La felicidad como idea
El material autobiográfico, que por la exploración introspectiva en juego bien podría incitar a la confesión, es desplazado en favor de algo indefinido, inefable o demasiado evidente
Reflexivo y vertiginoso, maravillado e irónico, sensual y raramente intimista, el nuevo libro de poesía de Pablo Queralt –médico y curador de poesía de la Biblioteca de San Isidro– transita por ese flujo simulado que caracteriza su estilo dando vida a un lirismo existencial, a un yo que se interroga sobre sí al modo de los torbellinos, de los incendios o de los temblores de tierra. El material autobiográfico, sin embargo, que por la exploración introspectiva en juego bien podría incitar a la confesión, de acuerdo con cierto género poético bastante difundido, en cambio es desplazado y astillado en favor de algo indefinido, inefable o demasiado evidente que se escurre entre las palabras, las metáforas, los colores. En cierto modo, se relata un viaje, en el sentido deleuziano, una suerte de aventura rizomática a través de la infancia, los amores, las fuerzas elementales, los horizontes lejanos, que solo se guía por un deseo infatigable: el de la felicidad.
Ahora bien, más que un tema o asunto se trataría de un leitmotiv, si no fuera que se repite a intervalos irregulares e inestables, además de alterar su significado prácticamente cada vez que aparece. Por un lado, cabe admitir que el yo lírico de Queralt reflexiona sobre sí mismo a través de esas “partes” (no más que pequeños indicios de una vida) del libro –sobre todo la primera y la segunda– que se espejan como momentos felices o infelices, pero no impide varias torsiones. En última instancia, la palabra “felicidad” se comporta como un significante vacío que asume diferentes encarnaciones, algunas contradictorias: amar para ser amado, creer en sí mismo, desapegarse del ego, rechazar la infelicidad, contemplar la intensidad de la naturaleza, disfrutar de los artificios estéticos, modificarse a sí mismo, entregarse al destino o confiar en el designio de los dioses. Por otra parte, ninguna de estas estaciones del deseo de ser feliz es la última sino, y de un modo tanto retrospectivo como prospectivo, inciertas y, todavía más, ambiguas.
En eso consiste la escena a la que alude el título, a lo que hay que sumarle (o restarle) eufemismos y subterfugios fallidos, evocaciones de una trascendencia vacía, caídas en una inmanencia fogosa y abigarrada, exabruptos, devaneos sobre el alma y el cuerpo, odas a las estrellas, melancolía por haber nacido, celebraciones del misterio del mundo, retazos de la vida cotidiana y finalmente –en la tercera parte– la inmersión en el caos de la realidad. El giro sorprende. De hecho, es en esta lírica final donde el canto de Queralt se despide de la inquietud por la felicidad, por ese deseo, idea o ideal de encontrarla o construirla. Como si todo el poema, al fin, no fuera más que la bitácora de un combate, contra el pasado y el porvenir, para liberarse del sueño de desear ser feliz y despertar.