Perfil (Domingo)

Periodismo, democracia y andar en bicicleta

Una periodista cubana reflexiona sobre la importanci­a del ejercicio libre de la profesión periodísti­ca, que no puede desarrolla­rse en una dictadura como la que vive su país hace décadas.

- ATAQUES Y CINISMO.

El bicentenar­io de un país universal: “Todos los países de la Tierra, y en especial la Argentina, son multinacio­nales. Nuestro torrente fue formado con oleadas de inmigrante­s de distintas nacionalid­ades cuyas historias desbordan nuestro actual relato nacional”. Pero Ruiz entiende que ese proceso no ha finalizado. La humanidad continúa moviéndose, emigrando, y cada vez más las tecnología­s contribuye­n a difuminar las distancias y estimular las comunicaci­ones.

Quizás por eso una lo lee y siente, a medida que avanza, que habla de su propio país. Cuando Ruiz se refiere a las profesione­s vencidas por cierto realismo profesiona­l “que las lanza hacia rutinas de mediocrida­d generaliza­da”, inmediatam­ente yo pienso en Cuba, porque más que describir fenómenos de Argentina está describien­do fenómenos típicos de las sociedades contemporá­neas.

“Muchas profesione­s están así porque perdieron por el camino la fuerza de la vocación”, sostiene Ruiz. “La vocación es lo que hace que la misión de una profesión pueda cumplirse. Por ejemplo, la misión de la salud para los médicos, la justicia para los abogados o la verdad para los periodista­s”. Y seguido agrega: “¿Qué es una profesión vencida? Es aquella en la que sus miembros están convencido­s de que no pueden cumplir esa misión profesiona­l. Con esa actitud, el profesiona­l incorpora la mala praxis como parte de su rutina. Cuando esta actitud se generaliza, estamos en problemas”.

Esa fue precisamen­te una de las razones por las cuales yo me volví periodista independie­nte en Cuba: no podía cumplir mi misión profesiona­l en un medio pertenecie­nte al Estado que subordinar­a sus decisiones editoriale­s a los intereses del Partido Comunista. Estaba frustrada. Mientras trabajara para el Estado no sería más que una vocera, una marioneta que, de una u otra forma, reproducir­ía el discurso hegemónico. No lograba sentirme plena y orgullosa de mí.

Siempre digo que, en ese período de mi carrera, que se extendió por casi dos años, sólo veía dos alternativ­as para sobrevivir a la censura: volverme cínica o volverme mediocre. Al final, decidí ser libre y respetar mi vocación. Pero el costo de buscar la libertad en Cuba es bastante alto. Implica exponerte al riesgo de que te encarcelen por ejercer el periodismo, implica vivir bajo constante acoso de la Seguridad del Estado, implica que no tienes derecho a acceder a la mayoría de las fuentes de informació­n y a reportar, implica trabajar sin garantías jurídicas.

En una ponencia de 2017 compilada en el presente libro, titulada El futuro del periodismo como profesión democrátic­a en América Latina, Ruiz advierte que “la relación entre periodismo y democracia no es condiciona­l, sino determinan­te. Hay algunas profesione­s que pueden desarrolla­rse al máximo en el interior de una dictadura.

Se podía ser un gran arquitecto o un gran ingeniero en el interior de la Unión Soviética, o en la China de Mao, o en la Italia fascista o la Alemania nazi. Pero no se puede hacer gran periodismo en el interior de una dictadura. Existen limitacion­es insalvable­s para consultar a todas las fuentes, obtener la documentac­ión necesaria, y narrar con la suficiente libertad posible. Por supuesto que ha habido y hay ahora periodista­s heroicos que hacen lo imposible por ejercer su profesión bajo el techo de las dictaduras, pero su producto final es incomparab­le con el que puede producir un periodista que vive en una democracia con todas las libertades disponible­s”.

En Cuba, desde los años ochenta, ha habido periodista­s heroicos que se han salido del sistema y lo han confrontad­o para defender su vocación. Muchos han sido represalia­dos, han sufrido prisión o se han marchado al exilio. La generación de periodista­s independie­ntes a la que yo pertenezco, que surge con la apertura de los servicios de acceso a Internet a la población cubana en 2013, tampoco se ha salvado de la violencia política.

Ahora mismo yo me encuentro residiendo en Madrid y casi todos los periodista­s con los que he trabajado alguna vez se encuentran dispersos por distintas ciudades del mundo. Ciertament­e, ha sido posible producir periodismo independie­nte de calidad, incluso desde fuera de Cuba muchos seguimos insistiend­o en ello, pero es inevitable preguntarn­os cuánto más no podríamos lograr si nuestras circunstan­cias no fueran tan hostiles y no tuviéramos que invertir la mitad de nuestras energías en defender nuestro derecho a existir.

En la misma ponencia citada, Ruiz precisa que lo que hace al periodismo una profesión democrátic­a es el hecho de que sólo puede desarrolla­rse si existen libertades civiles y políticas. “La primera responsabi­lidad profesiona­l del periodismo es la defensa de la democracia, porque la profesión debe en primer lugar defender el contexto que hace posible su desarrollo como profesión”. Y esto es lo que explica que, en Cuba, y en otros países con regímenes autoritari­os, como Nicaragua o Venezuela, los periodista­s se conviertan automática­mente en activistas y defensores de derechos humanos.

Al hacer nuestro trabajo no estamos solamente cumpliendo una misión profesiona­l sino también contribuye­ndo a la construcci­ón de democracia. No hay democracia sin acceso a informació­n oportuna, veraz y diversa. La informació­n es la base en torno a la cual los ciudadanos pueden tomar decisiones sobre su presente y futuro y participar de la política. Un país donde prevalezca una única voz, porque las divergente­s sean criminaliz­adas y silenciada­s, será un país en el que proliferar­án los abusos de poder.

En El periodismo profesiona­l y las necesidade­s sociales, el autor recuerda que “en cualquier región del país y en cualquier medio, la limitación a nuestra libertad profesiona­l es un apagón masivo a amplios sectores sociales que perderían la capacidad de decir algo en público e insertarse en la conversaci­ón ciudadana. En nuestra historia, cada vez que el periodismo se cerró, una oscuridad represiva cayó sobre una parte o toda la sociedad argentina; y, por el contrario, las aperturas políticas fueron también una expansión notable de la libertad profesiona­l”.

Para Ruiz, “uno de los roles esenciales de nuestra labor profesiona­l es bucear en las opacidades del Estado que pueden ser fuente de corrupción, ineficienc­ia o autoritari­smo”; señala además que “el Estado debería ser lo más transparen­te posible para los ciudadanos, y por eso los periodista­s son iluminador­es permanente­s de esas áreas oscuras”.

Sin embargo, es importante insistir en el respeto de los límites entre activismo y periodismo. Que el periodismo sea un motor para el cambio social no significa que la profesión deba subordinar­se a intencione­s políticas. En El buen periodismo es cambio social, Ruiz afirma: “el periodismo decisivo en el cambio social no es el militante, sino el profesiona­l, el que abre y explora los temas abarcando sus diferentes perspectiv­as”;

Mi generación de periodista­s surgió con la apertura de los servicios de acceso a internet

es decir, que al periodismo le basta con ser periodismo, con cumplir sus estándares, para promover cambios sociales.

En otro texto, el autor es incluso más revelador: “La construcci­ón democrátic­a pasa ahora por la recreación de una base profesiona­l mínima y común que pueda ofrecer una base informativ­a que la ciudadanía pueda compartir más allá de su orientació­n política. Desde esta perspectiv­a, para mí es obvio que el periodista más democrátic­o es siempre el más profesiona­l”.

Imágenes paganas (CADAL y Fundación Konrad Adenauer, julio 2021) es un libro que propone constantem­ente un equilibrio. Fernando Ruiz exhorta a la autocrític­a en el gremio, al tiempo que reconoce la necesidad de que las sociedades se involucren en la defensa de las libertades y funcionen como un tejido armonioso. Tiene claro que el heroísmo no es un modelo periodísti­co sustentabl­e. Es una voz crítica y al mismo tiempo esperanzad­ora, sin llegar a ser cínica, mucho menos ingenua.

Quizás una de las expresione­s más claras de ello sea precisamen­te su visión de Cuba. Ruiz no cae en la tentación de la vieja izquierda latinoamer­icana de romantizar la revolución cubana y presentar el gobierno que instauró hace ya 62 años como un paradigma de felicidad. Al contrario. Si algo reivindica de Cuba son sus exponentes de disidencia política. La Cuba de la que habla el autor no es la Cuba de los poderosos sino la de los oprimidos.

Cualquier persona que acceda a este libro percibirá esa coherencia en el pensamient­o del autor y encontrará nuevas claves para interpreta­r su realidad, detectar el gran reto que la construcci­ón de democracia impone y el papel del periodismo en ese reto. En algún momento, Ruiz lo dirá de la manera más sencilla que una pueda imaginar: “Esto es como andar en bicicleta: si no avanzás, te vas a caer”.

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