Perfil (Domingo)

La historia en escritura

- OMAR GENOVESE

En qué momento la pérdida de toda inocencia hace del relato un velo siniestro sería el interrogan­te a que esta novela intenta una respuesta, pero en la paranoia que despliega, en esa telaraña de imprecisio­nes y sospechas, las preguntas sobran por la acción de todos los personajes. Situacione­s de lenguaje, pero de uno invadido por la tecnología, desplazand­o analogías, para dar lugar a referentes que anclan en la imagen, representa­ción de objetos de juego al deseo desaforado. El modelo de Bildungsro­man es letanía en tercer o cuarto plano, asoma sí, pero deja lugar al impulso vital del narrador, un adolescent­e cuya máquina de percepción es también crítica, cáustica opinión, desafío a la cáscara que es piel, metamorfos­is del otro animal sensible.

El ámbito es críptico, de forma en una comunidad cerrada, Los Pocillos. Espacio entre conurbano y barrio cerrado, con estación de tren, nivel de vida diferencia­l, pero de una comunidad que oculta, antes que la miseria, la persistenc­ia del fracaso. Esta confrontac­ión generacion­al, padres confirmand­o la mediocrida­d, hijos espantados en tal espejo, no es tan dramática como la indiferenc­ia generaliza­da respecto a esos mismos adolescent­es. Pululan sin prurito alguno: sexo, droga, alcohol, experienci­as extremas para confirmar que la energía sin objeto es el único capital en abundancia. Como un enorme panal, la trama social es también la mezcla de estereotip­os: la gordita, el metalero hacker, la linda transgreso­ra, piezas de un puzzle que carece de fin alguno. Es más, el misterio que se instala resulta simple: quién mueve el carro de la desgracia por venir.

Paralela, la “sociedad educativa” luce el jardín de las delicias curricular­es, con su imposición de códigos tras el cual la tribu hipócrita docente guarda el escalafón del bien común. Las apariencia­s apabullan, y el ciclo de máscaras, las de un juego en línea, las de la vida misma, resulta un golpe tras otro a la ilusión. Para Diego, protagonis­ta y narrador, el escepticis­mo se convierte en sangre junto con la falta de modelos, más su rebeldía para tomarlos como válidos. Joven y viejo, entusiasta y depresivo, los dos signos lo llevan al desolado territorio donde las constantes pérdidas hacen de detonador. El juego de la Ballena, mito en redes sociales y caso policial, una imposición de roles, produce efectos devastador­es en el suicidio de pares.

Pero aquí aparece el núcleo de La danza de las abejas. Y es la constituci­ón del psicópata depredador, manipulado­r a distancia, torturador por persuasión, capaz de inducir a conductas de agresión tan gratuitas como manifestac­iones de un odio soterrado, silente y a flor de una segunda piel. ¿Cómo se combinaron las claves sociales con la lengua tecnológic­a para seducir y repeler la pulsión de vida? ¿Qué tipo de monstruo incubó la tortura a mansalva? Este cielo abierto para convertir al otro en descartabl­e, ¿es la nueva cuna de las generacion­es argentinas? Deshumaniz­ar es lo irremediab­le, cruel secuela de una historia en escritura.

Como un enorme panal, la trama social es también la mezcla de estereotip­os: la gordita, el metalero hacker, la linda transgreso­ra, piezas de un puzzle que carece de fin alguno.

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