En memoria de W. b. Yeats (enero, 1939)
Él desapareció en pleno invierno: los arroyos estaban congelados, los aeropuertos casi desiertos, y la nieve desfiguró las estatuas públicas; el mercurio se hundió en la boca del agonizante día.
Los instrumentos con que contamos coinciden el día de su muerte fue un día oscuro y frío.
I.
Lejos de su enfermedad los lobos corrieron por los bosques siempre verdes, el río pueblerino no se dejaba tentar por los muelles de moda; por el luto de las lenguas sus poemas se mantuvieron a salvo de la muerte del poeta.
Pero para él fue su última tarde como sí mismo, una tarde de enfermeras y rumores; las provincias de su cuerpo se revelaron, los cuadrados de su mente quedaron vacíos, el silencio invadió los suburbios, la corriente de su sentimiento falló: se convirtió en sus admiradores.
Ahora está esparcido entre cien ciudades y entregado por completo a los afectos desconocidos; para encontrar su felicidad en otra clase de madera y ser castigado bajo un código de conciencia extranjero. Las palabras de un muerto se modifican en las entrañas de los vivos.
Pero en la importancia y en el estruendo del mañana cuando los corredores rujan como bestias en el piso de la Bolsa, y los pobres tengan los mismos sufrimientos a los que están acostumbrados, y cada uno en su celda esté casi convencido de su libertad; algunos miles pensarán en este día como uno piensa en un día en el que hizo algo inusual.
Los instrumentos con que contamos coinciden el día de su muerte fue un día oscuro y frío.