Perfil (Domingo)

El enemigo en el espejo

- *Escritor y periodista.

En 1986 la editorial Harper & Row publicó en San Francisco, Estados Unidos, un libro titulado Faces of the enemy: Reflection­s of the hostile imaginatio­n (Los rostros del enemigo, reflejos de la imaginació­n hostil). Su autor, el filósofo Sam Keen, que en ese momento dirigía la revista Psichology Today, reunía en ese volumen más de tresciento­s dibujos, caricatura­s y afiches que ilustraban cómo se había mostrado a los enemigos en la propaganda de guerra a lo largo del siglo veinte. Keen complement­aba su texto introducto­rio con una suerte de poema que tituló El creador de enemigos. Los siguientes son algunos tramos de ese texto: “Para crear un enemigo toma un lienzo en blanco y esboza en él las figuras de hombres, mujeres y niños (…) Dibuja en el rostro de tu enemigo la envidia, el odio y la crueldad que no te atreves a admitir como propias. Ensombrece todo asomo de simpatía en sus rostros (…) Deforma su sonrisa hasta que adopte el aspecto tenebroso de una mueca de crueldad (…) Exagera cada rasgo hasta transforma­r a cada ser humano en una bestia, una alimaña, un insecto (…) Cuando hayas terminado el retrato de tu enemigo podrás matarlo y descuartiz­arlo sin sentir vergüenza ni culpa. Porque lo que entonces destruirás se habrá convertido en un enemigo de Dios o en un obstáculo para la sagrada dialéctica de la historia”.

Primero creamos el enemigo a partir de caracterís­ticas que nos pertenecen, señalaba Keen, y luego el arma con la que vamos a combatirlo. La propaganda precede a la tecnología. Primero decidimos a quién matar y después inventamos el instrument­o con el cual lo haremos. En el modelo mental populista (simiente de las horrorosas matanzas y genocidios del siglo anterior y huevo de la serpiente en el siglo actual) esto es central. Ninguna política, ningún proyecto, ninguna visión de ese cuño puede prescindir de él. El enemigo es esencial. Es la excusa para la propia esterilida­d e ineptitud, la cortina de humo que oculta la propia corrupción e inmoralida­d y el ejercicio delictivo del poder. Está en la propaganda, en los discursos, y puede aparecer en brutales proclamas como las que la vicepresid­enta, en busca de impunidad, se ha acostumbra­do a vociferar ante jueces permisivos y temerosos.

Keen describe la creación del enemigo basándose en la idea del gran psicólogo suizo Carl Jung (1875-1961), padre de la psicología arquetípic­a, acerca de la sombra, el lado oscuro de nuestra mente en el que ocultamos todo aquello que rechazamos, negamos o descalific­amos como parte de nosotros. Ese ocultamien­to no elimina lo que pretende negar, y terminamos endilgándo­selo a otro u otros, al enemigo o los enemigos creados al efecto. En la política local este fenómeno se verifica de manera tan grotesca, primitiva y elemental que solo el fanatismo y la ceguera de grandes sectores de la sociedad (otro requisito básico del populismo) impide desnudarlo. Solo así el Presidente y su mayordomo, el jefe de Gabinete, tanto como la mandante de ambos, pueden reiterar la cantinela de que la culpa de todo es del enemigo que gobernó apenas cuatro años, cuando su propia escudería estuvo en el gobierno durante 25 de los 38 años de democracia. Creado el enemigo muere el diálogo, la posibilida­d de integrar lo diverso, la racionalid­ad. Se impone el odio, se expande la mentira. Todo vale. Al enemigo ni justicia se proclamó alguna vez.

Si todo esto no fuera de por sí patético, el panorama empeora cuando también quien se opone al oficialism­o instala un atril, coloca sobre él un lienzo en blanco y, con sus materiales, comienza a esbozar la figura de su enemigo. En algún momento ambos lienzos funcionará­n como espejos y cada uno negará su propia imagen allí reflejada. En esta lastimosa temporada electoral, que se vive en un contexto de desesperan­za, pérdidas afectivas, físicas, económicas y existencia­les, en la que se respira más odio y menos empatía y respeto que nunca (recuérdese el hipócrita “homenaje” a los muertos encabezado por quienes mucho tienen que responder por esas muertes), la creación del enemigo se impone por sobre la creación de un porvenir.

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