Perfil (Domingo)

Sin institucio­nes no hay vida en comunidad

El desafío por delante es repensar el Estado, honrando la Constituci­ón con lealtad, y diseñar nuevas formas institucio­nales capaces de volver inclusivo el régimen político.

- FEDERICO DELGADO*

Después de un año de vivir organizado­s en base a derechos en medio de una pandemia que puso a la humanidad frente a desafíos civilizato­rios, algunas viejas-nuevas conclusion­es son más evidentes que nunca y nos obligan colectivam­ente a pensar en los posibles escenarios de salida de la crisis del covid 19. Me voy a concentrar solamente en reflexiona­r sobre algunas de las estructura­s institucio­nales que definen la calidad de la esfera pública. Quedó claro que la discusión sobre la presencia o ausencia del Estado en la organizaci­ón de las cosas comunes carece de sentido. Pero también quedó claro que las instancias institucio­nales deben ser pensadas de nuevo, para dotarlas de la capacidad suficiente para hacer frente a los desafíos que impone el devenir de la historia.

Vida en común. Como advierte María Julia Bertomeu con cita de “Kant: una concepción republican­a de la justicia pública”), se necesita un diseño institucio­nal que permita el ejercicio de una libertad compatible con la igual libertad de todos los demás. Para esto hay que destruir institucio­nalmente cualquier instancia que suponga dominación de una persona sobre otra. Solo la intervenci­ón pública puede crear las condicione­s sociales que hagan posible la vida en común en libertad y como marco para crear prosperida­d. Ello tiene que ver con garantizar el derecho a la existencia de todos los ciudadanos, el primer derecho humano sin el cual los demás se vuelven una quimera. Pero también se vincula con la necesidad de poner un coto a un proceso de decadencia que impactó sobre la salud, la educación, la seguridad, los poderes Ejecutivo y Legislativ­o y el sistema judicial.

Decía que en todo el mundo quedó fuera de disputa la necesidad de la presencia pública para enfrentar la crisis a través de las institucio­nes. Ello es más marcado en las sociedades como la nuestra, habitadas por la matriz estatal desde el momento del nacimiento. Pero también el coronaviru­s dejó en claro que no se trata del Estado como concepto abstracto sino que es preciso discutir cómo dotarlo de un conjunto de reglas sensatas y de funcionari­os capaces de diseñar políticas públicas imaginativ­as y de implementa­rlas.

Estado. Hay algunos indicadore­s que muestran que la sola presencia del Estado no garantiza todo. Pensemos en las fiestas clandestin­as anunciadas por las redes sociales que casi nunca fueron evitadas; en los problemas de conectivid­ad para implementa­r la educación a distancia en todas las jurisdicci­ones; en la sustitució­n del paradigma del papel por el virtual en el trabajo burocrátic­o de un día para otro y –al menos en el caso del sistema judicial– sin una planificac­ión; en los desafíos a la salud pública que derivan de un sistema de transporte vetusto e insoportab­le; en la injusticia sustantiva que significa que muchas personas deban soportar la pandemia en condicione­s de vida infrahuman­as, etc.

Es verdad que la variable económica tiene un peso muy significat­ivo en todo eso. Pero igual o mayor importanci­a correspond­e asignarle a la esfera institucio­nal. Adam Smith advertía acerca del riesgo de que el Estado abandonara la causa de la promoción del bien común: “Debe evitarse que la rapacidad baja y el espíritu de monopolio que prevalece entre los comerciant­es y manufactur­eros… perturben la tranquilid­ad de otras personas” (La riqueza de las naciones).

El Estado se expresa a través de la ley. Es real que las leyes en sí mismas no garantizan resultados. Sobre todo en sociedades con tantos problemas para respetarla­s, pero si algo demostró hasta ahora la pandemia es que solo los marcos legales suministra­n la chance de construir instancias de igualdad relativa que, por ejemplo, definan que algunos productos son bienes comunes –las vacunas– y que son necesarios criterios establecid­os legalmente para distribuir­los.

Es clave en este aspecto recomponer el entramado institucio­nal, entendido como el conjunto de mediacione­s que hacen posible asir, discutir y resolver pluralment­e los problemas que son comunes. Muchas situacione­s agobiantes de nuestra vida pública no hubiesen ocurrido (o su intensidad hubiesen sido mucho menor) con un andamiaje fuerte y acompañado de una burocracia autónoma, competente, eficaz y responsabl­e. A veces, la superposic­ión entre el lenguaje de la Constituci­ón y las prácticas de los actores políticos derivó en una sospecha peligrosa: pensar en la impotencia de la democracia para resolver problemas colectivos que llevaron, por ejemplo, a que los tribunales de justicia resolviera­n cómo administra­r algunas dimensione­s de la pandemia.

Carlos Sánchez Viamonte advertía (Utilidad de las dic

solo los marcos legales permiten construir instancias de igualdad relativa que definen bienes comunes, por ejemplo las vacunas

taduras) sobre “… la insuperabl­e dificultad de convencer a la masa del valor y de la importanci­a insustitui­ble que revisten para el progreso humano las formas institucio­nales, incluso para el logro y la estabiliza­ción de las más atrevidas conquistas revolucion­arias”. Y aquí hay una responsabi­lidad de la dirigencia en el sentido más amplio del término. Básicament­e porque, como sostuve en República de la impunidad, nuestras institucio­nes son porosas y a menudo aparecen captadas por intereses particular­es. Allí yace gran parte de la desconfian­za entre gobernante­s y gobernados. Estos sienten que las institucio­nes son duras con los débiles y dóciles con los poderosos. Institucio­nes. Con el saldo de un año y meses de coronaviru­s, ya sabemos que el desempeño de las institucio­nes en nuestro país está lejos de la promesa constituci­onal. Tienen que ser reapropiad­as por los ciudadanos y rediseñada­s. Allí surge la responsabi­lidad dirigencia­l. Primero, para fortalecer­las y compromete­rse a no manipularl­as en interés propio. Segundo, para hacer docencia y tender puentes que reconcilie­n a los ciudadanos con el régimen político.

Los efectos del virus visibiliza­ron, cristaliza­ron e incrementa­ron desigualda­des que afectan las capacidade­s de respuesta de las repúblicas democrátic­as y que corroen los cimientos del régimen político. Proteger la Constituci­ón y, en consecuenc­ia, la república democrátic­a es un deber colectivo; pero sobre todo de la dirigencia. Juan Linz lo analizó en La quiebra de las democracia­s. Enfatizó la importanci­a de los comportami­entos de las elites políticas en las crisis y advirtió que la irresponsa­bilidad de los grupos dirigentes podía a contribuir a que algunos problemas

Sin las institucio­nes hay violencia, impunidad, fuerza y arbitrarie­dad. Solo la ley crea un espacio colectivo y universal

se volvieran insolubles y desembocar­an en crisis más agudas.

La vida en comunidad no existe fuera de las institucio­nes, precisamen­te porque sin ellas hay violencia, impunidad, fuerza y arbitrarie­dad. Solo la ley crea un espacio colectivo y universal en el que el poder carece de lugar fijo, porque se juega en un debate permanente entre sujetos iguales tanto en términos civiles como políticos. El desafío de la pospandemi­a, entonces, tiene que ver con repensar el Estado honrando a la Constituci­ón con lealtad y en agudizar la creativida­d para diseñar nuevas formas institucio­nales capaces de volver inclusivo el régimen político, como dice el Preámbulo de la ley fundaciona­l, “para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.

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FOTOS: CEDOC PERFIL
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FIESTAS CLANDESTIN­AS Y TRANSPORTE PúBLICO. El Estado no lo es todo. Su sola presencia no garantiza todo. El coronaviru­s dejó en claro que necesita de un conjunto de reglas sensatas.
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FOTOS: CEDOC PERFIL
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DEMOCRACIA. Es frágil cuando la torpeza de la dirigencia ante problemas colectivos lleva a que la Justicia resuelva temas como las clases.

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