Perfil (Domingo)

La Carta de Warren Ambrose

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Los rectores de las universida­des de Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Tucumán y Litoral decidieron renunciar. Los de las universida­des del Sur, del Noreste y de Cuyo aceptaron asumir como intervento­res. En la UBA, además del rector Fernández Long, nueve decanos anunciaron sus renuncias. La sede del Rectorado y las facultades de Arquitectu­ra, Ciencias Exactas, Filosofía y Letras, Ingeniería y Medicina, son ocupadas por autoridade­s, profesores y estudiante­s con el objetivo de resistir la violación de la autonomía.

Ese mismo viernes por la noche, Onganía ordena a la Guardia de Infantería de la Policía

Federal el desalojo de las sedes tomadas, pese a que las 48 horas de plazo todavía no se habían cumplido. Comienza de esta manera la “Operación Escarmient­o”.

La represión se lleva a cabo con gases lacrimógen­os, culatazos y bastonazos. El Decano de Exactas, Rolando García, estaba en reunión del Consejo Superior de la UBA, con el rector Fernández Long, por lo que la facultad estaba a cargo del Vice-Decano, el matemático Manuel Sadosky, quién, ante el ingreso de la Policía al edificio, sale a interrogar al que parecía el jefe del operativo. Como única respuesta recibe un golpe en la cabeza que lo hace caer.

Al día siguiente, Onganía clausuró todas las universida­des por tres semanas. Para el 22 de agosto la intervenci­ón había sido instrument­ada. Ese día asumía Luis Botet como rector intervento­r de la UBA. Su proclama: “La autoridad está por encima de la ciencia”. Desde

Entre los profesores que fueron víctimas de “La Noche de los Bastones Largos” estaba Warren Ambrose, un prestigios­o matemático estadounid­ense del MIT (Instituto de Tecnología de Massachuse­tts) de 51 años, que era profesor invitado de la UBA. Al día siguiente del ataque, escribió una carta a The New York Times para invitar a sus lectores a enviar “telegramas de protesta al presidente Onganía”. “Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas que resultaron ser gases lacrimógen­os. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando aquel momento, la UBA pasó a ser una institució­n vigilada, con policías de civil transitand­o sus pasillos y espiando lo que ocurría en las aulas a través de pequeñas ventanas en las puertas. Con todo, el resultado sería el inverso al deseado por la dictadura militar: la actividad política no haría más que crecer en las facultades.

Entre 1957 y esa noche oscura, la Universida­d de Buenos Aires, la más brutalment­e (evidenteme­nte estimulado­s por lo que estaban haciendo -se diría que estaban emocionalm­ente preparados para ejercer violencia sobre nosotros-). (…) Esta humillació­n fue sufrida por todos nosotros –mujeres, profesores distinguid­os, el Decano y Vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiante­s. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos pero otros, menos afortunado­s que yo, han sido seriamente lastimados”. Una detallada crónica de los hechos que concluye con una frase premonitor­ia: “Esta conducta del Gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas razones entre las cuales se cuenta el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país”. Ambrose murió en 1995, en París.

ngrande, reconocida y poblada del país, vivía su época de oro inaugurada con el rectorado del filósofo e intelectua­l Risieri Frondizi, hermano del ex presidente Arturo Frondizi. En su gestión, que luego continuó el ingeniero Fernández Long, se modernizó la Universida­d, se lanzaron campañas de alfabetiza­ción, se fundaron las carreras de Psicología y Sociología, el Instituto del Cálculo, que estudió la trayectori­a del cometa Halley; se creó el Consejo Nacional de Investigac­iones Científica­s y Técnicas (Conicet), se fundó la Editorial Universita­ria de Buenos Aires

La proclama inaugural del intervento­r designado por la dictadura, Luis Boten, fue: “la autoridad está por encima de la ciencia”

(Eudeba), que llegó a editar 11 millones de libros a precios bajos; en fin, se democratiz­ó la Universida­d hasta niveles antes desconocid­os en la Argentina.

A partir del avance militar en el gobierno de Illia, los estudiante­s incrementa­ron su activismo opositor: primero, ante la muerte de un estudiante en las movilizaci­ones contra la invasión norteameri­cana a Santo Domingo, en 1965, que anunciaba el comienzo de la feroz Doctrina de la Seguridad Nacional en Latinoamér­ica, y luego, a partir de la amenaza creciente de reducción del presupuest­o educativo, que por entonces alcanzaba la increíble cifra del 20% del total del Presupuest­o nacional.

La decisión de Onganía tenía como base la idea de que en esos ámbitos académicos se desarrolla­ban “ideas peligrosas”, terminolog­ía con la que elegía nombrar a corrientes políticas de izquierda que eran vistas como “perjudicia­les a los intereses de la República”. Así lo refleja el grito con que el jefe de la Policía Federal, el general Mario Fonseca, dio la orden de desalojo: “Sáquenlos a tiros, si es necesario. ¡Hay que limpiar esta cueva de marxistas!”.

De allí surge su intento de

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