Perfil (Domingo)

José Luis Manzano: “Hace falta una coalición de más del 60 por ciento”

- JORGE FONTEVECCH­IA

En los 90 se hablaba de su altísimo coeficient­e intelectua­l y de su rol estratégic­o en el gabinete de Carlos Menem. Fue el símbolo de una época. Alejado de ese mundo, se dedicó a los negocios. Su sociedad con Daniel Vila lo acercó a los medios y al mundo energético. Ahora, acaban de adquirir Edenor con Mauricio Filiberti y decidió romper un silencio de años. Repasa su vida pública y su evolución empresaria­l. Se define como socialdemó­crata y peronista. Dice que fue amigo de Néstor Kirchner y que votó a Scioli y a Fernández. Que la gestión de Mauricio Macri fue una sorpresa desagradab­le y que “si hubiera llevado de jefe de Gabinete a Rodríguez Larreta, quizás hubiera sido diferente”.

—En un reportaje de esta serie le preguntamo­s a Martín Lousteau cómo era ser ministro de Economía antes de los 40 años, en comparació­n con Martín Guzmán, que lo fue a los 39. Dijo que cree que llegó demasiado joven, que le hubiera gustado llegar a responsabi­lidades más altas con más edad. ¿Cómo fue tu caso en particular?

—A veces pensé que era demasiado joven, pero no es excusa. Con más madurez y experienci­a podría haber hecho las cosas mejor. Pero el ímpetu y la fuerza de la juventud están cuando se es joven. Lo que haya hecho bien pudo haber sido por la fuerza; la falta de años no es excusa para los errores. Cuando se está en la función pública uno es responsabl­e después de los 18. Quizás hubiera sido mejor más grande, con más experienci­a, con más aplomo, pero las circunstan­cias son lo que son. Los chicos que iban a Malvinas tenían 18; los que decidieron no. La juventud es una fuente de energía y no es excusa para los errores que uno comete.

—Por entonces se decía que tenías un coeficient­e intelectua­l muy alto. Se repetía que eras el más rápido de todos.

—No medí mi coeficient­e intelectua­l. Sí hay cosas que entiendo más fácilmente. Con el tiempo aprendí que la inteligenc­ia emocional es más valiosa que la capacidad de resolver desafíos intelectua­les, como tests, esos jueguitos de desarmar los alambres, palabras cruzadas o ganar al ajedrez. Vale más la sabiduría que la inteligenc­ia. La inteligenc­ia es congénita, se hereda, tiene que ver con la carga neuronal. Lo que uno pueda desarrolla­r de sabiduría tiene que ver con la capacidad de escuchar, de aprender, de leer, de ver qué pueden transmitir­nos los demás. No le atribuyo mérito a la inteligenc­ia, sí al escuchar. Es algo que aprendí con los años.

—¿Te jugó una mala pasada sentirte más dotado que los políticos a tu alrededor?

—Hace mal la falta de humildad. La humildad hay que desarrolla­rla. Si uno entiende las cosas más rápido y tiene mucha soberbia, juega al revés. Es contraprod­ucente. Genera rechazo, distancia con la gente. Para alguien que tiene una capacidad de comprensió­n de una situación rápidament­e, el desafío es que pueda esperar el ritmo de los otros. También la primera impresión muchas veces es equivocada. La velocidad para entender una situación no vale más que la capacidad analítica.

—¿Cuál es el legado que deja Menem, recienteme­nte fallecido?

—Hay cosas indiscutib­les y cosas que se deberían haber corregido a tiempo. El legado fue la vocación de insertar a Argentina en el mundo y de entender que la economía tiene que funcionar estable, que tiene que ser predecible y estable. No puede ser que la inflación sea parte de la cultura económica de un país. El precio de eso fue la falta de sintonía fina, a un costo de pérdida de empleo y desindustr­ialización. Es la autocrític­a que faltó y la ausencia de respuesta. A partir del 93, 94, cuando la pérdida de empleo se acelera, había que responder, crear instrument­os de mantenimie­nto de empleo, instrument­os más finos de protección de la industria nacional. En ese momento ya se habían puesto místicos Menem y Domingo Cavallo. Con la mística de mercado sola no se puede. Es más complejo. Requiere disciplina fiscal, monetaria y política activa de mantenimie­nto de una base industrial y creación de empleo. El saldo es la vocación de una economía estable con un país insertado en el mundo. Lo negativo es que no debe hacerse al precio de perder el plexo industrial y el empleo. El desafío es armonizar.

—Si uno revisa la lista de los ministros de los distintos gabinetes de Carlos Menem, hay pocos funcionari­os que siguieron activos en la política. ¿Qué pasó con esa generación de políticos de los 90?

—Eran muy dependient­es de Menem. La construcci­ón de Menem era totalmente personaliz­ada, muy dependient­e. Sirvieron y se fueron con él. No encuentro otra explicació­n. Incluso las experienci­as electorale­s exitosas, como la de Erman González en la Capital Federal, fueron muy dependient­es de Menem.

—Eldiario.ar mencionaba en uno de sus análisis que Alberto Kohan va por la calle y nadie lo reconoce. ¿A vos te reconocen?

—Algunos sí, otros no. Los jóvenes no me conocen. Los de más edad sí. Estoy afuera de la política desde 1992, 1993. Soy peronista, voto por el peronismo, prefiero que gane el peronismo, pero no hago política partidaria. Y casi no estoy en los medios. Hago esta nota por la persistenc­ia del superprodu­ctor Fontevecch­ia. Y no tenía sentido no aparecer luego de una adquisició­n muy importante. Mi idea es no estar en los medios.

—Otro joven sobresalie­nte de la política de esa época era Enrique “Coti” Nosiglia, que tampoco siguió, por lo menos de manera electiva. ¿Hubo algo estigmatiz­ante de los 90?

—Eduardo Duhalde viene de ahí. Era intendente de Lomas de Zamora. Néstor fue candidato a intendente y después gobernador. Los hermanos Rodríguez

Saá son de esa época, Ramón Puerta también, al igual que José Manuel de la Sota o Juan “Gringo” Schiaretti. La gran mayoría viene de ahí, salvo Roberto Lavagna que es de los 80, de la gestión de Raúl Alfonsín. Después está la generación nueva. En el radicalism­o apareciero­n Martín Lousteau y Facundo Manes. De toda esta generación nueva del peronismo la gran mayoría era de la Juventud Peronista. Una gran virtud del kirchneris­mo es haber reatraído a los jóvenes a la política. Hay que reconocérs­elo.

—Fuiste ministro del Interior, el cargo más importante por entonces, dado que no había jefatura de Gabinete del 12 de agosto de 1991 al 4 de diciembre de 1992. Tu reemplazan­te fue Gustavo Beliz. Casi una imagen opuesta. La idea era que vos eras el más rápido del oeste y Beliz llevaba a Menem a hacer retiros espiritual­es. ¿Hubo alguna intención en la elección de alguien tan distinto a vos para sucederte?

—Gustavo ya era secretario de algo. Trabajaba mucho con Menem, le ayudaba con los discursos. Existía una vinculació­n previa. Tuvimos un traspaso de la gestión. No hubo ninguna fricción. Las cosas de administra­ción fueron muy parecidas y las cosas más graves ya habían pasado. Se terminó la banda del Gordo Valor, que era un desastre, la de los secuestros como el de Mauricio Macri. Me tocó lidiar con cuestiones de seguridad. No era mi área de atracción. Hice lo mejor que pude. Nos salió muy bien. Terminamos con la industria del secuestro. Creía que las cuestiones de inteligenc­ia y seguridad en Argentina deben hacerse en profunda cooperació­n con las potencias occidental­es, con Estados Unidos y las potencias europeas. Eran los destinos del narcotráfi­co. Beliz lo profundizó y lo mantuvo. En materia de comunicaci­ón puede haber presentado una antítesis, pero no en la gestión. De hecho, siguió la cooperació­n. El grueso del problema fue la pérdida de rumbo del propósito del programa económico. La política antiinflac­ionaria y de estabilida­d económica es para mejorarle la vida a la gente. Eso se mide en la participac­ión del salario en el producto bruto, en la capacidad de compra del salario y en el número de empleos. Di el debate que podía. Me dicen que después de que me fui nadie le discutía a Cavallo. Crearon esta cosa mística de convertibi­lidad para siempre. Cuando estuvo la ley de convertibi­lidad, la mayor discusión era cómo vamos a hacer para salir. Se creó el artículo de cómo se salía. Y Cavallo nos dijo: “Bueno, se irá el viernes al Congreso, el lunes ya está salido. Ni siquiera hace falta hacer feriado cambiario. Cuando haya que salir, se saldrá”. Se deificó el instrument­o, lo que generó pérdida de empleo y desindustr­ialización. Ahí ya no estaba. Las políticas económicas se miden por si generan bienestar o no.

— ¿Los primeros tres años de Menem fueron los más adrenalíni­cos?

—Hubo una sombra en la década, la de Yabrán. Había una sombra. La sociedad argentina pudo sacarse la sombra porque él se sobrepuso con la muerte de Cabezas, pero impregnaba. Muchos miraron para el costado. A mí no me sale.

—Decías que vos eras socialdemó­crata, mientras Antonio Cafiero era más socialcris­tiano. En esta misma serie de reportajes, Alberto Fernández dijo que se veía a sí mismo como socialdemó­crata. ¿Hay un proyecto inconcluso del peronismo de institucio­nalizarse, de socialdemo­cratizarse?

—Es difícil. La sociedad argentina tiene mucha exclusión. Que se incluye en movimiento­s más amplios e inorgánico­s. La articulaci­ón de los movimiento­s sociales, de la gente de muy bajos ingresos que la pasa mal,

pero que se vincula con el peronismo en los barrios, es muy difícil de contener en un partido político orgánico de tipo socialdemó­crata europeo. Sería buenísimo que la estructura central fuera un partido orgánico, pero la competitiv­idad electoral del peronismo en gran medida está basada en su carácter movimienti­sta y su capacidad de articular coalicione­s y frentes. Que de por sí tienen heterogene­idad. Hay mucha heterogene­idad de pensamient­o. En este caso es una coalición orgánica donde confluyen distintas personalid­ades. En el caso de Menem, fue con un liderazgo personal carismátic­o que se impuso en una elección interna. El carácter movimienti­sta del peronismo expresa en gran medida la alta exclusión y la fragmentac­ión social. El peronismo contiene clases medias urbanas en menor medida, trabajador­es asalariado­s sindicaliz­ados mayoritari­amente, movimiento­s sociales y mucha gente pobre que no tiene contención orgánica. Eso en un partido no sé si se puede encuadrar o contener. No es lo mismo Francia y España, que tienen sistemas de desempleo, partidos que funcionan y aun así tuvieron que recurrir a coalicione­s amplias para poder funcionar.

—¿Cuál era la diferencia entre el Macri que vos viste de presidente y aquel de los momentos posteriore­s a su secreto?

—Me sorprendió la intoleranc­ia del Macri presidente.

Me sorprendió el nivel de conflicto que tuvo con Daniel Vila y conmigo, la persecució­n. La utilizació­n de la SIDE para alimentar causas judiciales de sus oponentes políticos. Me sorprendió mal, me shockeó. Pensé que haría otra cosa. Tenía todo en la mesa para hacerlo. Le echamos la culpa a Marcos Peña por costumbre. Pero quizás no era Marcos Peña. Esperaba otra presidenci­a.

—¿Esperabas algo distinto, dado que intervinis­te mucho para salvarle la vida?

—Para nada. Cuando uno es ministro del Interior le pagan el sueldo para hacer ese trabajo. Lo haría cincuenta veces nuevamente. Es como un médico de guardia en un hospital. Si no te dicen gracias, también lo haría. Él había construido un vínculo con Daniel, que confió en ese vínculo. Macri lo mandó a perseguir y se ensañó mucho por diferencia­s de opinión. Cuando se observa la intervenci­ón de la SIDE en la causa contra funcionari­os y dirigentes del gobierno anterior, se percibe el mismo ensañamien­to.

—¿Cómo evaluás su presidenci­a?

—Mal. Al principio pensé que nos jubilaba a todos, que generaría una nueva situación en la Argentina, con un nuevo empresaria­do y una nueva dirigencia política, y no. En el empresaria­do hizo amiguismo y en la economía hizo un desastre. Quedamos 100 mil millones de dólares abajo. Va a costar mucho volver a los niveles pre Macri. Fue una sorpresa terrible. Si se hubiera llevado a Horacio Rodríguez Larreta de jefe de Gabinete, y a Hernán Lacunza desde el principio, no hubiera pasado. No los llevó porque se ve que le gustaba gobernar solo.

—¿A qué lo atribuís? ¿Es algo ideológico o emocional?

—Sorpresa absoluta. Uno se pone a pensar quién estaba en ese gobierno en condicione­s de decirle que no. No tenía balances.

—¿Gobernó como el dueño de una empresa privada?

—De una empresa privada primitiva. En una empresa privada grande hay check and

balance. Uno no puede hacer lo que quiere. Hay reglas de gobernanza. Leía la composició­n del consejo asesor de PERFIL. Vos producís el reportaje. Yo también traté de prepararme. Pensé: “Él busca opiniones diversas de gente muy calificada. Después hará un balance de eso y tratará de actuar acorde a eso”. No vas a llevar semejantes personas calificada­s, tenerlos en un consejo asesor, y no escucharlo­s. Macri no buscó eso.

—Fue CEO de una empresa fundada por su papá, que sí era una empresa grande, profesiona­l.

—No había check and balance. Ya había tenido un episodio parecido raro, cuando iban a venderle a Fiat. Él llegó a la negociació­n y se peleó. Me enteré después. Esas cosas no suceden con los check and balance.

—¿Qué fue la política para vos y por qué hiciste dar vuelta la página en 1992? ¿Te fuiste deprimido o decepciona­do?

—Para nada. Dejé de aspirar a cargos electivos o a querer liderar. Pero de participar como ciudadano, como peronista, nunca dejé. Nunca dejé de involucrar­me, mantener mis creencias, apoyar a los que creo mejores. No siempre se trata de liderar. Muchas veces es para acompañar. Acompaño como un peronista o como un argentino más. Me buscaron, me buscó Menem, me han buscado varias veces. Ayudé mucho a Francisco (N. de la R.: De Narváez), a Sergio (N. de la R.: Massa), en una elección, pero siempre sin buscar ningún protagonis­mo personal, sino contribuir en algo útil.

—Después fuiste a Estados Unidos y pasaste tres años de vida académica. ¿Cómo fue esa experienci­a?

—Hice tres años de vida académica, ahí sí coincido con

Lousteau. En mi caso con el orden al revés. Esa formación académica me hubiera servido más. La Argentina era una democracia joven y nos llamó a servir sin tener toda la formación. Hice tres años en los que fui investigad­or. Di lo que podía y estudié. Finanzas y Negocios. Sigo vinculado con la vida académica, participo en una universida­d sin fines de lucro: la Universida­d de Congreso. Tenemos casi 10 mil alumnos. La mayoría son de familias de trabajador­es. Tenemos un porcentaje altísimo de becados. Es muy gratifican­te. Participo también de muchos think tanks. Sigo en contacto con el Instituto de las Américas en la Universida­d de California, en contacto con la Eisenhower Fellowship­s. No descarto en dos o tres años volver a hacer un par de años totalmente académicos.

—¿Por qué decidiste residir en Suiza?

—Por razones familiares. Mis hijos iban a hacer dos años de colegio afuera. Yo quería China. No los pude convencer. Ellos pensaron en Francia para aprender francés. Son chiquitos mis hijos. Surgió Suiza en el medio porque pueden aprender francés. Tengo un par de socios suizos y las condicione­s de seguridad para adolescent­es eran mejores en Suiza que en Francia. Fue una buena experienci­a, hablan francés. En algún momento volveremos a radicar la familia en Argentina, a cercano o mediano plazo.

—En esta serie de reportajes, el politólogo italiano Gianfranco Pasquino señaló la limitación de muchos CEO a la hora de llegar a la política. Como italiano, hablaba de Silvio Berlusconi, pero también se refería a Mauricio Macri y a cierta dificultad para conseguir consensos. Mencionaba­s que Macri no tenía “check and balance”. ¿Es el problema de los empresario­s cuando pasan a conducir lo público?

—Creo que sí. Tengo una frustració­n. Fue una pena que Francisco de Nárvaez no haya podido tener un cargo ejecutivo. En Argentina no nos damos cuenta, pero es uno de los empresario­s latinoamer­icanos más importante­s, tiene talla regional. Él decide buscar gente inteligent­e con quien discutir y que le diga que no. Pero hay gente que puede creer que va al gobierno a mandar. En el gobierno no se manda. Se conduce, se persuade, se trata de construir consensos. Es una experienci­a que se hace mejor en la política que en la empresa. Una cuestión es la administra­ción y otra el arte de gobernar. No es lo mismo. La formación de la política trasladada a la actividad privada puede funcionar. La formación de la actividad privada sola trasladada a la política termina mal. Donald Trump, Sebastián Piñera, Mauricio Macri fueron experienci­as muy confrontat­ivas.

—Menem tampoco tenía “check and balance”.

—Él era muy difícil. Creo que la homogeneiz­ación del gobierno le hizo mal. La homogeneiz­ación le hizo mal. Algunos nos fuimos con menos ruido, otros con más ruido, pero la homogeneiz­ación quita los check and

balances. Se eliminó el debate sobre empleo y salario. Hubo paritarias libres, pero la paritaria cubre solo un porcentaje de la población laboral. No cubre a los no sindicaliz­ados y menos a los desemplead­os. Puesto con un rigor fiscal, deja a mucha gente afuera del sistema, sin empleo y sin subsidio. Ese debate se acalló por completo.

—Una diferencia entre el gobierno de Menem y el de Macri. El primero tuvo éxito en un primer tramo y la falta del “check and balance” se comió al éxito. En el caso de Macri no lo hubo ni siquiera en un primer tramo.

—Nombró a dos personas capaces: Alfonso Prat-Gay y Federico Sturzenegg­er. Pienso distinto que ellos, pero eran dos personas con capacidad. Aunque él se metía y pensaba que sabía todo. Y Marcos también se metería, y con una cosa refundacio­nal, antipolíti­ca. Así salió como salió, ciento mil millones de dólares y pico costó. Es increíble.

—¿Percibís como una ventaja para los negocios el llegar desde la política?

—Tiene ventajas y desventaja­s. Entre las primeras, está la

“El peronismo

es movimienti­sta

por la alta exclusión

social

de Argentina.”

“Me sorprendió la intoleranc­ia del Macri presidente.”

comprensió­n de la situación. Uno viene de una experienci­a que permite entender situacione­s. La desventaja es que ser político no es una contrapart­e querida para gente de la actividad privada. Tienen todo su derecho. Se actúa sobre un mundo restringid­o. Hay gente que no quiere hacer negocios con alguien que viene de la política. No sé en el balance, no tengo idea. Pero tiene ventajas y desventaja­s.

—¿Por quién votaste en 2015 y en 2019?

—En la presidenci­al de 2015 voté por Scioli y en la de 2019 por Alberto. Soy muy predecible.

—¿Cómo fue tu relación con Néstor Kirchner?

—La relación personal con Néstor fue de amistad. Cuando se lanzó le dije a Daniel que era muy probable que llegue porque tenía mucha voluntad. Daniel hizo una tapa en la revista

Poder, con el título “el candidato que viene”, o algo así. Néstor me buscó a través de Carlos Ávila y me dijo que participar­a de la campaña. Le respondí: “No estoy para hacer campaña.

Tenemos el concurso de SúperCanal. Tenemos mucha deuda. Estoy ayudando a Daniel y a Freddy en esto, así que no puedo. Lamentable­mente no puedo”. Siempre tuvimos una amistad. Después tuvimos bastantes agarradas políticas cuando fue la Ley de Medios. Por pegarle a Clarín nos pasaban por arriba a nosotros también. Tengo intelectua­l y emocionalm­ente un apego al peronismo muy grande, porque creo que es la fuerza de transforma­ción social y de modernizac­ión de Argentina. Lo mismo con Cristina y hoy con Alberto. Si uno mira hitos grandes de los últimos ciento y pico de años de modernizac­ión de la Argentina, encuentra la jornada laboral, las vacaciones pagas, el voto femenino, la ley de divorcio, el matrimonio igualitari­o, la legalizaci­ón del aborto, la participac­ión de las mujeres en las listas. Hay gran cantidad de capital político del peronismo en esas transforma­ciones. Hay cosas que hacemos muy mal y la gente nos lo recuerda en elecciones, por eso no estamos siempre. Pero el peronismo fue el gran motor de esas cosas.

—¿Qué diferencia­s percibís en la corrupción de los 90 y la que siguió luego? —No hay justificac­ión para la corrupción estatal. No sé si la causa Cuadernos es un buen ejemplo. Tuvo mucha intervenci­ón política, de medios y de lawfare y de extrema utilizació­n. Pero hay casos que no son cuadernos. José López, por ejemplo. Casos claros de corrupción. La única cosa que funciona es un Poder Judicial con fuerza. Fuerza también para resistir la presión de los medios. El linchamien­to mediático es previo a la acción de la Justicia. Alimentar la Justicia con preinvesti­gaciones de inteligenc­ia o fabricadas es uno de los instrument­os del lawfare. Lawfare hay para todos lados. Sería muy útil transparen­tar y aumentar los mecanismos de financiami­ento de la política.

En cada cosa hay que mirar quién puso el capital político, y siempre fue el peronismo

—Simplement­e para recordar a la audiencia más joven: la ley de divorcio fue de Alfonsín.

—La votamos nosotros. Con los votos de Alfonsín no alcanzaba. El cuerpo lo pusimos Cafiero y yo. Si no, no salía. El radicalism­o tenía un sector de derecha ultraconfe­sional, escondido, que restaba el voto, que venía de la mano de Eduardo Angeloz y del radicalism­o de Córdoba. La ley de divorcio salió con Alfonsín y el peronismo renovador, como el freno a los carapintad­as. Lo pagamos históricam­ente. Tanto que a nosotros nos decían alfonsinis­tas.

—Lo tiene que proponer el Ejecutivo. ¿Les decían alfonsinis­tas?

—Volvería a hacer todo lo que hicimos por ayudar a Alfonsín, con la diferencia de que habría que haber hecho un gobierno de coalición los dos últimos años. Lo mismo pienso de Fernando de la Rúa. Un gobierno de coalición, sostenerlo y que terminara el mandato. Gran virtud de Alberto Fernández, que quiso que

No hay otra forma de hacerlo. Entonces es fondeo público y transparen­cia los balances. Si uno mira este gobierno, lleva casi dos años y no hay un solo episodio de corrupción importante. El Gobierno dio un salto muy grande en aumento de calidad. Aun con todo el conflicto que tiene con gran parte de los medios, no hay casos de corrupción.

—¿Cómo fue el episodio del secuestro de Mauricio Macri?

—Tuvimos suerte. No había inteligenc­ia artificial. Leyendo diarios viejos encontramo­s que se juntaba Julio Turco Ahmed con Raúl Guglielmin­etti en el patio de la cárcel. Empezamos a rastrear por ahí. Se nos había puesto que era Guglielmin­etti, pero no: era Ahmed. Fue con mucha informació­n pública en diarios viejos, un poco de electrónic­a. No se podían intercepta­r

Macri cumpliera el mandato.

—¿Cuáles hubieran sido las posibilida­des que tenía Alberto Fernández de que Macri no terminara su mandato?

—No hacer nada simplement­e. Macri no quería frenar la sangría de dólares. Hubo discusione­s entre los equipos económicos de Alberto Fernández, que todavía ni se sabía quiénes iban a ser, y los que estaban. Así pararon la sangría. El gobierno de Macri estaba en una posición delirante. Autorizaro­n 5 mil dólares de importació­n libre por correo sin límite. Fue enorme la fuga, que se suma a la de sus amigos. Hubo negociacio­nes por abajo, Lacunza y no me acuerdo qué otro se sentaron sobre los dólares. Se frenó un poco la sangría, se hizo más lenta, no hubo estallido hiperinfla­cionario y terminó. Si lo dejaban solo en la mística de quemar los dólares, se le hubiera ido a 300 y se tendría que haber ido antes porque le prenden fuego la ciudad.

—Si Alberto Fernández hubiera dicho, como Guido Di Tella en su momento que también esperaba un dólar recontraal­to, los llamados, pero sí ubicar las celdas donde tuvieron los celulares. Después sí al final ya hubo intercepci­ón de llamadas, cuando se habían identifica­do las celdas. Tuvimos suerte. Se pudo identifica­r la célula y resolvimos. Un policía muy valiente, Carlos Sablich, que después la pasó mal, fue crucial en la recuperaci­ón con vida de Macri y el posterior desbaratam­iento de la banda. Era gente que había tenido entrenamie­nto, grupos de tareas entrenados para secuestrar gente y hacerla desaparece­r. Cuando terminó la dictadura siguieron, nunca supe si por cuenta propia o con conexión con los genocidas. Lo más probable es que haya sido por cuenta propia. Tenían el pozo en la Capital Federal, una cosa inimaginab­le. Eran audaces y había participac­ión policial, si no, hubiera sido imposible.

n¿hubiera producido el mismo efecto y no quiso hacer eso?

—Quiso que cumpliera el mandato, que era importante. No lo conocen quienes lo acusan de que se quiere llevar la república por delante. Preservó la integridad del mandato y del funcionami­ento institucio­nal.

—¿No hubiera alcanzado con lo hecho por Hernán Lacunza?

—Habían perdido por completo el rumbo. En la última frenada de dólares que hicieron todavía querían dejar 5 mil dólares por día por persona. Imaginate el nivel de fuga ante la pérdida total de confianza. Se puede tener libertad cambiaria cuando hay confianza. Sin confianza y con libertad cambiaria no queda un solo dólar en el Banco Central.

—¿Lacunza llega a ministro de Economía en un acuerdo entre el peronismo y Juntos por el Cambio?

—No, Lacunza llega solo, pero el peronismo le da al gobierno de Macri instrument­os y espacio político para que contenga la explosión cambiaria y así le otorga tiempo para que cumpla el mandato. Con una explosión cambiaria se hubiera tenido que ir antes porque con un pico hiperinfla­cionario la gente saldría a la calle.

—¿Cuáles serían los instrument­os? ¿El cepo, por ejemplo? ¿Qué instrument­os no podría haber usado Lacunza sin el peronismo?

—La palabra “cepo” es una creación despectiva. Es control de cambios. El control de cambio es imprescind­ible. Es mejor un país sin control de cambios. Para no tener control de cambios hay que tener confianza. Cuando se pierde la confianza, si uno no quiere quemar las reservas, tiene que establecer control de cambios. No hay alternativ­a. O los dólares se quedan por confianza o se quedan por controles. Si no, se van.

—¿El control de cambios lo podría haber aplicado Lacunza solo sin un acuerdo con el peronismo?

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NESTOR GRASSI

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