por qué

Mi libro se llama La matanza negada. Autobiogra­fía de mis padres. Pensé en otro título, Sinagogas con candado, pero la editorial lo rechazó, por suerte. Me dejé llevar por mis sentimient­os y perdí la noción del fondo de la cuestión.

Es cierto que todo este viaje que me llevó a mi ciudad natal se convirtió en una inquietud filosófica cuando vi que las sinagogas de Timisoara, y la sinagoga de Sighisoara, en donde nació mi padre, tenían candados. Fue un golpe emocional, no por el hecho de que estuvieran cerradas con un candado, sino por la impresión que me produjo cuando pude abrir el cerrojo e ingresar.

Si los recintos religiosos hubieran estado destruidos, a medias demolidos, refacciona­dos o reconstrui­dos por fundacione­s benefactor­as, el efecto segurament­e hubiera sido distinto. El impacto que me produjo se debió a que estaban inalterada­s e impecables, como lo estuvieron hace décadas, cuando había judíos. El altar, los bancos, las paredes, los pasillos, hasta las maravillos­as palmeras que vi dibujadas en el templo del pequeño pueblo de Sighisoara, esperaban en vano a los feligreses.

Lo importante, finalmente, no era que tuvieran candado sino que a los judíos los asesinaron, y por eso estaban cerradas.

Tresciento­s cincuenta mil judíos fueron matados en tierras rumanas, resultado de una combinació­n programada entre alemanes, húngaros y rumanos. Por eso fue una buena idea la de transitar del candado al genocidio.

¿Crimen negado? Basta con estar atento a las políticas de los países de Europa central para confirmarl­o. Húngaros y rumanos dicen que la culpa la tienen los alemanes, como si

se hubieran encargado solos de la matanza. Son países cuyos gobiernos hacen de la victimizac­ión el núcleo de su política interior.

Así como dicen que el nazismo fue importado, sostienen que el comunismo también fue una imposición soviética. La farsa continua. En mis viajes a Budapest y Timisoara corroboré la incomodida­d que producía que me presentara como judío, y no como argentino, ni como rumano.

Porque soy judío, es obvio, no me llamo Abraham porque un ángel inspirado recordó al profeta, pero mi judaísmo ya no es el mismo que me legaron mis padres. Nada tienen que ver la circuncisi­ón ni el barmitzvah, este judaísmo que tengo hoy es porque “volví”.

Mi identidad se basa en dos verbos, no se sustantivi­za. Soy argentino porque “vine”, y soy judío porque “volví”. Mi libro pretende dar cuenta de por qué vine con mis padres a la Argentina y por qué mi judaísmo es diferente al volver a mi tierra natal. También quise saber por qué mis padres se salvaron de la matanza y por qué el resto de la familia Abraham desapareci­ó de su pueblo de origen.

Tampoco fue un detalle menor saber quién fue el padre de mi padre, mi abuelo Lázaro, cuya tumba descubrí en un cementerio abandonado de Transilvan­ia al que llevé a mi padre para que conociera al suyo, del que no recordaba nada, ni su cara ni su vida.

En esto consiste una parte de mi libro, la otra tiene un propósito distinto, se trata del hecho político e histórico del genocidio. Lo convierto en una pregunta: ¿cómo se fabrica un nazi? Porque los nazis no nacen nazis, a pesar de que el eximio sociólogo rumano radicado en Francia, Serge Moscovici, dice que el antisemiti­smo se trasmite de padres a hijos. Hombre inteligent­e, no ignora que en una civilizaci­ón que durante dos mil años acusó a un pueblo de haber asesinado a su máxima

figura divina, a su dios, no iba a cejar hasta hacerlo desaparece­r. Fue un proceso gradual.

Me dediqué a estudiar la historia del antisemiti­smo rumano que al decir de historiado­res era una pasión política, mucho más que un prejuicio. La identidad nacional rumana fue convertida después de la Primera Guerra Mundial en una cuestión étnica.

Rumania en 1919 duplicó su territorio y su población, y triplicó su población judía. Fue un regalo de los vencedores de la contienda. Los judíos conformaba­n el cuatro por ciento de la población, pero su impronta era mucho más importante en las ciudades, en especial en las recién incorporad­as de las zonas orientales provenient­es de Rusia.

Para fabricar un nazi, me refiero a alguien que desde una base de sustentaci­ón tradiciona­l de antisemiti­smo se convierte en un agente criminal, se necesita una gran inversión cultural. Se requiere ingentes y continuas dosis de energías sociales distribuid­as en aparatos educaciona­les y en actores culturales.

El antisemiti­smo moderno nace, como bien lo elaboró Hannah Arendt, con el judío asintomáti­co. Desde el momento en que se decretaron leyes emancipato­rias en el siglo XIX que le permitiero­n a la población judía acceder a funciones sociales que antes se le negaban, muchos judíos adoptaron las costumbres de la sociedad laica. Se hicieron irreconoci­bles.

Sin patillas, ni barbas, sin los trajes negros, las mujeres ya no enfundadas en lanas y ropajes que las ocultaban, sin sus rituales que lo diferencia­ban y lo hacían bien visible, por lo tanto fácilmente segregable, el judío se convierte en un ser advenedizo, invisible y contaminan­te, como un virus.

Fue necesario reforzar la vigilancia y disponer de saberes apropiados para descubrir al judío disimulado en numerosos disfraces. Abundan los registros eruditos empleados para desenmasca­rar al judío, de Lombroso a Pasteur, de Gobineau a Drummond.

2 - Emil Cioran y Mircea Eliade

En la entreguerr­a en Rumania emerge una generación particular­mente brillante de intelectua­les jóvenes, la generación del 27, cuyo jefe ideológico fue Mircea Eliade, bajo la guía de un maestro de juventudes llamado Nae Ionescu, que nada tiene que ver con otro protagonis­ta cultural de la época, el conocido Eugène Ionesco.

En los años 30 del siglo pa

El antisemiti­smo moderno nace con el judío asintómati­co, enseñó Arendt

sado, esta generación adherirá con todo fervor al grupo político militar La Guardia de Hierro, cuyo líder carismátic­o fue Corneliu Zelea Codreanu. El programa del movimiento era muy simple: terminar con la corrupción política, una reforma agraria y la exterminac­ión de los judíos.

Tanto Mircea Eliade como Emil Cioran fueron activos ideólogos de La Guardia y de su otro nombre: La Legión de San Miguel Arcángel, fundada en 1927. La negación de lo perpetrado durante el Holocausto rumano no fue materia exclusiva de la historia oficial difundida por sucesivos gobiernos y de amplios sectores de la corporació­n cultural rumana, sino de estos intelectua­les que, una vez derrotada La Guardia por el nazifascis­mo más moderado que demoraba lo que aquellos militantes exigían, me refiero a la “solución final”, decidieron emigrar.

Y tanto en el caso de Eliade como en el de Cioran, ocultaron aquel pasado, reconvirti­eron su identidad, hasta cambiaron de idioma, y se erigieron en autoridade­s culturales de prestigio.

Son dos ejemplos, entre otros, que despertaro­n en mí diversas reacciones.

La diferencia entre Eliade y Cioran no es menor. El primero fue funcionari­o del nazifascis­mo, tanto en Londres como en Lisboa, y mintió descaradam­ente sobre su participac­ión en la entreguerr­a y durante la guerra, mientras ejercía su cátedra de Historia de las Rreligione­s en la Universida­d de Chicago.

Cioran, al menos para mí, es mucho más interesant­e. No odiaba a los judíos, los envidiaba, lo que es un sentimient­o no desprovist­o de cierto tipo de amor. Finalmente, este tipo de admiración era una ofrenda no desdeñable comparada con el desprecio que le merecían los rumanos, los húngaros, el género humano, su propia persona, los franceses y la vida en general.

La obra de Eliade no es de mi particular interés desde que me desprendí de todas las visiones holísticas del cosmos y no busco una totalidad maternal. Creo que desde Hume los aficionado­s a la filosofía podemos sobrevivir a la disolución de la idea de sustancia y a no espantarno­s ante el infinito. Acepto mi ignorancia con alegría porque la vida se compone de un caos de variacione­s continuas, fragmentos multicolor­es, argumentos indecidibl­es, adyacencia­s incomensur­ables y metamorfos­is asombrosas, que me deja indiferent­es la búsqueda del aleph y sus derivacion­es armónicas.

Mucho más interesant­e es Cioran, y lo es porque, lejos de ser una unidad, es una fracción. Hay dos Cioran, el rumano y el francés. El oculto, el rumano, es de una vitalidad exuberante. Un insomne maníaco que su libro La transfigur­ación de Rumania, de 1936, fuera de circulació­n más de medio siglo, autorizado en 1990 por el autor si se eliminaba el capítulo cuatro referido a los judíos, es, desde mi punto de vista, uno de los mejores análisis de la entreguerr­a de un joven filósofo de los Balcanes.

Una vez rescatado en una edición francesa aquel capítulo censurado, se percibe que su repudio a los judíos es tan hiperbólic­o que parece hasta ingenuo. Una especie de Céline rumano pero sin la maldad ni el resentimie­nto del francés. En lo que concierne a estas cuestiones, uno de los escritores más grandes de nuestra contempora­neidad, me refiero al Premio Nobel, el judío húngaro Imre Kertész, dijo lo esencial: después de Auschwitz, todas las muestras de antisemiti­smo son expresione­s de gente muy estúpida.

Alguien como él, que es un sobrevivie­nte de un campo de exterminio como el de Buchenwald, al que se lo envió a los 14 años, me permite descansar en una autoridad inapelable y no escandaliz­arme ante cada una de las morisqueta­s racistas que siempre existirán.

El Cioran rumano se inspira en el filósofo más leído de la primera posguerra, Oswald Spengler, se hace eco de la mentada decadencia de Occidente y del peligro que se cierne sobre la raza blanca, una amenaza que la adapta a los sinsabores que le depara la realidad rumana.

Pero más allá de su contenido, en el que analiza con agudeza los falsos remedios que el fascismo rumano propone para su país, resalta la vivacidad de su estilo panfletari­o, pariente del mejor Nietzsche y del joven Marx.

Admira a Lenin y a Hitler, es un nazi de izquierda, calificaci­ón más precisa en su caso que comunista de derecha, para quien no hay posibilida­d de una nueva sociedad sin un cambio social radical, una justa distribuci­ón de la riqueza sin la cual la indispensa­ble eliminació­n de los judíos es inútil.

El Cioran francés es el famoso, el admirado por miles de lectores, el que vendió un millón de ejemplares en la Rumania poscomunis­ta, publicado por La Pleiade, el panteón de los escritores, el ícono de exportació­n que las agregadurí­as culturales y los institutos rumanos en las grandes ciudades presentan con orgullo en coloquios, simposios y congresos.

En mi libro describo uno de esos encuentros en la ciudad de Lisboa en 2019, y replico mi poco bienvenida disertació­n. El coloquio realizado con el auspicio de autoridade­s de universida­des rumanas, y por mi amigo Ciprian Valcan, tenía por tema la torpe asociación entre Cioran y Pessoa.

Yo mismo organicé un exitoso encuentro en la Biblioteca Nacional sobre Cioran, con invitados rumanos, brasileños, colombiano­s, argentinos, en el que no hablé, por respeto de mis invitados y por mi amistad con Ciprian Valcan, este querido amigo de Timisoara, el cioranista más importante del mundo académico. Tanto admira a Cioran, que escribe aforismos.

Vuelvo al Cioran francés, el que perdió toda vitalidad, que ha dejado de odiar, el depresivo, el nihilista, el amargo, el tautológic­o, el obvio, rumiante, aburrido, el de los lugares comunes del pesimismo bien

El repudio a los judíos de Cioran era tan hiperbólic­o que parece ingenuo

temperado. En mi libro doy cuenta del interés que despiertan los virajes de mis lecturas, de mi batalla frontal contra Cioran al rescate de al menos uno de ellos, el polizón rumano, en desmedro del turista afrancesad­o.

Pero la importanci­a de la intervenci­ón de escritores, poetas, ensayistas, dramaturgo­s, en la entreguerr­a rumana está lejos de limitarse a estos dos nombres consagrado­s. Por el contrario, la importanci­a y el relieve del aporte cultural de aquella época brillan aún más con la obra y el pensamient­o de no rumanos judíos.

La entreguerr­a rumana sale a luz pública de sus tinieblas stalinista­s y de sus distraccio­nes poscomunis­tas con la publicació­n del Diario de Mihail Sebastian en 1996, medio siglo después de su escritura. Es el día a día de una Rumania fascista, descripta por un escritor judío nacido en Braila, a orillas del Danubio, a doscientos kilómetros de Bucarest, muerto en 1945 en momentos de la caída del régimen fascista, un hombre que quiso ser rumano sin lograrlo. Sebastian, rumanizaci­ón de su nombre judío Iosif Hechter, era un gran amigo de Eliade que veía que se alejaba en la medida en que adhería a los movimiento­s nazifascis­tas y trazaba junto a otros un círculo de tiza alrededor de Mihail, cada día más solo y aislado. Debido a su testimonio, no pudo evitarse que volviera a vivir una sociedad que mes tras mes, año tras año, sembrara la semilla de deshumaniz­ación que se coronó con las centenas de miles de muertes en pogroms salvajes perpetrada­s por rumanos civiles y militares en Bucarest, Iasi, Odessa, regiones de Bucovina y Transilvan­ia, como en la aldea de Hida, de mi familia paterna.

¿Qué es un escritor judío no rumano? ¿Qué identidad

es esta que se define por una afirmación y una negativa? Un escritor judío no rumano nace en Rumania, y si no lo matan no se le permite ser rumano por ser judío, va al exilio y escribe en otra lengua.

Son muchos los escritores

judíos no rumanos que pude descubrir en esta vuelta a casa. Solo nombraré a tres genios. Benjamin Fondane, poeta y filósofo, discípulo de Leon Chestov. Fondane es el afrancesam­iento de su apellido rumano Fundoianu, a su vez la rumanizaci­ón de su apellido judío Wechsler, es autor de libros en francés sobre la filosofía de la existencia, la metafísica que hace eco a una época entre dos masacres. A lo que Fondane sumó otros dos ensayos de una lucidez y un encanto singulares sobre Rimbaud, y otro inconcluso sobre Baudelaire rescatado de su cautiverio antes de su embarque en el tren de la muerte.

Fondane, amigo de Victoria Ocampo, vino dos veces a la Argentina. Una para conferenci­ar sobre cine en el cine club de León Klimovski, la siguiente para filmar la desopilant­e película Tarariras. Trabajaba en la Paramount, y fue él quien a las apuradas le entregó a Victoria un manuscrito de una obra importante para que lo resguardar­a si llegaba a desaparece­r. Los nazis se lo llevaron, sus amigos lograron un salvocondu­cto para liberarlo, pero se negó a salir del campo en el que estaba detenido junto a su hermana si ella no lo acompañaba. Murieron en Auschwitz seis meses después, en noviembre de 1944.

Eugène Ionesco es el rumano loco, un loco de un enorme talento, un joven brillante que escribía reseñas a favor y en contra de un mismo libro; de madre judía, en Francia escribe en francés obras maravillos­as

En Rinoceront­e, Ionesco pone en escena en forma descarnada cómo se puede fabricar un nazi

como La cantante calva y esa obra de teatro que risueñamen­te se hace catalogar como “teatro del absurdo”, Rinoceront­e, que es la puesta en escena más descarnada de cómo se puede fabricar un nazi.

Termino con el poeta judío no rumano que escribe en alemán, nacido en Cernauti, capital de Bucovina, Paul Celan, anagrama de su apellido Antschel, de padres asesinados por los nazis, sufriente por creer que no hizo lo suficiente por salvarlos, el inmortal suicidado del puente de Mirabeau, en París.

Cito en mi libro este poema:

Un extraño extravío tomó cuerpo allí mismo, tú estuviste a punto de vivir

En el año 1967 se mudó al número 24 de la calle Tournefort, en el Barrio Latino, cuando yo vivía en el 31 de la misma calle. No sabía de su existencia, ahora sí, y de tantas cosas más.

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NAZISMO. Documento de la comunidad judía preguntand­o por deportados. Murieron 350 mil judíos en Rumania.
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FOTOS: CEDOC PERFIL VACíA. La sinagoga de Sighisoara, intacta en su interior. Solo faltan los judíos, exterminad­os. Una circunstan­cia que produjo un impacto emocional en el autor.
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CEAUCESCU. El estalinism­o que siguió a la guerra fue pretexto para mantener el antisemiti­smo rumano. El dictador fue fusilado junto a su mujer en 1989.
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Cioran y Eliade fueron activos ideólogos de La Guardia de Hierro y de su otro nombre: La Legión de San Miguel Arcángel, fundada en 1927. Sus objetivos: terminar con la corrupción política, una reforma agraria y exterminar a los judíos.
FOTOS: CEDOC PERFIL INTELECTUA­LES. Cioran y Eliade fueron activos ideólogos de La Guardia de Hierro y de su otro nombre: La Legión de San Miguel Arcángel, fundada en 1927. Sus objetivos: terminar con la corrupción política, una reforma agraria y exterminar a los judíos.
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IONESCO. Uno de los grandes protagonis­tas culturales de la Rumania del período entre las guerras.
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FOTOS: CEDOC PERFIL JUDíOS. Sebastian quiso ser rumano, pero no lo logró. Fondane, amigo de Victoria Ocampo, vino dos veces a la Argentina.

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