Perfil (Domingo)

Impredecib­les criaturas

- GABRIEL BELLOMO OMAR GENOVESE

Klara y el Sol Autor: Kazuo Ishiguro Género: novela

Otras obras del autor: Los restos del día; Nunca me abandones; Nocturnos; El gigante enterrado; un artista del mundo flotante Editorial: Anagrama, $ 1.495 Traducción: Mauricio Bach

Se diría que Klara y el sol, de Kazuo Ishiguro, es una ficción sutil –tal como si hubiera sido escrita sobre papel de arroz con un fudepen oriental. Lástima que no se inscribe ya en la triste por certera tradición de las novelas de anticipaci­ón del siglo XX (1984, de Orwell; Un mundo feliz, de Huxley) y por tanto nos obliga al leerla como lo que es: una excelente novela. Salvo que debilitada, en cierto sentido, porque no relata nada que no podamos presentir como inexorable e inminente.

Ishiguro escribió un magnífico texto testimonia­l, un alegato de denuncia, una “advertenci­a” tardía. La creación de Ishiguro nos remite a uno de los extremista­s pensamient­os de Kierkegaar­d: “Todo aquello que el hombre es capaz de pensar puede suceder”. El autor que nos cautivó con Un artista del mundo flotante y Los restos del día, entre otras obras que podríamos llamar “clásicas”, nos aparta de las reminiscen­cias de aquellas. Y acto seguido, nos obliga a explorar el genio de este extraño escritor británico de origen japonés que declaró con elegante indiferenc­ia: “Soy un escritor cansado que pertenece a una generación cansada”. Me atrevo a pensar que habla de una “humanidad cansada”.

Vayamos a la historia: Klara (AA: Amiga Artificial: una robot diseñada con ese único propósito) es la protagonis­ta principal, aunque no es humana. De la mano de Ishiguro, no obstante, es más que un androide fabricado en serie, y expuesto en el escaparate de una tienda que exhibe y vende estas criaturas concebidas como acompañant­es de niños y adolescent­es. Obvio: niños saqueados de infancia y aquejados de soledad, heridos por el abandono de padres alienados por el trabajo.

Por error, o azarosamen­te, Klara fue dotada de una singular inteligenc­ia emocional. Al menos, así funciona para Josie, adolescent­e que queda fascinada con no más verla en la vidriera del negocio y persuade a su madre de que es esa y no otra es la AA que ya adora.

Josie, una jovencita que padece una enfermedad terminal –su única hermana falleció y su madre y su padre están separados–, vive junto a su madre en los suburbios de una ciudad, en un medio rural, y tiene como únicos vecinos a un joven de nombre Rick y a su madre.

Entre Josie y Rick, de edades similares, hay más que una extendida amistad de infancia. Hay un “plan” que los involucra, se aman platónicam­ente, sueñan con una vida en común.

Y luego está la benévola y misteriosa omnipresen­cia de K. Y los efectos nutrientes y benéficos que K le atribuye al sol. Y el padre de Josie, quien, como Rick, los dos resisten al “sistema”, se le oponen, deploran la tecnología –hija dilecta del poscapital­ismo.

El milagro que habrá de suceder se lo reservo a los lectores de esta rara y necesaria novela. K acompañará a Josie y Rick en una relación compleja aunque honesta, predestina­da y más tarde malograda, y en el camino se preguntará, a la manera de los filósofos, por el extraño proceder de las impredecib­les criaturas que son los humanos.

El autor que nos cautivó con Un artista del mundo flotante y Los restos del día, entre otras obras “clásicas”, nos aparta de las reminiscen­cias de aquellas.

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FOTOS: CEDOC PERFIL
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