Perfil (Domingo)

El mito de la inversión

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO

Desde hace muchos años, es políticame­nte correcto referirse a apostar al futuro sosteniend­o la inversión. Tanto tiempo como los que, justamente, dicha variable es el patito feo de la economía argentina, quizás más preocupant­e que la más visible de la inflación y el crecimient­o de la pobreza.

La razón es simple: desde que el Observator­io de la Deuda Social Argentina, de la UCA, monitorea la pobreza integral (consideran­do no solo los ingresos sino otras variables) hay una correlació­n directa con la condición laboral. Un trabajo más estable, formal y anclado en los sectores más competitiv­os de la economía asegura directamen­te estar por encima de la línea de la pobreza. Pero los empleos de estas caracterís­ticas están estancados en el mejor de los casos. La creación de nuevos puestos de trabajo en la última década se focalizó en el Estado (especialme­nte municipali­dades y provincias), en el cuentaprop­ismo formal (monotribut­istas y autónomos) y, por supuesto, en el gran segmento informal.

La economista Marina Dal Poggetto lo resumió con una frase durante su participac­ión en el Encuentro Anual de ACDE, esta semana: “La única política de Estado en los últimos años fue la del crecimient­o sostenido de la pobreza”. Probableme­nte nadie en su sano juicio intentaría empobrecer a la población a la cual, además, luego le pide su voto. Pero terminaron siendo una cadena de decisiones y efectos no deseados con las consecuenc­ias a la vista. Según el cuadro que elaboró la consultora Invecq sobre datos de Focus, desde 2011 Argentina tuvo una caída de su PBI per cápita de 16%, el segundo peor de la región, solo superado por Venezuela (-72%) y por debajo de las flojas performanc­es de Brasil y Ecuador. El resto de los países de América Latina tuvieron subas de entre 4% y 18%, siempre consideran­do el ingreso por habitante. El fracaso es evidente, aún dentro de un espacio que no se caracteriz­ó por ser una locomotora del crecimient­o.

La primera de las explicacio­nes que podemos encontrar a este bochazo en materia de desarrollo es la obsesión por el cortoplaci­smo. Lo cierto es que entramos a jugar un partido de noventa minutos como si fuera una definición por penales. Hay que sacar la pelota de cualquier manera. El resultado de ese partido es lo que cuenta.

También pesa, siguiendo el mismo hilo conductor, la permanente alteración de las reglas de juego. No hay sumisión a norma alguna porque todo es maleable. Nada es para siempre, el cambio se impone para amoldar el orden a la necesidad y urgencia del momento.

Quizás eso desnuda otro elemento de peso: la fragilidad de los consensos alcanzados por imposibili­dad de acordar en cuestiones de fondo y perdurable­s. O peor aún: alcanzar un consenso alrededor de cuestiones dañinas para el funcionami­ento de la economía en un horizonte más lejano. El 1° de julio se cumplió un año de la ley de alquileres: un caso en el que propietari­os e inquilinos perdieron por retracción de la oferta por desconfian­za y un mal mecanismo de actualizac­ión.

Dentro de este marco de los consensos imposibles está la postergada reforma tributaria. En esta década perdida, Argentina protagoniz­ó la paradoja de haber subido los impuestos (es el país con mayor presión impositiva del continente), pero también seguir incurriend­o en déficit fiscal, finalmente solo financiabl­e por emisión monetaria. La diagonal de fondearlo por el derrame del crecimient­o no estuvo disponible en una economía estancada.

Y finalmente, no está clara la legitimaci­ón de la ganancia, que es el último motor para la decisión de invertir. Mientras se tenga la visión de un país de suma cero, que lo que cada sector logra lo es a costa de otros, nunca se mirará con buenos ojos el éxito económico de algunos, que en el caso de una empresa es contabiliz­ar utilidades cumpliendo con las exigencias de la ley.

Demasiadas piedras en el zapato para pretender que la tasa de inversión pueda duplicarse en el corto plazo, condición necesaria (pero no suficiente) para que lo que se proclama (el desarrollo económico y la lucha contra la pobreza) no quede solo en un eslógan de campaña.

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NA CRISIS. El PBI per cápita cayó desde 2011 en Argentina más que en la región, salvo Venezuela.

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