Elogio de la amabilidad
La pausa del mundo
Mufasa no debió morir (escritos por si acaso); Tal vez esperabas otras cosa
Alejado de las tendencias autocomplacientes y las poses apocalípticas que suele mostrar la poesía contemporánea, Matías de Rioja no teme exhibir un perfil sensible, atento al pulsar cotidiano de las cosas, encontrando trascendente el simple hecho de estar vivo, celebrando la compañía de los seres queridos. A los escépticos, los góticos, los misántropos y otras especies de malditas criaturas de la noche, les pedimos abstenerse de leer La pausa del mundo, porque los poemas que lo integran irradian luz, apuestan a la esperanza en un mundo cada vez más problemático y febril. Emociona leer a un poeta que no reniega de su familia, que se siente orgulloso de su madre y de su padre, que reivindica a su hermana como referente ético y no siente ningún pudor en mostrarse conmovido ante el amor. En ese entramado afectivo, la palabra recobra su capacidad de conmover, de tocar fibras íntimas, alcanzando el punto de comunión. Sólo se trata de intentarlo, de deponer egoísmos y afirmarse en la causa común, creyendo que la reconciliación es posible: “Ni todo o nada/ni siempre o nunca./Me quedo con el/a veces,/ quizás pueda,/un poco,/alguna vez”, conjetura en “Todo o nada”, confiando en el olvidado arte de la amabilidad.
Muchos dirán que Matías de Rioja peca de romanticismo, porque toda poesía que apunta al corazón, según las ideas dominantes, parece destinada al anatema. La poesía se articuló históricamente como lenguaje de los sentimientos: estos poemas hacen honor a la noble tradición de no usar la palabra en vano, de no echarla en saco roto.
Los poemas de La pausa del mundo discurren naturalmente, dejándose llevar por los azares y derivas de una conversación, como quien piensa en voz alta. La búsqueda de empatía con el lector, no es artificial ni demagógica, nace de una profunda convicción del autor en que existe un lugar donde podemos reconocernos semejantes, pertenecientes a la misma especie:
“Y aunque la distancia persista y confluir sea improbable,/tal vez sea necesario seguirnos abrazando./No para encontrar,/no para entender,/no para llegar, si no acaso para resistir,/ un abrazo escudo,/un abrazo ventana,/un abrazo puente,/un abrazo que nos regale un breve resto del otro/y nos devuelva a un encuentro casi posible”, dice en el poema “Casi”, una declaración de principios, donde reafirma una confianza brutal en el ser humano contra todos los pronósticos de catástrofe.
Una de las secciones de La pausa del mundo, asume una mirada de los tiempos recientes, arrasados por la pandemia: “Un puñado de deseos se imponen todos los días en mi conciencia. La necesidad de que todos los rostros que amo estén ahí fuera, cuando este confinamiento termine”, implora en “Cuando todo esto termine”, convencido de que todo esto pasará, que nos devolverán con intereses los días perdidos. Una cuestión de fe, una apuesta al futuro de alguien que nos invita a seguir con la ternura en el ojal, a pesar de que los vientos soplen contrarios.
Muchos dirán que Matías de Rioja peca de romanticismo, porque toda poesía que apunta al corazón, según las ideas dominantes, parece destinada al anatema.