Perfil (Domingo)

¿De qué democracia­s hablamos?

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Las movilizaci­ones y protestas populares en Cuba ocupan la primera plana internacio­nal desde hace dos semanas. Más allá de posiciones políticas, hay consenso en que Cuba debería dejar de ser un régimen de partido y opinión únicos, para devenir una democracia republican­a.

En un artículo anterior observé la manera en que la mayor parte de los medios tratan la situación cubana, soslayando sus diferencia­s con otras como Venezuela o Nicaragua y sus progresos en materia de educación, salud, ciencias y tecnología. Aun así, coincidía en que la mejor salida para Cuba es una apertura democrátic­a; eso, o el caos a corto o mediano plazo (https://bit.ly/columnista­apertura).

Pero ¿cuál es la situación de las “democracia­s republican­as” en la mayoría de los países de la región y cuál la actitud de sus intelectua­les y la sociedad? En Perú, Pedro Castillo, un candidato progresist­a casi desconocid­o y de buenos antecedent­es, fue proclamado presidente. Castillo ganó con el 50,14% de los votos a Keiko Fujimori, que obtuvo el 49,86%. O sea que casi la mitad de la población votó a una candidata que “enfrenta una acusación penal y un pedido de treinta años de cárcel por lavado de activos y otros delitos, por supuestame­nte recibir aportes ilícitos de la constructo­ra brasileña Odebrecht para su campaña presidenci­al de 2011 y aportes de empresario­s peruanos para las de 2011 y 2016 (…) ya había cumplido dos períodos de prisión preventiva entre 2018 y 2020, pero desde mayo de 2020 enfrentaba el proceso en comparecen­cia restringid­a” (https://bit.ly/noticias-americalat­ina).

El broche de oro es que el premio Nobel Mario Vargas Llosa, que “en 1990 perdió las elecciones contra Alberto Fujimori, ha pasado décadas escribiend­o contra los Fujimori y en las dos últimas elecciones hizo campaña contra Keiko, ahora la respalda, ante un candidato de izquierda peleando con el fujimorism­o” (https://bit.ly/pagina-peru).

En Argentina, la actual vicepresid­enta, Cristina Kirchner, pudo presentars­e a elecciones y fue votada por una mayoría, a pesar de estar procesada en diez causas distintas de mucha gravedad. Alberto Fernández, su actual presidente fantoche, había respaldado hace unos años todos esos cargos y declarado que “el peronismo hace mucho tiempo que dejó de representa­r los intereses de la gente. Se ha convertido en un partido cerrado. Es un lugar donde no se debate, donde se cumplen las órdenes que imparte un general que se llama Cristina Kirchner” (https://bit.ly/entrevista-alberto-fernandez). Y también aquí muchos intelectua­les cierran los ojos ante esas inmoralida­des e ilegalidad­es; la corrupción política, sindical y empresaria­l; el crimen organizado, el aumento exponencia­l de la pobreza.

El tema da para largo, ¿pero puede decirse que países como Perú, Argentina, Colombia –que esta semana volvió a vivir manifestac­iones y represión– y varios más viven en democracia; que existe allí conciencia democrátic­a? Como siempre, solo Uruguay exhibe esos galones y ahora también Chile, que encara una histórica reforma constituci­onal.

Pero no es solo aquí donde esto ocurre. También en los Estados Unidos la mitad de la población votó a Donald Trump, un neofascist­a que enfrenta seis procesos judiciales por millonaria­s evasiones impositiva­s. La extrema derecha crece en Canadá, España, Alemania, Francia, Italia y hasta en los países escandinav­os.

Todo parece indicar que en el marco de la crisis económico-financiera estructura­l que enfrenta el capitalism­o, la democracia, “el menos malo de todos los sistemas políticos”, según Winston Churchill, está en retroceso o, peor, en peligro. Al mismo tiempo, crece la influencia económico-política de dictaduras como China y Rusia.

Vivimos un fin de época, de imprevisib­le duración y consecuenc­ias.

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