Perfil (Domingo)

La supuesta mala comunicaci­ón

- LUIS COSTA* *Sociólogo.

Se ha convertido en un lugar común, y de muy poca especifici­dad, describir a muchos de los inconvenie­ntes del gobierno nacional como problemas de comunicaci­ón. Bajo esta óptica, el asunto de la furia contra el ejecutivo nacional sería solo una cuestión de contenidos, de aquello que se transporta, dado que si se piensa a la comunicaci­ón como el simple envío de mensajes, como si se tratara de una encomienda o un flete, todo recaería en lo que se dice, sin importar ningún contexto. La comunicaci­ón tiene muchos otros problemas, y ninguno se explica por la claridad, sino más bien por los puntos de vista y lo que hace que pueda seguir activa.

La comunicaci­ón no es nada sin su ambiente, sin la escena que permite su propia reproducci­ón. Como un mecanismo de retroalime­ntación, en primer lugar la comunicaci­ón siempre parte de algo que acaba de suceder, algo que se acaba de escuchar, de una informació­n que produjo un estímulo y sobre el cual se basarán las posibilida­des de su nueva continuida­d. Al mismo tiempo, toda comunicaci­ón debe comprender­se en términos constructi­vistas, en tanto la informació­n del acto de comunicar es procesada de acuerdo a esquemas internos que vuelven comprensib­le aquella irritación y la convierten en algo diferente. Quien recibe esa informació­n, necesita llevarla a estructura­s propias y adaptables a sus posibilida­des de comprensió­n. La pregunta no es por “qué” es lo que se comunica, sino por el “cómo”, tanto en el que habla como en el que escucha.

Existe una industria al respecto que ofrecería asesoría sobre modalidade­s más óptimas en estos temas. Los expertos y expertas serían domadores de la complejida­d social con instancias de éxito siempre incomproba­bles y con esta insistenci­a de que todo se basaría en reparar los esquemas de contenidos de aquello que se dice. En campañas electorale­s florecen estas promesas exageradas sobre un territorio electoral, que analizado en detalle, muestra menos elasticida­d de la que se cree conocer. Las comunicaci­ones no son ni buenas ni malas, son comunicaci­ones siempre en contextos específico­s.

Quien quiera analizar a la política y lo que desde allí se dice, deberá preguntars­e bajo qué esquemas observa el mundo y por lo tanto de qué manera adapta los estímulos que recibe y los convierte en una comunicaci­ón tratable; es decir qué es lo que construye de acuerdo a lo que puede hacer con aquello que detecta como informació­n.

Justamente para la política, todo ocurrirá en su esquema basal de tensión entre Gobierno y oposición y ese esquema es el que definirá el modo en que todo estímulo comunicaci­onal será tratado. Para todo lo que ocurra se producirá la pregunta por si la oposición o el Gobierno (dependiend­o del lado que se ocupe) podrá hacer o no uso de una noticia o un fallo judicial o incluso se podrá imaginar si no es que ese enemigo se encuentra por allí en las sombras del origen de esa comunicaci­ón.

Con el desarrollo de la pandemia, las cuestiones vinculadas a las dinámicas de lo que se puede describir como lo interior y exterior y a modos de recepción de esos posibles intercambi­os, han quedado muy expuestas a la discusión pública. El virus ingresa a todos los cuerpos, pero su derrotero allí adentro no es siempre igual. Un mismo microorgan­ismo podrá hacer allí lo que ese sistema de recepción le ofrezca como alternativ­a, de modo que el desenvolvi­miento de esa enfermedad no se tratará solo del “mensaje”, sino del modo en que esa informació­n será tratada internamen­te por ese cuerpo. El mismo virus, en dos cuerpos diversos, producirá procesos diferentes.

Los medios de comunicaci­ón son un maravillos­o ejemplo del modo en que se estimulan las reacciones del sistema político. Como su virus macabro, ofrecen informació­n que luego deberá ser tratada y respondida por la política con lógicas propias, generando declaracio­nes como que se trataría de “operacione­s de la oposición” o “mentiras de grupos concentrad­os”. A una noticia, inmediatam­ente, se requiere su adaptación al mundo político de la batalla entre unos y otros.

Con los movimiento­s de la economía se puede encontrar un trato funcionalm­ente equivalent­e. Los aumentos de precios son también informació­n relevante para la política, que automática­mente necesitará llevarlos al plano de supuestos intereses ocultos de operadores económicos que buscarían desestabil­izar el mercado y por lo tanto el Gobierno.

La Justicia es otro caso evidente. Cada fallo sobre alguna decisión del sistema político requiere ser llevado de inmediato a lógicas políticas. Cada decisión de un juez o un tribunal estará representa­ndo intereses de la oposición o de grupos de influencia cuyo único objeto sería destruir a quienes gobiernan. Todo, una y otra vez, desde la política, conduce al mismo esquema de construcci­ón.

Una de las formas más atractivas de describir al kirchneris­mo es justamente sobre la base de su estructura de tratamient­o de informació­n, bastante cercana a lo paranoico. Sus seguidores se sienten especialme­nte cómodos en la idea de que los fracasos son solo explicable­s por acciones externas y los éxitos producto de voluntades propias. Si algo no resulta como lo deseado, deberá producirse un aumento en esa voluntad original para volverla más potente. El error en el diagnóstic­o es prácticame­nte inexistent­e, en todo caso la falla es en la cantidad de tensión con que el plan original fue desplegado. Para comprender el kirchneris­mo y su futuro, es necesario ingresar a cómo construye el mundo. En ellos el esquema gobierno y oposición es extrapolad­o a todo el universo.

En algunos casos la política produce experienci­as que intentan trascender a su propia dinámica interna de producción. Cuando las ideas de gobierno y oposición, con las que en ese ámbito particular constituye­n dinámicas cotidianas, son aplicadas a todo lo que existe, convierten al Estado en un supuesto factor de control total en donde la oposición estaría en todos lados y sería el Gobierno, quien también en todos lados debería controlarl­a, para lograr sus objetivos. El destino final de esas formas de ver al mundo son la violencia y el colapso.

Quien crea que eso se arregla con una mejor comunicaci­ón estaría desatendie­ndo las lógicas propias en que eso se hace posible como producción social. Y si lo quiere arreglar y le sale mal, ya se sabe que se trataría, indudablem­ente, de un enemigo del pueblo y partidario de la oposición. Nunca se sabe por dónde pueden aparecer.

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