Perfil (Domingo)

Una hegemonía, dos sistemas

- JUAN PABLO LAPORTE* *Politólogo y Doctor en Ciencias Sociales. Profesor e Investigad­or de la Universida­d de Buenos Aires.

Analicemos la historia reciente como la “realidad de un proceso en su totalidad” en términos de Hegel. De esta forma, podemos razonar bajo estas premisas que serán útiles para romper con la grieta internacio­nalista en sus dos miradas epistemoló­gicas –empiristas versus interpreta­tivistas y realistas versus constructi­vistas–; pero sobre todo en su expresión política normativa –un sistema mundial con asimetrías naturaliza­das– o una comunidad internacio­nal con capacidade­s de gobernanza distributi­va.

La dialéctica de la historia moderna se expresó de manera impensable: un comunismo soviético “oriental no asiático” (tesis) fue derrotado por un capitalism­o occidental (antítesis). Ahora se ha generado una confluenci­a entre el capitalism­o triunfante como estructura económica del mundo, que ha construido una potencia que lo asimila y lo gobierna desde un Partido Comunista centenario (síntesis).

La hegemonía unipolar capitalist­a que gobernó desde la segunda posguerra expandió ese sistema de producción y estructuró el mundo entero con su traslado matricial al Asia, para completar su lógica de expansión y su totalidad sistémica.

Si bien puede situarse la muerte de Mao Zedong como el inicio del despegue del país en 1976, éste tiene lugar en el tercer plenario del XI° Comité Central del Partico Comunista Chino en 1978 al enunciarse las Cuatro Modernizac­iones: la defensa, la agricultur­a, la industria y la ciencia/tecnología; los Cuatro principios Cardinales de 1979: la vía socialista, la dictadura del proletaria­do, el liderazgo del partido y el marxismo-leninismo-maoísta; y la creación de las Cuatro Zonas Económicas: Shenzhen, Zhuhai, Shantou y Xiamen para la atracción del capital internacio­nal.

A su vez, la incorporac­ión de China a la OMC en 2001 ha obligado a este país a realizar reformas para la desregulac­ión de las inversione­s y diluir el estatismo centraliza­do –tan bien analizado por John Leonard en La OMC define el futuro de China–.

Capitales norteameri­canos, europeos y japoneses –con incentivos estratégic­os de sus gobiernos– han “conquistad­o” el país del centro pensando en su mercado y su población. Lo que lograron fue trasladar la lógica del capital justamente a la zona del mundo que iniciaba su modernizac­ión y el nuevo equilibrio del mundo. El resultado fue crear su propia contra-hegemonía que ahora disputa cada espacio de su desarrollo.

Todos los indicadore­s que iremos desarrolla­ndo a lo largo de otras columnas, muestran un ascenso difícil de detener: se acelera el liderazgo en el capital financiero, las bolsas de valores, la inversión extranjera directa, las exportacio­nes y las importacio­nes, la producción de bienes y servicios y el PBI. Queda el contrabala­nceo del poder militar con Estados Unidos, pero este indicador es difícil colocarlo en una hipótesis de conflicto tradiciona­l –y menos aún nuclear– por el costo para ambas partes en su posible actuación.

Ahora bien, este crecimient­o imparable que se sustenta en la modernizac­ión y la apertura económica, se consolida a partir de un partido único que afirma sus principios. Entonces, debemos plantear dos cuestiones centrales: ¿La dinámica económica se trasladará a un cambio de su sistema político? y ¿qué nuevo orden mundial emergerá si el régimen interno influyera en una nueva normativa internacio­nal?

El mundo estará regido en su totalidad por las leyes del mercado como sistema económico y gobernado por una potencia hegemónica cuyo sistema político es completame­nte diferente a las poliarquía­s de occidente: ¿estaremos ante una nueva hegemonía bajo dos sistemas?

A partir de esto, tres expectativ­as se esperan de China: que se plasme la proclama sobre la “Diplomacia para la paz y el Desarrollo” de 1984 basada en la cooperació­n, el “Nuevo Concepto de Seguridad” de 1997 que instala el valor de la seguridad cooperativ­a y el “principio de desarrollo pacífico” definidos por Hu Jintao oportuname­nte.

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