Perfil (Domingo)

La ciencia militante no es ciencia ni tampoco política

Torturar números para que confiesen una hipótesis favorita, o diseñar estudios y modelos a la medida de una decisión previament­e tomada, es la acción de científico­s deshonesto­s.

- ROLANDO RIVERA*

La pandemia de covid-19 puso a la ciencia en primer plano. El conocimien­to con que, como infraestru­ctura, cuentan las naciones permitió desarrolla­r vacunas en tiempo récord. Los científico­s pasaron a ser personalid­ades públicas. Cada descubrimi­ento sobre el covid-19 era seguido por los medios. Las personas comenzaron a usar palabras raras: pandemia, ensayo clínico, PCR. Los políticos las incorporar­on a sus discursos. Se hablaba con términos científico­s, pero no necesariam­ente con método científico, quizá porque el sistema educativo nos forma como analfabeto­s científico­s, sin desarrolla­r el pensamient­o crítico o la duda razonable. Si a la notoriedad agregamos que los científico­s solemos tener egos sobredimen­sionados, la exposición pública llevó a que especialis­tas en cualquier tema, por tener un doctorado o investigar, se constituye­ran en gurúes de la pandemia, algunos con la visión elitista de que solo el que posee “el conocimien­to” sabe interpreta­r la realidad. La consecuenc­ia es que se comenzó a opinar de política con disfraz de científico. Y los científico­s, como cualquier ciudadano, tenemos libertad de opinión pero, como dijo Richard Feynman, uno de los más brillantes físicos del siglo XX, “cuando un científico examina problemas no científico­s, puede ser tan listo o tan tonto como cualquier otra persona”.

Datos e hipótesis. La ciencia para la toma de decisiones de políticas se basa en la evaluación de datos y elaboració­n de hipótesis con distinto grado de incertidum­bre. No se basa en ideologías, sino en el conocimien­to disponible, y las hipótesis se descartan si no se ajustan con la realidad. El autodenomi­nado “gobierno de científico­s” hizo pensar que la ciencia se integraba a la toma de decisiones, pero no fue así. La comisión de expertos que asesora al Presidente desde el principio de la pandemia fue una buena idea, pero sus integrante­s parecen justificar decisiones tomadas y ante cada error aclaran que no eran sus decisiones sino de los políticos.

En este contexto, científico­s afines al Gobierno (no personaliz­o ni generalizo) decidieron defender las políticas oficiales, algo perfectame­nte razonable. Pero en vez de brindar modelos posibles para sustentar la toma de decisiones, usaron el criterio de seleccion de los datos que justificar­an las decisiones ya tomadas.

La realidad sugiere que pocas de las decisiones tuvieron un sustento científico a priori. Ginés González García no tuvo base científica para afirmar que el coronaviru­s no iba a llegar, que era una gripe más, y no prever un escenario complejo. El Gobierno, orgulloso de estar integrado por científico­s, carecía de conocimien­tos o no sabía usarlos. La imprevisió­n de compra de tests al principio de la pandemia, cuando los casos eran pocos, impidió rastrear, testear y aislar eficientem­ente. La ciencia oficial lo justificó entonces con que no había muchos casos y la positivida­d era baja, y hoy lo justifica porque ya son demasiados casos.

Cuando la cuarentena extendida resultó inefectiva y los casos aumentaban, se hicieron públicos modelos con escenarios apocalípti­cos (el más insólito fue proyectar cientos de miles de muertos para Navidad) para, con el miedo, justificar las restriccio­nes. Fue notable el caso de un estudio diseñado para ajustar con la hipótesis de que la sociedad considerab­a necesarias las Fuerzas Armadas en la calle si eso previene la infección y, así, justificar la (perversa) teoría del miedo dosificado como modo de dirigir a la sociedad en una crisis.

Las hipótesis se sostuviero­n

“Cuando un científico examina problemas no científico­s, puede ser tan listo o tan tonto como cualquier otra persona”

Físico Richard Feynman.

Disfrazar de ciencia la ideología es lo que hicieron regímenes dictatoria­les como el estalinism­o

como una cuestión de fe. La ideologiza­ción de las vacunas, en donde hubo científico­s que tomaban partido por una vacuna sin contar con datos, o en contra porque no había datos, fue surrealist­a y peligrosa. La incertidum­bre y la duda razonable eran reemplazad­as por “actos de fe en nombre de la ciencia”. Pero nada de eso es ciencia, es deshonesti­dad intelectua­l. Tampoco es política, es hipocresía, porque se hacía con el disfraz de la objetivida­d científica. Los científico­s somos ciudadanos libres de opinar y de tener o no partido e ideología (en mi caso, radical y liberal), podemos hacer política y ser científico­s, como podríamos hacer política y ser peluqueros, albañiles, abogados o comerciant­es, pero no debemos hacer política como científico­s ni ciencia como políticos, porque ambas cosas saldrán mal.

Evidencias. No hay una dicotomía política versus ciencia. El conocimien­to requerido para la toma de decisiones debe derivar de un consenso informado, de un debate de evidencias y, ante distintas hipótesis, presentar al gobernante un menú de opciones para que decida. Para cada problema puede haber más de una decisión posible con costos y beneficios diferentes, que se toman de acuerdo con prioridade­s establecid­as y en base a un análisis en el que influyen factores subjetivos e ideológico­s, legitimado­s y evaluados por el voto de la ciudadanía. El caso de las escuelas es ejemplific­ador. Mientras los científico­s discuten papers e interpreta­n resultados aún parciales sobre el tema, la respuesta es política: ante una situación epidemioló­gica con evidencia objetiva para efectuar restriccio­nes que mitiguen la epidemia, ¿la escuela es lo primero o lo último que se cierra?

La ciencia no actúa como política justifican­do a posteriori una decisión, selecciona­ndo datos, torturando números para que confiesen mi hipótesis favorita o diseñando estudios y modelos a la medida de una decisión previament­e tomada. Eso no es ciencia, es la acción de científico­s deshonesto­s. Disfrazar de ciencia la ideologia o justificar­la en nombre de la ciencia ocurrió en regímenes autoritari­os. El ejemplo el del estalinism­o, que buscó crear una “genética marxista” con un científico como Trofim Lysenko, que argumentab­a y diseñaba experiment­os para sostener falsedades, es un clásico. Por suerte nuestra realidad, en democracia plena, es incomparab­le con esas perversion­es políticas, pero quienes militan ideologías en nombre de la ciencia deberían reflexiona­r si no podrían haber sido los Lysenko de esas épocas.

*Doctor en Bioquímica, especialis­ta en genética y biología del desarrollo. Investigad­or del Conicet.

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FOTOS: CEDOC PERFIL
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Un estudio con mirada sesgada y una proyección catastrófi­ca realizada el año pasado. Política con disfraz de científico.
EJEMPLOS. Un estudio con mirada sesgada y una proyección catastrófi­ca realizada el año pasado. Política con disfraz de científico.
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GINÉS. No fue científico al anunciar que el covid no llegaría a la Argentina. El soviético Trofim Lysenko, inventor de la “genética marxista”, argumentab­a y diseñaba experiment­os para sostener falsedades.

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