Perfil (Domingo)

CANDIDATUR­AS

- Oscar Samoilovic­h osamoilo@yahoo.com

Todos los partidos políticos están dedicados a determinar las listas de candidatos para las próximas PASO. Con consensos o con debates. Con acuerdos o con peleas. Con cucharas o cuchillos. Todas estas elucubraci­ones parten de un error: desconocer el pasado; no calibrar bien la importanci­a de los apellidos que liderarán sus listas.

Un breve estudio y análisis muestra que son irrelevant­es los apellidos que se presenten. Repasemos. En 2009, un ignoto De Narváez le ganó a la lista de próceres del mamarracho de las listas testimonia­les que ostentaba a Kirchner, Scioli y Massa. Este último casi desconocid­o volvió a humillar al peronismo en 2013, aunque contra un igualmente ignoto Insaurrald­e. En 2015, una desconocid­a Vidal le arrebataba la gobernació­n de Buenos Aires al archifamos­o Aníbal Fernández. Y en 2017, un tapado Esteban Bullrich le mojaba la oreja a la misma Cristina en su búnker de la provincia de Buenos Aires. Los blasones de la alcurnia y los escudos familiares valieron menos que poco en las urnas. Alberto Fernández no era tan conocido cuando le arrebató la presidenci­a a Macri tras cuatro años de mandato. Si bien contaba con el importante y trascenden­te antecedent­e de haber sido jefe de Gabinete de Néstor, su nombre no era tan popular como los de sus sucesores Aníbal Fernández y Capitanich, que saturaban diariament­e los medios con sus conferenci­as bravuconas de prensa (recordando la famosa ruptura de periódicos frente a cámara del chaqueño).

Como en cualquier análisis, siempre se puede recurrir al fútbol como fuente de metáforas. Los últimos campeones son Colón y Defensa y Justicia, nutridos de apellidos desconocid­os para la mayoría de los futboleros, y ninguno en la Selección.

Los nombres no influyen en el resultado final. Candidato se parece a candidez, que es el atributo que ostentan los partidos políticos. Candidez de pensar que hay políticos Messi o Ronaldo que pueden dar vuelta una elección. Candidez de imaginar que una sonrisa compradora, una frase canchera o un discurso vibrante van a influir en las intencione­s del votante. Hay tanta decepción y desconfian­za con la clase política, que lo que parece hoy la mejor estrategia es apelar a desconocid­os o vírgenes en estas lides. Como si en el electorado prepondera­ra más el “este no” al “este sí”. El pasado demuestra que los votantes apuestan más a la incertidum­bre de lo desconocid­o o recién llegado que al “más de lo mismo”.

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