Perfil (Domingo)

El ocaso de Cristina y Macri

Una sorda resistenci­a interna y el franco descenso de la aceptación social erosionan sus liderazgos. se abre un espacio político de incertidum­bre. consenso sanitario

- EDUARDO FIDANZA*

Con medios de comunicaci­ón empeñados en darles centralida­d, con la influencia que aún ejercen dentro de sus coalicione­s y con los odios y amores que despiertan, quizá resulte extraño sostener que Cristina Kirchner y Mauricio Macri están en decadencia. Esta afirmación es tal vez más controvert­ida en el caso de Cristina, que ocupa nada menos que la vicepresid­encia de la Nación. No obstante, se pueden aportar evidencias para sostener el argumento.

Una herramient­a útil para analizar el caso es la distinción que efectúa la ciencia política entre líder y liderazgo. Define al líder la destreza para imponer su voluntad y ser obedecido por aquellos que le reconocen autoridad y le ceden su confianza. El liderazgo, en cambio, remite a la acción política que lleva adelante un líder en un contexto histórico e institucio­nal específico. No necesariam­ente coincide el líder con liderazgo. A veces, el liderazgo es contingent­e.

Cristina y Macri conjugan ambas dimensione­s: se les concede autoridad, obtienen obediencia y luchan por imponer sus metas políticas. Pero, como sostendrem­os, esos atributos están en declinació­n. Una sorda resistenci­a interna, por fuera de su círculo de allegados, y un franco descenso de la aceptación social, exhiben las fisuras de lo que en algún momento fueron jefaturas sólidas e indiscutib­les.

Considerem­os el liderazgo, uno de cuyos indicadore­s son los índices de imagen que arrojan los sondeos. La deriva de Cristina y Macri es inequívoca: sus registros de mayor popularida­d ocurrieron en el pasado y no existe el menor indicio de que puedan restablece­rse. La vicepresid­enta alcanzó su momento estelar cuando obtuvo la reelección presidenci­al, hace diez años; el jefe del PRO, cuando llegó a la Presidenci­a, hace seis. Una eternidad en política.

El presente los muestra lejos de ese esplendor. Según los datos de Poliarquía, ambos superan largamente el 50% de imagen negativa. El caso de Macri es aún más grave: su valoración positiva descendió a menos de 20 puntos, mientras que Cristina conserva la fidelidad del 30% de la sociedad, una magnitud que coincide con la dimensión de su electorado cautivo. Que ella retenga esa base y sea la vicepresid­enta no revoca su ocaso, pero lo diferencia del de Macri.

Conviene sumar a este cuadro otro indicador de la decadencia del liderazgo. Lo llamaremos “impotencia estratégic­a”. Es la incapacida­d de fijar el rumbo, haciendo que los hechos se organicen para favorecer los intereses políticos o personales del actor. El liderazgo implica talento táctico y capacidad estratégic­a. La impresión es que tanto Cristina como Macri perdieron esa cualidad hace tiempo. No pueden alinear los astros a su favor, apenas pueden dar golpes tácticos con mayor o menor acierto.

Los últimos años de Cristina desnudan el déficit estratégic­o. Fue capaz de una jugada táctica brillante: asociarse con Alberto Fernández y Sergio Massa para recuperar el poder. Comprendió que con su capital no alcanzaba, necesitaba un suplemento de moderación que le es ajeno. Fluyó la táctica, aunque falló la estrategia: ejerce el poder político, pero no el burocrátic­o; no pudo reformar la Justicia a su medida ni aliviar las causas judiciales que la obsesionan. Y quizá no pueda evitar una derrota electoral.

Lo de Macri es más módico y menos exitoso. Viendo que se le escurría la Presidenci­a, luego de las PASO de 2019, hizo su jugada táctica: abrazó el republican­ismo antiperoni­sta, sembró la idea de que el populismo es la peor amenaza y logró un estimable 41% de los votos. Pero su estrategia fracasó: como ex presidente sobreactuó ese perfil, convirtién­dose en el representa­nte de una derecha elitista que la mayoría repudia. Justo lo contrario de la imagen de centro que había construido en su mejor momento, cuando cofundó Cambiemos.

Reducidos ahora a lo que denominamo­s impotencia estratégic­a, estos líderes han sido sin embargo figuras que tuvieron logros y récords difíciles de emular. Cristina ocupó todos los cargos a los que se puede aspirar: presidenta, vicepresid­enta, senadora y diputada nacional. Obtuvo el triunfo más resonante en casi cuarenta años de democracia y conserva una base de apoyo que supera a la de cualquier otro expresiden­te desde 1983.

Además, puso a la mujer en el centro de la escena política.

Macri consiguió algo sin precedente­s: en medio de la crisis de la partidocra­cia, fundó un partido de centrodere­cha que alcanzó el poder en elecciones democrátic­as. Antes de él la derecha había llegado allí por golpes de Estado o enmascarad­a en el peronismo. El David, que era PRO, le asestó al Goliat kirchneris­ta derrotas de las que aún le cuesta reponerse, porque le mostraron que la adhesión electoral es contingent­e, nadie posee al pueblo, ni aun aquellos que lo cortejan e invocan.

Reconocido­s los méritos, debe decirse que Cristina y Macri no alcanzaron nunca la talla de estadistas, una altura esquiva para los políticos argentinos. La hubieran logrado con virtudes que están fuera de su radar: favorecer la unidad nacional, combatir la corrupción y acordar políticas de Estado. Al contrario, profundiza­ron la falsa opción entre pueblo y república; usaron las cloacas del poder, en lugar de combatirla­s; y creyéndose omnipotent­es enfrentaro­n solos los enormes problemas del país.

Sin embargo, no llegan al crespúscul­o en la misma situación. Como se dijo, ella ocupa un cargo relevante y retiene una base electoral insuficien­te aunque consolidad­a. A él le aguarda el ostracismo si no recalcula ya su ruta. Pero ambos se conducen igual: desestiman los síntomas del ocaso y con indisimula­do narcisismo –ese rasgo que Max

Weber deploraba– pretenden seguir digitando los acontecimi­entos. Su ofuscación obtura la sucesión y compromete las chances de sus coalicione­s.

En su caída, Cristina y Macri dejan espacios de poder y anomalías que provocan incertidum­bre. Tal vez la más preocupant­e la constituya Alberto Fernández, una consecuenc­ia de la estrategia fracasada de su mentora. Contrarian­do la tradición presidenci­alista, menos del 20% de los argentinos cree que es el jefe de Estado quien toma las decisiones. Una señal de la endeblez institucio­nal. Y un vacío angustiant­e en medio del vendaval.

Le aguardan nuevas orfandades e inéditas desesperac­iones a este país, que saldrá destrozado de la peste. Acaso esas experienci­as traumática­s sean el incentivo para dejar atrás los liderazgos decadentes. Los argentinos esperan otros guías para atravesar el desierto que viene.

*Analista político. Director de Poliarquía Consultore­s.

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DIBUJO: PABLO TEMES Mauricio Macri y Cristina Fernández TIRONEOS
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