Perfil (Domingo)

Populismos criollos

- ÁNGGEL NÚÑEZ*

Me referí en nota anterior a que el peronismo popular y doctrinari­o constituye la reserva moral de la nación. Alguien puede cuestionar­se si ese peronismo es un populismo. Y hay que responder que no: ese peronismo no es un populismo, y menos un populismo más: es otra cosa. Es una doctrina con una ideología que fija los objetivos estratégic­os y que, al impregnar la conciencia popular, tiene la posibilida­d de avanzar paso a paso orgánicame­nte hacia la justicia social. Pero necesita de una adecuada conducción, que hoy no tenemos.

Se denomina “populismo” a toda acción política que reivindica difusos ideales del común del pueblo, y por eso puede hablarse de populismos de derecha o de izquierda: basta con levantar entusiasmo­s populares progresist­as o reaccionar­ios, inventados por la propaganda capitalist­a.

El teórico Ernesto Laclau escribe que “la identidad popular se vuelve intensivam­ente más pobre, porque debe despojarse de contenidos particular­es a fin de abarcar demandas sociales que son totalmente heterogéne­as entre sí. Esto es: una identidad popular funciona como un significan­te tendencial­mente vacío”. El “significan­te vacío” puede cargarse de contenidos variados. O sea que un planteo popular arraigado en el pueblo puede ser un elemento revolucion­ario y renovador, o transforma­rse en un mero eslogan de significad­o inocuo.

La calificaci­ón de “populismo” tiene en el uso periodísti­co una carga negativa, derivada del prejuicio contra lo que es burdo, plebeyo, popular en suma. De allí que se vea lo popular como algo degradado, no aristocrát­ico, que sería, en una valoración convencion­al, lo prestigios­o.

La fuerza histórica de lo popular es enorme, de ella emergen líneas sociales y políticas tales como el yrigoyenis­mo, por ejemplo. En lo que Unamuno llamaba la intrahisto­ria, lo popular es el elemento movilizado­r por excelencia, es una fuerza capaz de producir hechos históricos que, si encuentran su cauce, transforma­n la realidad anterior. Eso ocurre a partir de la fuerza del pueblo, del movimiento de la clase trabajador­a en su sentido más amplio, que incluye enormes sectores de clase media.

El peronismo encarna una auténtica búsqueda de equilibrio social con plena justicia en una comunidad organizada. Busca “que reine en el pueblo el amor y la igualdad” plasmada en realizacio­nes, y no en promesas, y con el mérito de ya haberlo realizado parcialmen­te en los gobiernos del general Perón. Y con todo en contra, el poder imperial en primer lugar, la incomprens­ión y la reacción de las clases medias y hasta la desviación militarist­a de los Montoneros.

Esa fuerza histórica sigue estando y está esperando su hora.

El populismo kirchneris­ta heredó votos por la necesidad de mantener la cohesión del voto de origen peronista, pero encierra el peligro de que, siendo una avenida sin salida, puede confundir a la militancia y al conjunto del pueblo. Mantener unido el voto peronista es imprescind­ible para conservar el poder de decisión. Pero cuando el movimiento es cooptado por grupos que lo utilizan en su beneficio se desnatural­iza y pierde su poder revolucion­ario. El peronismo se vuelve entonces un significan­te vacío, un soporte meramente convencion­al, un enunciado que no remite a su valor revolucion­ario.

El kirchneris­mo tiene un relato contra el Fondo Monetario Internacio­nal, pero en los hechos nos ató al Club de París. Y derrocha energía en una lucha interna con el solo objetivo de disimular acciones nefastas contra el erario público. No nos remite a la profundida­d del mensaje peronista, y ni siquiera pretende hacerlo. De allí que sus portavoces se declaren socialdemó­cratas o, a veces, solo evitistas, como si fuera posible separar el mensaje de Eva Perón del de su jefe reconocido y admirado.

El pueblo profundo es peronista de corazón por su respeto y admiración por las figuras de Perón y Evita, y ese trasfondo de la conciencia nacional esconde una importante posibilida­d de salida que tiene la nación en nuestra época.

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