De amor y sus demonios
Las delicias de la vida conyugal suelen ser atravesadas por las sombras de la duda, por sospechas que terminan inundando la convivencia de paranoias varias. Todo puede estallar
A partir de la reconstrucción poliédrica de una relación de pareja, Los accidentes geográficos, novela de Flor Canosa, desgrana inquietantes hipótesis sobre el amor y sus demonios. Explorando aleatoriamente los estados y versiones de Greta y Henrik, Canosa explora a fondo sus pensamientos con paciencia arqueológica, develando las maneras en que cada uno construye al otro.
Las delicias de la vida conyugal suelen ser atravesadas por las sombras de la duda, por sospechas que terminan inundando la convivencia de paranoias varias. Todo puede estallar en cualquier momento: Greta y Henrik caminan por un campo minado, donde la percepción inoportuna de un mínimo detalle puede desatar una conflagración mundial: “El dolor y el miedo le vienen de adentro. Tiene el umbral alto para ambas sensaciones. El dolor crece en los pensamientos enquistados, en la posibilidad de perder, en el desamor, en la falta”. Tanta elucubración carcome la relación, y los juegos mentales se imponen sobre la pasión.
El imperativo del desplazamiento geográfico funciona como un ritual de evasión, a fin de exorcizar la angustia que les corroe el alma, el enorme vacío existencial que no puede llenarse con nada: “Henrik es un perpetuo extranjero que no hay manera de dejarlo quieto más de dos años en una misma patria”. Pueden estar en Italia, Noruega, Argentina, Montevideo o Ecuador, el mapamundi es una pista de hielo por donde se desliza una insatisfacción constante que atrofia sus identidades: “No soy de aquí, no soy de allá, ya no sé más quien soy”, parecen decir a coro, perdiéndose en cada ciudad, sin nunca poder afincarse ni encontrar un hogar.
En su burbuja mental, solo atinan a esbozar observaciones sociológicas sobre los habitantes de los lugares por los que transitan, con cierta intención vampírica de apropiarse del “ser” de cada lugar, mestizándose en una nueva entidad que nunca termina de conformarse: “Buenos Aires tiene esos edificios decimonónicos y esa mezcla monstruosa de basura y esplendor”.
Canosa intercala reflexiones metaliterarias que dan cuenta de los procesos creativos de la novela y cómo organizó el complejo devenir de sus movedizos personajes: “El ‘efecto Rashomon’ pone en juego todas las versiones de un hecho. Versiones compuestas por la voz y el recuerdo de cada uno de sus participantes y testigos. No da por válida ninguna versión por encima de las otras porque todas, cada una de ellas, tienen su parte de verdad y su parte de construcción del relato”.
La acumulación de versiones es un mecanismo ideal para narrar la historia de una pareja: “Todas las versiones son ciertas. No importa si nos conocimos en Madagascar, nos cogimos en Siberia o nos separamos en La Paz”. De los “múltiples zooms que hace la memoria”, Canosa enhebra un collage caprichoso pero certero sobre los accidentes que provoca el amor cuando sucede. Y algunas definiciones, dichas al pasar, resultan antológicas: “Enamorarse es encontrar un espejo que distorsiona y perderse en el mundo que hay detrás de él”.