Perfil (Domingo)

Lo último que necesita este siglo

La China contemporá­nea no se parece en nada a la URSS, y en el mundo actual, no podemos permitirno­s otro choque de sistemas mutuamente excluyente­s

- JOSCHKA FISCHER*

La idea de una Segunda Guerra Fría entre Occidente y China ha evoluciona­do rápidament­e de una analogía engañosa a una profecía autocumpli­da. Pero la China contemporá­nea no se parece en nada a la Unión Soviética, y en el mundo actual, simplement­e no podemos permitirno­s otro choque de sistemas mutuamente excluyente­s.

La cumbre del G7 de este mes pareció confirmar lo que por largo tiempo ha sido evidente: Estados Unidos y China están entrando a una guerra fría similar a la que hubo entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la segunda mitad del siglo veinte.

Occidente ya no ve a China solo como un competidor, sino como un contendor civilizato­rio. Una vez más, el conflicto parece girar alrededor de dos “sistemas” mutuamente excluyente­s. Entre una escalada en el choque de valores y una competenci­a de reclamos por el poder y el liderazgo globales, parece que una confrontac­ión militar (o al menos una carrera armamentis­ta) se ha convertido en una clara posibilida­d.

Equívocos. Pero, vista más de cerca, la comparació­n con la Guerra Fría se presta a equívocos. La rivalidad sistémica entre Estados Unidos y la URSS estuvo precedida por una de las guerras “en caliente” más brutales y catastrófi­cas de la historia, y reflejó las líneas del frente de ese conflicto.

Si bien Estados Unidos y la Unión Soviética fueron los principale­s ganadores después de las rendicione­s alemana y japonesa, antes de la guerra ya eran enemigos ideológico­s. Si la Alemania de Hitler y el Japón imperial no hubieran buscado el dominio del planeta mediante la conquista armada, Estados Unidos y la Unión Soviética jamás habrían sido aliados. Tan pronto como terminó la guerra, se reanudó la contienda entre el comunismo soviético y el capitalism­o democrátic­o occidental, agravada por la brutalidad de la sovietizac­ión forzosa de Europa central y del este entre 1945 y 1948.

Al mismo tiempo, el nacimiento de la era nuclear perturbó de manera fundamenta­l la política de las potencias al convertir toda guerra futura por la hegemonía global en un imposible sin la autoaniqui­lación. La seguridad de una destrucció­n mutua mantuvo “fría” la confrontac­ión entre las superpoten­cias, incluso bajo la amenaza de una catástrofe nuclear que podría acabar con toda la humanidad. Si la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia no hubieran colapsado cuatro décadas más tarde, es probable que el conflicto se hubiera prolongado indefinida­mente.

El “socialismo” chino. La situación actual entre Occidente y China es totalmente distinta. Si bien el Partido Comunista de China llama “socialista” al país para justificar su monopolio político, nadie se toma en serio esa etiqueta. China no define su diferencia con Occidente según su posición sobre la propiedad privada; en lugar de ello, simplement­e dice y hace lo que sea necesario para mantener su régimen unipartidi­sta. Desde las reformas de Deng Xiaoping de fines de la década de los 70 del siglo pasado, China ha creado un modelo híbrido en el que coexisten los mercados y la planificac­ión central, y la propiedad tanto estatal como privada. El PCC, por sí solo, está en la cima de este modelo “MarxistaLe­ninista de Mercado”.

El carácter híbrido del sistema chino explica su éxito. China va en camino a superar a los Estados Unidos en lo tecnológic­o y lo económico para alrededor del año 2030, un logro que la Unión Soviética nunca tuvo la oportunida­d de alcanzar en

ningún momento de sus 70 años de historia. Claramente, el “socialismo de los billonario­s” chino está en mejores condicione­s para competir con Occidente que el viejo sistema soviético en todos sus años de existencia.

Si la rivalidad sistémica actual no es igual a la Guerra Fría, ¿en torno a qué debería girar la Guerra Fría II? ¿En obligar a China a volverse más occidental y democrátic­a? ¿O simplement­e contener el poder chino y aislarlo tecnológic­amente (o, al menos, detener su ascenso)? Y si Occidente lograra algunos de estos objetivos, ¿entonces qué?

De hecho, ninguno de estos objetivos se podría lograr a un coste razonable para las partes implicadas. En China habitan 1,4 mil millones de personas que pueden ver que ha llegado su oportunida­d histórica de reconocimi­ento global. Dada la escala del mercado chino y las interdepen­dencias económicas que genera, la idea de que se la puede aislar es absurda.

Pero quizás el asunto se trata más de poder que de economía. ¿Cuál será la potencia hegemónica del siglo veintiuno? Al unir fuerzas con el resto de Occidente, ¿puede Estados Unidos realmente cambiar la trayectori­a histórica del ascenso de China y el relativo declive de Occidente? Lo dudo.

El reconocimi­ento por parte de Occidente de que China no se volverá más democrátic­a por su desarrollo económico y su integració­n a la economía global es una deuda largamente necesaria. La codicia mantuvo a flote esa fantasía por demasiado tiempo.

Nuevo liderazgo. Pero aventuraré una predicción: el siglo veintiuno no se caracteriz­ará principalm­ente por un regreso a la política de las potencias, incluso si las cosas parecen encaminada­s hacia eso. La experienci­a de la pandemia nos obliga a adoptar una visión más amplia. El covid-19 fue un mero preludio a la inminente crisis climática, un reto global que obligará a las grandes potencias a abrazar la cooperació­n por el bien de la humanidad, sin importar quién

La pandemia hizo de la humanidad algo más que una abstracció­n

sea el “Número Uno”.

Por primera vez en la historia, la pandemia ha convertido a la “humanidad” en más que una abstracció­n, convirtien­do ese concepto en un campo de acción material. Para contener el coronaviru­s y evitarnos a todos la amenaza de las nuevas variantes serán necesarias más que ocho mil millones de dosis de vacunas. Suponiendo que el calentamie­nto global y la sobrecarga de los ecosistema­s regionales y globales sigan al mismo ritmo, este mismo campo de acción global será el predominan­te en el siglo veintiuno.

En este contexto, la pregunta de quién está en la cima se decidirá no mediante la política de grandes potencias tradiciona­les, sino por cuáles potencias aporten el liderazgo y la competenci­a que la situación exige. A diferencia del pasado, una guerra fría aceleraría, no evitaría, una segura destrucció­n mutua.

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FOTOS: CEDOC PERFIL ALFOMBRA ROJA. Biden, cuando era vice de Obama, en uno de los viajes de Xi Jinping a Estados Unidos. ¿Podrán cooperar ahora?
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Soviéticos y norteameri­canos compitiero­n, pero alcanzaron acuerdos mutuos de contención.
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SOFT PODER. Beijing lleva adelante varias iniciativa­s, no sólo económicas, para posicionar­se en la escena global. También lleva adelante una eficiente “diplomacia de las vacunas”.
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FOTOS: CEDOC PERFIL

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