La historia en escritura
En qué momento la pérdida de toda inocencia hace del relato un velo siniestro sería el interrogante a que esta novela intenta una respuesta, pero en la paranoia que despliega, en esa telaraña de imprecisiones y sospechas, las preguntas sobran por la acción de todos los personajes. Situaciones de lenguaje, pero de uno invadido por la tecnología, desplazando analogías, para dar lugar a referentes que anclan en la imagen, representación de objetos de juego al deseo desaforado. El modelo de Bildungsroman es letanía en tercer o cuarto plano, asoma sí, pero deja lugar al impulso vital del narrador, un adolescente cuya máquina de percepción es también crítica, cáustica opinión, desafío a la cáscara que es piel, metamorfosis del otro animal sensible.
El ámbito es críptico, de forma en una comunidad cerrada, Los Pocillos. Espacio entre conurbano y barrio cerrado, con estación de tren, nivel de vida diferencial, pero de una comunidad que oculta, antes que la miseria, la persistencia del fracaso. Esta confrontación generacional, padres confirmando la mediocridad, hijos espantados en tal espejo, no es tan dramática como la indiferencia generalizada respecto a esos mismos adolescentes. Pululan sin prurito alguno: sexo, droga, alcohol, experiencias extremas para confirmar que la energía sin objeto es el único capital en abundancia. Como un enorme panal, la trama social es también la mezcla de estereotipos: la gordita, el metalero hacker, la linda transgresora, piezas de un puzzle que carece de fin alguno. Es más, el misterio que se instala resulta simple: quién mueve el carro de la desgracia por venir.
Paralela, la “sociedad educativa” luce el jardín de las delicias curriculares, con su imposición de códigos tras el cual la tribu hipócrita docente guarda el escalafón del bien común. Las apariencias apabullan, y el ciclo de máscaras, las de un juego en línea, las de la vida misma, resulta un golpe tras otro a la ilusión. Para Diego, protagonista y narrador, el escepticismo se convierte en sangre junto con la falta de modelos, más su rebeldía para tomarlos como válidos. Joven y viejo, entusiasta y depresivo, los dos signos lo llevan al desolado territorio donde las constantes pérdidas hacen de detonador. El juego de la Ballena, mito en redes sociales y caso policial, una imposición de roles, produce efectos devastadores en el suicidio de pares.
Pero aquí aparece el núcleo de La danza de las abejas. Y es la constitución del psicópata depredador, manipulador a distancia, torturador por persuasión, capaz de inducir a conductas de agresión tan gratuitas como manifestaciones de un odio soterrado, silente y a flor de una segunda piel. ¿Cómo se combinaron las claves sociales con la lengua tecnológica para seducir y repeler la pulsión de vida? ¿Qué tipo de monstruo incubó la tortura a mansalva? Este cielo abierto para convertir al otro en descartable, ¿es la nueva cuna de las generaciones argentinas? Deshumanizar es lo irremediable, cruel secuela de una historia en escritura.
Como un enorme panal, la trama social es también la mezcla de estereotipos: la gordita, el metalero hacker, la linda transgresora, piezas de un puzzle que carece de fin alguno.