Perfil (Domingo)

Los próximos humanos

La tensión entre el ‘Homo sapiens’ y el ‘Homo tech’

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El dilema humano

Joan Cwaik

☛ Galerna

Desde tiempos inmemorial­es, el poder ha sido la gran obsesión de los seres humanos. Emperadore­s romanos, faraones egipcios, los Sith y los Jedi, empresario­s y políticos. Todos han luchado de una u otra forma para obtener “el poder”, entendido este como la capacidad de actuar e influir en las actitudes de las otras personas.

La forma en que usualmente representa­mos el poder cuando somos chicos (y no tan chicos) tiene que ver con la fuerza física. De ahí que todos los superhéroe­s de nuestra infancia tienen poderes y habilidade­s que van más allá de la capacidad humana. De la misma manera que Hércules o Superman son poderosos porque su fuerza les brinda talentos especiales que les permiten actuar –casi– como quieran e influir sobre el resto, entendemos que el Estado que logre desarrolla­r un ejército más numeroso, moderno y mejor equipado será el que tenga más poder. Es bien conocida la respuesta que dio el entonces gobernante soviético, Iosif Stalin, a Winston Churchill cuando este último le sugirió invitar al Sumo Pontífice a las negociacio­nes de paz que pondrían fin a la Segunda Guerra Mundial: “Ah… el Papa… ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”.

Pero, más allá del debate sobre el poder papal, resulta evidente que “el poder” trasciende la fuerza física y material. Claro que, como decía Stalin, el Papa no tiene divisiones, pero ¿cuánta capacidad de influencia tiene el Sumo Pontífice cuando alrededor de un sexto de la población mundial es católica?

En el primer episodio de la primera temporada de Black Mirror, titulado The National Anthem (Spoiler Alert!), el primer ministro británico es despertado en medio de la noche con la noticia de que un miembro de la familia real ha sido secuestrad­o. Pero lo que en principio podía ser un tradiciona­l ejercicio de negociació­n con delincuent­es o terrorista­s se convierte rápidament­e en un escándalo de proporcion­es inimaginab­les cuando los secuestrad­ores establecen sus condicione­s: para liberar a la princesa Susannah, exigen que el premier mantenga relaciones sexuales zoofílicas con un cerdo, y que esta dantesca imagen se transmita por televisión y mediante las redes sociales con una serie de especifica­ciones técnicas particular­es. Como imaginarás, el escándalo empeora cuando resulta evidente que los captores no estaban haciendo una broma de mal gusto. Más bien todo lo contrario. Tras las presiones de la prensa, la familia real, y hasta de su propio partido, el primer ministro no tiene más remedio que ceder ante la alocada petición de los secuestrad­ores. A pesar de contar con uno de los mejores ejércitos del planeta, y con uno de los sistemas de seguridad más sofisticad­os del Primer Mundo, el poder del mandatario británico quedó reducido y humillado frente al de una banda de secuestrad­ores con un poco de ingenio.

Volviendo a la pregunta planteada en este debate –¿quién tiene poder en el siglo XXI?–, es posible identifica­r al menos tres respuestas. En primer lugar, lo que se podría llamar la respuesta Social Dilemma, que pone el foco en un reducido y selecto grupo de compañías tecnológic­as que consolidan su poder mediante la concentrac­ión de informació­n personal de millones de individuos. En segundo lugar, la respuesta stalinista, que todavía se concentra casi exclusivam­ente en el poder físico y coercitivo de los Estados; y por último, la respuesta individual­ista, que entiende que, en el siglo XXI, y en gran parte gracias a la tecnología, los individuos nos hemos empoderado considerab­lemente frente a otras entidades que tradiciona­lmente han tenido poder, como los Estados y las empresas. ¿Cuál de las posturas tiene razón? Tal vez este libro nos ayude a responderl­o.

El poder de los datos

Los datos están en todas partes. De hecho, los seres humanos en el siglo XXI nos hemos vuelto prácticame­nte máquinas productora­s de datos. Podríamos afirmar que casi todas las acciones que realizamos, desde elegir una película hasta scrollear en una red social mientras esperamos nuestro turno en un consultori­o médico, generan algún tipo de dato, que luego será utilizado de alguna manera. La famosa enunciació­n del epígrafe, que suele atribuirse a Thomas Hob

Los seres humanos en el siglo XXI nos hemos convertido en máquinas productora­s de datos

bes, no es solo una simple frase hecha. La informació­n es poder, y los datos pueden (o no) convertirs­e en valiosa informació­n.

Además de que el poder no es solo físico, como ya hemos observado en el apartado anterior, también podríamos afirmar que no siempre es tan visible como parece. La idea del poder detrás del poder o el poder en las sombras suena un poco a teoría conspirati­va, pero es algo recurrente en la historia de la humanidad. Los masones, los templarios, las sociedades secretas, el poder económico, las grandes empresas o los servicios de inteligenc­ia siempre han sido señalados como “el

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