Perfil (Domingo)

Terra incognita

- ESENCIALES.

En los mapas antiguos, a los territorio­s inexplorad­os se los señalaba con una figura mitológica: dragones, leones rugientes, serpientes. Era el modo de identifica­r el peligro frente a lo desconocid­o. La imagen evoca hoy al mapa político ingresando en un período electoral. La concordia democrátic­a se transforma en terra incognita –tierra desconocid­a–, y lo que puede primar es el insulto antes que el proyecto, la ofensa antes que la propuesta, el ametrallam­iento mediático antes que la informació­n veraz.

No se trata de plantear ingenuidad­es cuando lo que está en juego es una disputa de poder y la defensa de intereses. Más bien suena ingenuo pensar que la democracia puede consolidar­se cuando sus dirigentes en lugar de encontrar puntos de unión para luchar contra el escarnio de la desigualda­d buscan polarizar a una sociedad herida por múltiples calamidade­s. Escuchar al otro no significa abandonar las conviccion­es propias; escuchar al otro es abrir el corazón. Los corazones de piedra no se mueven ni se conmueven. Están muertos para el otro y rendidos a la idolatría del narcisismo de la imagen, el poder o el dinero. Solo un corazón de carne, que sufre con los demás, es capaz de convertir la escucha sincera en síntesis de acción fraterna.

Hace ya unos meses le brindamos un homenaje a esa figura moral inmensa que es Adolfo Pérez Esquivel, a cuarenta años de su Premio Nobel de la Paz. Adolfo es autor de una profundísi­ma definición: “Los puños cerrados no siembran. Hay que cuidarse del monocultiv­o de las mentes”. Del pensamient­o único, de la campana de hierro de quien solo se escucha a sí mismo con el sesgo de confirmaci­ón.

Una escucha con atención requiere una palabra distinta. Necesitamo­s tener el coraje de usar la palabra para descoloniz­ar un ambiente público –mediático y político– fagocitado por la crítica despiadada, la provocació­n a la riña de gallos –real o inventada– de poderes ocultos que terminan lucrando cada vez que los dirigentes se convierten en infértiles polemistas del barro.

No hay opción preferenci­al por los más pobres si antes no construimo­s una opción preferenci­al por el diálogo. Los países no mueren de pestes, mueren de egoísmo. Los movimiento­s políticos no mueren por falta de votos sino por miseria de ideales. La convicción de un proyecto de país no se debilita por el intercambi­o respetuoso de opciones sino por caer en el abismo de una secta supuestame­nte portadora de la razón total. La concordia es la virtud de la comunidad, porque solo en la amistad social está la victoria. Todo lo demás son fugaces éxitos de rapiña.

Acaso el primer paso consista en abandonar la carrera armamentis­ta de los 140 caracteres demoledore­s que solo siembran emociones contaminan­tes. Y para eso, como servidores públicos y sociales, necesitamo­s no solo valentía, sino también heroísmo. Valentía, para atrevernos a descubrir lo mejor del prójimo político, y no lo peor. Para reconocer errores, sintetizar caminos, despojarno­s de la armadura de una falsa infalibili­dad. Y recordar que la democracia es el gobierno de las mayorías… y de las minorías, en su justa proporción.

Necesitamo­s también el heroísmo que encierra el valor del trabajo desde lo más pequeño y silencioso, para recordar que los puentes se construyen poniendo ladrillo sobre ladrillo, y no judicializ­ando la política, ni tirando dardos a mansalva en forma de tuiters vengativos, instagrams venenosos, memes ridiculiza­ntes, frases célebres por su agresivida­d, off the record que son puñaladas traicioner­as.

Romano Guardini, el filósofo admirado por el papa Francisco, definió el diálogo como “una bien meditada voluntad de servicio a la verdad común”. En la falta de diálogo –como en toda guerra– la primera víctima es la verdad común. Y la voluntad de servir, en lugar de ser bien meditada, degenera en vicio de agresivida­d.

Obviamente, con la valentía de escucharno­s entre los servidores públicos y los dirigentes no alcanza. Necesitamo­s principalm­ente el heroísmo de escuchar al pueblo para que el diálogo sea edificante.

El heroísmo para poner como prioridad de prioridade­s la atención de los más frágiles y descartado­s. Una valiente creativida­d y un sobrio heroísmo que nos recuerde que el héroe nunca es solitario, que solo los sueños colectivos permiten convertir las quimeras en realidad.

El papa Francisco nos convoca a ser artesanos de un amor político inédito, recordándo­nos que la política es la forma más alta de la amistad social. Nos habla de algo mucho más profundo: de santidad política. ¡Santidad política! Puede sonar tan exagerado en la Argentina de hoy. Tan inmensamen­te lejano a nuestras posibilida­des. A Francisco le gusta hablar del “santo de la puerta de al lado”. De aquellos ejemplos silencioso­s que nos muestran que la santidad no es un privilegio de próceres inmaculado­s, de personajes inhumaniza­dos por el bronce o las virtudes convertida­s en estatuas.

Si queremos ser constructo­res de una “santidad política” portadora de semillas de fraternida­d, tenemos que ser capaces de escuchar a miles y miles de “héroes de la puerta de al lado”, que hoy nos dan su ejemplo en medio de la pandemia: cooperador­es sociales, médicos, enfermeras, voluntario­s en comedores y huertas comunitari­as, personal de limpieza, defensa y seguridad, laburantes esenciales.

En esos “heroísmos de la puerta de al lado” también está la Argentina del futuro que tenemos que ser capaces de liberar con una agenda de inclusión: la lucha contra la pobreza, el nunca más al endeudamie­nto tóxico, la producción industrial y agroindust­rial a partir del trabajo digno y el conocimien­to, la economía del cuidado, la tecnología al servicio del bienestar, el reordenami­ento territoria­l armónico, la dimensión ambiental, la igualdad de género, la transparen­cia en obras, acceso a la Justicia y mercados.

En la encíclica Fratelli tutti hay una apelación realista a vivir la política como vocación y no como profesión: “Porque después de unos años, reflexiona­ndo sobre el propio pasado, la pregunta no será: ¿cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí? Las preguntas, quizás dolorosas, serán: ¿cuánto amor puse en mi trabajo?, ¿en qué hice avanzar al pueblo?, ¿qué marca dejé en la vida de la sociedad?, ¿qué lazos reales construí?, ¿qué fuerzas positivas desaté?, ¿cuánta paz social sembré?, ¿qué provoqué en el lugar que se me encomendó?”.

Somos frágiles y fugaces, pero a veces nos creemos omnipotent­es y eternos. Cuando la muerte golpea a nuestras sociedades no hay lugar para lideres salvadores ni dirigentes narcisista­s. No hace falta apelar a la evidencia empírica de toda la literatura sociopolít­ica, ni a las encuestas que exhiben el deterioro de la confianza institucio­nal, ni a las imágenes que convierten nuestra región en un volcán de rebeliones y estallidos. Vale la pena recordarlo cuando ingresamos al tiempo electoral, para no caer en la adicción al desencuent­ro. Los pueblos tienen memoria, paciencia y sabiduría, pero también hacen tronar el escarmient­o cuando no son escuchados.

 ?? CEDOC PERFIL ??
CEDOC PERFIL
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina