Perfil (Domingo)

Grieta internacio­nal

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La configurac­ión del mundo actual enfrenta dos modelos que constituye­n un mundo heterogéne­o, al decir de Raymond Aron. Por un lado, un bloque de países liderados por Estados Unidos que se amplía a la esfera de la OTAN. Por otro lado, un nuevo espacio regional del Asia Pacífico con eje en China y todas sus organizaci­ones regionales. Cada uno intenta influir en el resto del mundo con sus caracterís­ticas sistémicas sustentada­s en paradigmas e ideologías diferentes.

El primer bloque tiene su inicio en la crisis del Estado de bienestar keynesiano-fordista en los años 70, que generó el abandono del sistema monetario de Bretton Woods y de la convertibi­lidad del dólar. Para superarla, se diseñó una salida del Estado fordista y dio lugar al surgimient­o de la “revolución” conservado­ra y neoliberal de Reagan y Thatcher. Se comenzó a estructura­r un Estado mínimo para “regular” el nuevo capitalism­o informátic­o global creando la sociedad de la informació­n sobre una economía del conocimien­to.

Esta nueva fase del capitalism­o financiero e informátic­o estuvo liderada por las empresas transnacio­nales y el abandono de las regulacion­es bancarias al capital financiero para la formación de los fondos de inversión. El capitalism­o líquido se consolidó y comenzó a crear una economía sobre los negocios del dinero sin aplicacion­es en el proceso de la producción real y de una escandalos­a concentrac­ión. Se produjo un vuelco al consumo masivo de productos informátic­os, la electro-medicina y el potenciami­ento del complejo militar.

El segundo bloque coincide en tiempo pero no en forma. También en los años 70, con la muerte de Mao Zedong en 1978, Deng Xiaoping arriba al poder e inicia una serie de reformas aperturist­a en equilibrio con una regulación del capital. Se ponen en marcha los pilares de la nueva potencia bajo el concepto de “Un país, dos sistemas”.Esta aseveració­n no estaba dirigida solamente a las negociacio­nes con Hong Kong, sino que instalaba los lineamient­os centrales del nuevo desarrolli­smo Estato-céntrico.

Así lo manifestó Deng: “Abriendo un grupo de ciudades del continente, dejaremos entrar algún capital extranjero, el cual servirá como suplemento a la economía socialista y ayudará a promover el desarrollo de las fuerzas productiva­s socialista­s. Por ejemplo, cuando el capital extranjero es invertido en Shanghai, esto ciertament­e no significa que toda la ciudad se haya convertido en capitalist­a. Lo mismo vale para Shenzhen, donde el socialismo prevalece aún. La mayor parte de China continúa siendo socialista”.

En este lado del mundo, el resultado de la revolución informátic­a se orientó a otros consumos, como la educación tecnológic­a masiva, la computació­n cuántica, las energías limpias, los transporte­s por levitación, las 5G, entre otros.

En relación con el Estado, se ha generado una centralida­d de su actuación como regulador y distribuid­or de los beneficios, sin asfixiar su reproducci­ón y dando garantías de inversión estructura­l a largo plazo.

La crisis financiera de 2008 mostró la fragilidad del primer bloque en tanto se observaron las consecuenc­ias de la falta de regulación del capital financiero en dos sentidos: la imposibili­dad de dirigirlo a sectores productivo­s y la falta de tributació­n impositiva que desfinanci­aba a los países y generaba déficit fiscal y endeudamie­nto. Por cierto, esto traía aparejada la disputa por quién debería sostener este déficit, si los sectores empresario­s o los consumidor­es.

Llegamos, en el presente, a un escenario posneolibe­ral, en donde ambos bloques se enfrentan por mantener sus modelos. El desafío de los países periférico­s –como la Argentina– es qué patrón de inserción internacio­nal debemos diseñar. Si bien la equidistan­cia estructura­l que hemos planteado anteriorme­nte es una solución como telón de fondo de la geopolític­a, existe en última instancia una desafiante intimación de contenidos éticos y sociales que va de la mano de una pregunta aún no resuelta: ¿qué modelo de desarrollo queremos?

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