CANDIDATURAS
Todos los partidos políticos están dedicados a determinar las listas de candidatos para las próximas PASO. Con consensos o con debates. Con acuerdos o con peleas. Con cucharas o cuchillos. Todas estas elucubraciones parten de un error: desconocer el pasado; no calibrar bien la importancia de los apellidos que liderarán sus listas.
Un breve estudio y análisis muestra que son irrelevantes los apellidos que se presenten. Repasemos. En 2009, un ignoto De Narváez le ganó a la lista de próceres del mamarracho de las listas testimoniales que ostentaba a Kirchner, Scioli y Massa. Este último casi desconocido volvió a humillar al peronismo en 2013, aunque contra un igualmente ignoto Insaurralde. En 2015, una desconocida Vidal le arrebataba la gobernación de Buenos Aires al archifamoso Aníbal Fernández. Y en 2017, un tapado Esteban Bullrich le mojaba la oreja a la misma Cristina en su búnker de la provincia de Buenos Aires. Los blasones de la alcurnia y los escudos familiares valieron menos que poco en las urnas. Alberto Fernández no era tan conocido cuando le arrebató la presidencia a Macri tras cuatro años de mandato. Si bien contaba con el importante y trascendente antecedente de haber sido jefe de Gabinete de Néstor, su nombre no era tan popular como los de sus sucesores Aníbal Fernández y Capitanich, que saturaban diariamente los medios con sus conferencias bravuconas de prensa (recordando la famosa ruptura de periódicos frente a cámara del chaqueño).
Como en cualquier análisis, siempre se puede recurrir al fútbol como fuente de metáforas. Los últimos campeones son Colón y Defensa y Justicia, nutridos de apellidos desconocidos para la mayoría de los futboleros, y ninguno en la Selección.
Los nombres no influyen en el resultado final. Candidato se parece a candidez, que es el atributo que ostentan los partidos políticos. Candidez de pensar que hay políticos Messi o Ronaldo que pueden dar vuelta una elección. Candidez de imaginar que una sonrisa compradora, una frase canchera o un discurso vibrante van a influir en las intenciones del votante. Hay tanta decepción y desconfianza con la clase política, que lo que parece hoy la mejor estrategia es apelar a desconocidos o vírgenes en estas lides. Como si en el electorado preponderara más el “este no” al “este sí”. El pasado demuestra que los votantes apuestan más a la incertidumbre de lo desconocido o recién llegado que al “más de lo mismo”.