Perfil (Domingo)

Francisco y la santa cruzada anticomuni­sta

- RODRIGO LLORET* *Doctor en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación.

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”. Marx y Engels utilizaron las primeras líneas del Manifiesto del Partido Comunista para señalar a sus enemigos, liderados por el jefe de la iglesia católica.

Tuvieron que pasar 173 años para que un nuevo Papa amenazara cambiar las reglas. Desde que el argentino Jorge Bergoglio se convirtió en el 266° jefe de Estado del Vaticano, el capitalism­o dejó de ser, al menos en apariencia, palabra santa para la Santa Sede.

Algo de eso quedó demostrado la semana pasada cuando Francisco aprovechó la inauguraci­ón de la 190° conferenci­a anual de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT). El Papa aprovechó el escenario para meter el dedo en la llaga del capitalism­o: “La propiedad privada es un derecho secundario, que depende del derecho primario, que es la destinació­n universal de los bienes”.

Las palabras Bergoglio tuvieron amplio impacto en la Argentina. Pero el temor al “guevarismo” de Francisco hizo olvidar que se trataba de algo que ya había sido anticipado.

En el Lautato sí, el Papa ya se había referido al tema. “El principio de la subordinac­ión de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una ‘regla de oro’ del comportami­ento social y el ‘primer principio de todo el ordenamien­to ético-social’”.

Se trata de una tesis que ya había sido abonada en octubre del año pasado, cuando Francisco firmó Fratelli tuti, su encíclica más política. “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamient­o pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”, advirtió.

Francisco rompe una tradición que lleva varios siglos en el Vaticano, tal como demostró e el politólogo Joseph Ferraro en La lucha de la iglesia contra el comunismo y el Vaticano. Es una guerra que comenzó comenzó en 1846 cuando el Papa Pío IX condenó al comunismo en su encíclica Quipluribu­s. Lo mismo hizo León XIII, que en 1891 calificó al socialismo de “un cáncer que pretendía destruir los fundamento­s mismos de la sociedad moderna”.

Pío X y Benedicto XV también demostraro­n su anticomuni­smo en las primeras décadas del siglo veinte, cuando triunfó la Revolución Rusa. Mientras que Pío XI siguió esa línea en 1937, al afirmar que el fin del comunismo es destruir la religión y la civilizaci­ón. Por su parte, Juan XXIII trazó los lineamient­os del Concilio Vaticano II (1962-1965) con el objetivo de contener al comunismo. Mientras que Pablo VI continuó las líneas rectoras de su predecesor y las expuso en su encíclica Ecclesiam suam, en 1964.

Tras el breve papado de Juan Pablo I, su sucesor Juan Pablo II fue quizá el mayor exponente anticomuni­sta. Nacido en Polonia hizo de la lucha contra la URSS uno de sus pilares en la Guerra Fría. En la encíclica Centesimus Annus (1991), tras la caída del Muro de Berlínn, se preguntó: “¿Se puede decir que después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalism­o y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos que traten de reconstrui­r su economía y su sociedad?”

Gianni Vattimo es uno de los intelectua­les más interesado por la religión. Tuvo el primer contacto con Bergoglio hace tres años. El Papa había leído Ser y sus alrededore­s y quería agradecer que Vattimo se lo había enviado al Vaticano. Desde entonces, la relación entre ambos ha sido fecunda.

Hoy Vattimo recurre a la ironía para anunciar que si se produce una revolución socialista debería ser encabezada por Francisco. La ironía, curiosamen­te, también le permite a Francisco demostrar que ya nada queda en el Vaticano de aquella “santa cruzada” denunciada por el marxismo.

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CEDOC PERFIL CAMBIOS. Con Bergoglio el capitalism­o dejó de ser santo.

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