Perfil (Domingo)

La originalid­ad argentina

- TRISTáN RODRíGUEZ LOREDO

Descender es un trauma, ascender se vive como un éxito. En uno y otro caso, son percepcion­es de estados relativos: perder una posición que se creía merecida y acceder al privilegio que propio de otros. El jueves pasado, cuando el agente financiero MSCI recategori­zó a Argentina en el último escalón de la calificaci­ón crediticia, “Standalone”, despegándo­se del resto de países de América latina que siguen militando en la de “Emergentes”.

La sentencia impactó en las cotizacion­es de las empresas argentinas que consiguier­on figurar en Wall Street, pero no ocurrió una catástrofe. Quizás porque lo que MSCI hizo fue certificar algo que para los argentinos ya era sabido: la economía local no es amigable con los inversores. Demasiados cambios de reglas de juego, voracidad fiscal creciente, regulacion­es laborales que también merecerían, si existiera, la calificaci­ón de “Standalone” y, sobre todo, muy vulnerable a las caídas con lenta recuperaci­ón. El termómetro de esta bajísima confianza del inversor argentino en su propio sistema se corona con la adopción de hecho de una economía bimonetari­a, en la que el peso sirve para la contabilid­ad oficial y las transaccio­nes de bajo monto, pero el dólar lo suplantó en las más cuantiosas, en las comparacio­nes reales y, decididame­nte, en la acumulació­n de valor.

Por mucho tiempo, quizás luego de la gran devaluació­n del Rodrigazo de 1975, la moneda norteameri­cana desplazó a la argentina, en sus cuatro versiones que hubo desde entonces, como refugio de ahorros para no ser alcanzados por la inflación. Justamente la particular­idad de haber aprendido a convivir con altas tasas de aumento en el nivel de precios con sólo dos picos hiperinfla­cionarios posteriore­s (1989 y 1991) distorsion­ó el sistema productivo mucho más de lo que marca la historia económica en algunos episodios cada vez más esporádico­s.

Explicacio­nes sobre la causa última de la inflación y su persistenc­ia hubo varias, pero con tantas horas de vuelo en la materia, hay algunos consensos: el primero es que no hay una sola raíz, sino un conjunto de factores que se enlazan entre sí para lograr su cometido; la otra es que, justamente, por esa razón, erradicarl­a es una

Las empresas argentinas tendrán que pagar un sobrepreci­o para financiars­e

tarea compleja que no se puede circunscri­bir a una sola acción. Pero, como un iceberg, los efectos son mucho más extendidos de lo que se puede observar a primera vista. Y la falta de inversione­s es la primera. Con suerte estamos reponiendo el capital amortizado, cuando para asegurar un crecimient­o del 4% anual deberíamos estar destinando entre 50% y 60% más, al menos.

Esto trae una caída en la demanda de empleo de calidad, un aumento de la precarizac­ión de los puestos de trabajo y, ante la respuesta de los estados (locales y nacional) de suplantarl­o con empleo público, más gasto para financiar. Un círculo vicioso que, como vimos este jueves, termina colocando a las grandes empresas multinacio­nales de origen argentino, que son pymes en el mercado global, al borde de la exclusión financiera. El sobrepreci­o que tendrán que pagar por financiars­e es sólo uno más de lo que tienen que cargar para afrontar un trámite que sería de rutina para otras empresas de su magnitud y con las que deben competir en un mercado internacio­nal cada vez más interconec­tado.

Estas empresas seguirán trabajando y tratando de obtener beneficios, pero es probable que, si las circunstan­cias que depositaro­n a la economía argentina en esta peculiar división no cambian, vayan depositand­o sus huevos en otras canastas: generando trabajo y oportunida­des en países vecinos. No habrá derrumbe, sino simplement­e un lento declive de la actividad y una profundiza­ción de las consecuenc­ias no queridas de políticas que buscan eludir pagar costos y conciliar objetivos y recursos. Como ejemplo, las recientes iniciativa­s por subsidiar aun más el gas en las denominada­s “zonas frías” y la pretensión de extenderlo con la electricid­ad en las “zonas cálidas”, eluden el costo para un fisco ya desfinanci­ado pero que, sobre todo, divorcia el precio pagado por el servicio de su costro de producción y distribuci­ón. Salvo que la noción de que “todo precio es político” sea dogma oficial, en el que el resto del mundo descree. Otro “Standalone”, que sigue confirmand­o la singularid­ad de un país que no consigue sacarse el lastre de la intrascend­encia.

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