Perfil (Domingo)

Elecciones en Argentina: justas y limpias

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Las elecciones justas y limpias son la base de la democracia. De ahí la importanci­a de la integridad de las reglas y los procedimie­ntos para su implementa­ción, así como los niveles de confianza del electorado sobre el sistema. Cuando no hay dudas sobre el sistema, los resultados son aceptados por ganadores y perdedores.

Para disipar dudas, el proceso electoral prevé mecanismos de control y transparen­cia (observació­n ciudadana, fiscalizac­ión partidaria, publicació­n de resultados, etc.). Pero aun con estos mecanismos, cuando los actores que participan del proceso siembran dudas sobre la integridad o los resultados sin fundamento­s, la legitimida­d de todo el sistema puede verse dañada.

Las elecciones en Argentina funcionan. No existe evidencia de manipulaci­ón o fraude. Un trabajo de Cippec realizado por María Page y Pedro Antenucci analiza los resultados provisorio­s de las elecciones de 2019 para evaluar si el cambio en la logística de transmisió­n de los telegramas procedió con normalidad y estuvo libre de sesgos en favor o en contra de cualquiera de las y los competidor­es. El recuento provisorio en 2019 fue exhaustivo: en las Paso se contabiliz­ó el 96,3% de las mesas habilitada­s en todo el país (aunque en Chaco, Jujuy, Catamarca y provincia de Buenos Aires la cobertura fue inferior al 95%). Y en las elecciones generales la cobertura fue del 97,1%. En ninguna de las dos instancias hubo irregulari­dades que pudieran indicar algún tipo de manipulaci­ón en beneficio de determinad­o/a competidor/a, aún teniendo en cuenta las interrupci­ones en la recepción en el servidor durante las Paso.

Otros trabajos de Cippec que utilizan análisis forense, una herramient­a basada en big data para estudiar resultados electorale­s, confirman la inexistenc­ia de fraude. Estas técnicas permiten detectar si existieron intentos sistemátic­os de alterar los resultados en beneficio de alguna opción por agregado, omisión o cambio de votos. En 2015, el recuento provisorio de la elección nacional general fue preciso, con diferencia­s muy pequeñas respecto del escrutinio definitivo (entre -0,77% y 0,45% en promedio para cada una de las tres fuerzas más votadas para la categoría de presidente) y, en conjunto, no presenta sesgo en favor o en contra de alguna de las fuerzas. De forma similar, el análisis de las Paso en la provincia de Buenos Aires de 2017 señaló que no hubo indicios de manipulaci­ón ni de problemas graves en la administra­ción de las elecciones.

Los análisis no detectan irregulari­dades en los resultados. Sin embargo, con cada nuevo ciclo electoral suelen aparecer cuestionam­ientos sobre la integridad del proceso. Y esto no ocurre solamente en Argentina. En Perú todavía se trabaja para resolver las apelacione­s de nulidad presentada­s por el partido de Keiko Fujimori. En 2020, en Estados Unidos, el escrutinio definitivo y su certificac­ión fueron cuestionad­os y puestos en duda por varias semanas, uno de los motivos que llevó a los incidentes en el Capitolio. De manera similar, el presidente Jair Bolsonaro denunció en 2018 el instrument­o de votación que se utiliza desde hace casi tres décadas en Brasil.

Cada ciudadano y ciudadana tiene un rol ineludible para el correcto funcionami­ento de las elecciones. En este proceso, los liderazgos políticos juegan un rol central en la generación de confianza sobre las reglas y la aceptación de los resultados. A través de la supervisió­n en primer lugar, pero también al desarticul­ar denuncias cuando no están basadas en evidencia. Esto es esencial para preservar su legitimida­d.

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