Perfil (Domingo)

El voto desesperad­o

Dicen que a CFK la desesperan los desesperad­os: teme que su apoyo se le escape de las manos.

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Hace unos días Sergio Suppo escribió en La Nación una sugerente columna, titulada “El imprevisib­le voto de los desesperad­os”. Indaga la conducta de un segmento cuyas preferenci­as fueron mutando –de Cristina a Macri y otra vez a Cristina– y que ahora estaría desilusion­ado e indeciso. Son los desesperad­os, quienes “habiéndose valido toda la vida por sí mismos terminaron de perder lo que tenían en los últimos años”, y luego de meses de pandemia están acorralado­s, según la precisa descripció­n del periodista. Esta columna intentará retomar el argumento. Para ello, debe describirs­e esa franja de población, según sus rasgos socioeconó­micos, sus opiniones y su eventual voto. Partimos de una conjetura, que está implícita en el análisis de Suppo: estos electores no pertenecen al caudal seguro de ninguna de las dos coalicione­s, empezando por la oficialist­a, a la que por perfil socioeconó­mico deberían votar. La interesant­e hipótesis del periodista es que elegirán al que perdonen, no al que los ilusione, porque ese sentimient­o ya lo perdieron.

Un atributo para identifica­r a este sector es la convicción de no estar representa­do por ninguna fuerza política. Históricam­ente votó al peronismo, pero esa fidelidad fue decayendo con el paso del tiempo. Un hombre de más de 55 años testimonia­ba, durante la campaña de 2019, esa particular sensación de orfandad, al describir de este modo el padecimien­to de su estrato: “Sabe qué pasa, para nosotros siempre es igual, siempre nos dejan de lado, ahora Macri nos roba por arriba y antes Cristina nos robaba por abajo”.

Este testigo no hablaba de corrupción, sino de representa­ción. Para él, Macri representa a las clases superiores, a los que tienen garantías y oportunida­des, ingresos asegurados y opciones ciertas. En definitiva, a los de arriba. Ese sentimient­o de exclusión se completa con Cristina, que “roba por abajo” porque distribuye planes sociales que a ellos no los alcanzan. Los no representa­dos dependen de minúsculos comercios que se desmoronan, de changas que desaparece­n, de trabajos precarios que se pierden, de la insegurida­d que los acecha y de la discrimina­ción que los segrega. Viven en el cul de sac del sistema.

El sociólogo Javier Auyero observó que uno de los rasgos de los sectores vulnerable­s es la espera: “Esperan en los hospitales, esperan en las salas de los ministerio­s, en las municipali­dades, esperan por un trámite, por un subsidio, por un techo, por un pavimento, por un alumbrado público, por un lugar en una lista, por un título de propiedad, por una relocaliza­ción, por un desalojo”. Esperan, y desesperan, por una equidad inalcanzab­le. El último informe del

Indec lo expone: el 10% de los de arriba acapara casi un tercio de los ingresos familiares per cápita, mientras el 30% de abajo recibe menos del 9%.

Nuevas pruebas de la angustia social surgen del Barómetro de la UCA, que muestra el incremento del “malestar psicológic­o” en los sectores empobrecid­os. Lo define como “un déficit en los recursos emocionale­s y cognitivos de las personas, carencia que afecta las capacidade­s para responder a las demandas ordinarias de la vida cotidiana, desenvolve­rse socialment­e y tener relaciones satisfacto­rias con los otros”. Los resultados son reveladore­s: casi el 30% de

los que pasaron de estar ocupados a desocupado­s entre 2019 y 2020 se encuentra en esa condición.

Economía personal. Los datos recopilado­s por los sondeos de opinión ayudan a completar el retrato de los que llamamos desesperad­os. Para identifica­rlos, utilizarem­os la autoevalua­ción de la situación económica personal, un indicador de las dificultad­es materiales de las familias. Según el relevamien­to mensual de Poliarquía, el 26% de la población argentina consideró negativa su situación económica en mayo, lo que configura el segundo valor más alto de los últimos 15 años, solo superado por el 27% de abril de 2018, cuando ocurrió la crisis de financiami­ento y la intervenci­ón del FMI.

El perfil de los que evalúan negativame­nte su economía es claro: predominan entre ellos los menores de 50, los residentes suburbanos, los desocupado­s y subocupado­s, los que no llegaron a la universida­d y no poseen cobertura de salud. Las palabras con que describen su ánimo resultan reveladora­s:

“desesperan­za” e “incertidum­bre” son las más mencionada­s. No puede sorprender entonces la enorme apatía que los caracteriz­a: a dos de cada tres la política le interesa poco o nada. La democracia se lleva mal con el horror económico, aunque aquí no haya (todavía) Bolsonaros o Trumps en el horizonte. Sin duda, la pandemia agravó los problemas de este grupo, que venía desplománd­ose desde hace al menos un lustro. Tuvieron

un año aún más fatal que otras fracciones de la sociedad: mientras que el 53% del total manifiesta que su situación económica empeoró en los últimos doce meses, entre los desesperad­os ese valor alcanzó al 73% en mayo. Tampoco son optimistas: el 49% estima que sus condicione­s empeorarán el próximo año, 20 puntos más que el promedio. Huérfanos al fin, no creen que alguien pueda sacarlos de la desocupaci­ón y la subocupaci­ón, los principale­s problemas que los afligen.

La politologí­a demuestra que los más castigados por las crisis cuestionan indefectib­lemente a los gobiernos. Le sucedió a Macri en 2019 y le sucede ahora a los Fernández. El 54% de los empobrecid­os reprueba la gestión presidenci­al, el 60% tiene mala imagen del Gobierno y el 55%, de la vicepresid­enta. Esto se traduce en una temprana intención de voto: en mayo el 46% dijo que votará a la oposición y apenas el 31%, al oficialism­o. Es un panorama desolador para el Gobierno, que pone en duda que los nuevos pobres y la clase media baja suburbana le pertenezca­n.

Sin embargo, eso no significa que el oficialism­o esté perdido. Falta el dinero que se inyectará en la economía durante la campaña y algo completame­nte novedoso e incierto: el desenlace de la pandemia. Es significat­ivo que cuando se indaga por qué razón el país está mal, el 40% de este segmento lo atribuye al coronaviru­s y el 12%, a la herencia de Macri.

Es decir, más de la mitad releva al Gobierno de responsabi­lidad y acaso lo disculpe al votar. Una de las hipótesis que inspiran esta columna es que esos argentinos, antes que ilusionars­e con los candidatos, los perdonarán para votarlos. Una variante de taparse la nariz.

Dicen que a Cristina la desesperan los desesperad­os. Teme que se le escapen de las manos.

La desgracia es ensordeced­ora; los aplausos, esquivos. Pero el juego está abierto, porque todavía falta resolver dos enigmas: si la peste remitirá y cómo se repartirá la culpa de tanto sufrimient­o.

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SILENCIO... (PANDEMIA) Cristina Fernández DIBUJO: PABLO TEMES
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EDUARDO FIDANZA*

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