Perfil (Domingo)

Nada es para siempre

- GUILLERMO PIRO

El lector atento habrá ligado el título de esta columna a la novela de Norman MacLean que sirvió de base al film de Robert Redford que catapultó a la fama a Brad Pitt (sí, ya sé que un año antes había filmado Thelma & Louise, pero convengamo­s en que fue en Nada es para siempre cuando trabajó por primera vez como protagonis­ta). Nada es para siempre es también la traducción elegida para la novela que le dio origen, A River Runs Through It, pero el título aplica perfectame­nte también a otra novela que misteriosa­mente nunca fue traducida: Nothing Lasts Forever. El misterio poco a poco se agiganta cuando sabemos que Nothing Lasts Forever fue llevada al cine como Duro de matar (me refiero a la primera, la de 1988).

Su autor se llama Roderick Thorp, y no es un autor inédito en español. Están traducidas, en la Argentina y en España, varias novelas suyas: El detective, La calle del crimen, L.A. Puerta del infierno (atención, no La puerta del infierno), y otra con el encantador título Odiarás a tus padres como a ti mismo. Es poco lo que sabemos de Thorp y la fuente primordial es, naturalmen­te, Wikipedia. Nació en 1936 y murió en 1999. Siendo joven trabajó en una agencia de investigac­iones fundada por su padre y luego enseñó literatura y escritura creativa en la Universida­d de New Jersey y en escuelas de California. Conoció el éxito en 1968, cuando se llevó al cine su segunda novela, El detective, publicada dos años antes, protagoniz­ada por Frank Sinatra en el papel de Joe Leland. Una trama simple pero eficaz: encargado de descubrir quién asesinó a un tal Leikman, el sargento Leland arresta al joven Felix Tesla, quien luego de confesar es sentenciad­o a la silla eléctrica. Pero más adelante descubrirá que Tesla era inocente. Cosas que pasan. Cuando se decidió llevar Nada es para siempre al cine el primero al que le ofrecieron el papel fue –así lo estipulaba el contrato– Frank Sinatra, pero ante su negativa la elección del protagonis­ta tomó otros rumbos. Haciendo cuentas simples, Frank Sinatra en 1988 tenía 73 años, lo que respondía a la perfección al perfil del protagonis­ta, que seguía siendo Joe Leland, solo que ya viejo y retirado de la Policía de Nueva York.

Hollywood suele hacer graciosísi­mos y desastroso­s cocteles con las obras que lleva al cine, pero a veces la cosa funciona. Hay una mezcla de intuición y sabiduría que con suerte puede entrar en sintonía y lograr algo verdaderam­ente eficaz, aunque esté lejos de la fuente que le dio origen. Esta vez fue una de esas veces. Rejuveneci­eron a Joe Leland y lo llamaron John McClane. Leland visitaba a su hija, McClane a su esposa; en la versión original los terrorista­s son alemanes y están dirigidos por Anton “Little Tony” Gruber, a quien Leland conoció durante la Segunda Guerra. Y estos terrorista­s no tienen el doble discurso de los de 1988: lo que buscan son unos documentos que permitiría­n exponer a la Klaxon Corporatio­n con la Junta de Chile (la novela, publicada en 1979, está ambientada un año antes). También pretenden arruinar a la Klaxon Corporatio­n apoderándo­se de 6 millones de dólares y arrojarlos a la calle por una ventada del edificio. En la película los falsos terrorista­s irrumpen en la Nakatomi Corporatio­n para llevarse 640 millones de dólares en bonos: se presentan como terrorista­s solo para despistar. Algunas de las escenas icónicas del film salieron de la novela de Thorp: McClane que salta de la terraza en explosión atándose una manguera de incendio a la cintura; McClane moviéndose entre los huecos del ascensor y, al final, adhiriendo con cinta el arma a su espalda.

Todo eso lo sé y lo sabe cualquiera. Pero la pregunta es: ¿por qué esa novela jamás se publicó en español? Misterio.

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RODERICK THORP.

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