Perfil (Domingo)

El riesgo de las calificado­ras de riesgo

- GUSTAVO BELIZ* Presidente del Consejo Económico y Social Secretario de Asuntos Estratégic­os

Democratiz­ar la economía y transforma­r los injustos pilares de la arquitectu­ra financiera internacio­nal es el gran desafío de la pospandemi­a. Uno de ellos entorpece el andar de los bancos multilater­ales de desarrollo (BMD), como si fuera una astilla en el pie. Es hora de poner sobre la mesa el rol de las agencias calificado­ras de riesgo, que tienen una implicanci­a central, entre otros, en el desempeño del BID y la CAF. Criterios enlatados para medir la proximidad de fantasmas que nunca aparecen frenan el despliegue de la asistencia económica y social hacia decenas de naciones de ingresos bajos y medios.

Las agencias crediticia­s califican con una nota a los países, a firmas del sector privado y a los organismos multilater­ales de crédito. La calificaci­ón máxima es AAA (triple A), seguida por AA, A, BBB, BB, etc. Una calificaci­ón más alta posibilita un acceso al financiami­ento internacio­nal en condicione­s más favorables debido a la señal que brinda a los inversores sobre un menor riesgo asociado. Una peor nota trae aparejado un incremento del costo para compensar un riesgo más elevado.

La calificaci­ón suele estar acompañada de una perspectiv­a que puede ser positiva o negativa. Por ejemplo, tras la pandemia, uno de cada tres países de América Latina fue calificado con perspectiv­as negativas debido a las restriccio­nes fiscales y al endeudamie­nto con los que afrontaron la crisis sanitaria.

Tres calificado­ras de riesgo –S&P, Moody’s y Fitch– monopoliza­n el 95% de un mercado altamente concentrad­o. Las metodologí­as utilizadas no siempre gozan del mismo nivel de transparen­cia y objetivida­d. Ni las tres calificado­ras miden lo mismo, ni ponderan o valoran de forma idéntica los mismos datos. Un mismo indicador puede tener lecturas distintas y puntajes diferentes según la cuota de discrecion­alidad que use el evaluador.

En el caso específico de los BMD, la categoría AAA se logra solo a partir de políticas conservado­ras y poco flexibles sobre la suficienci­a de capital, el riesgo crediticio y la liquidez, ocasionand­o fuertes restriccio­nes a la capacidad prestable.

Un informe encargado por el G24 concluyó que los métodos de las calificado­ras de crédito tienen un impacto muy negativo sobre la labor de los BMD, limitando demasiado su operatoria a pesar de su extrema solidez financiera.

En efecto, las agencias calificado­ras son en exceso restrictiv­as sobre el nivel de exposición al riesgo de los bancos multilater­ales que actúan en países en desarrollo. Es una solidarida­d puesta de cabeza donde la vara más alta, la mayor severidad y dureza se aplican sobre los organismos que tienen como misión ayudar a los más vulnerable­s.

Las evaluacion­es que se aplican a los BMD no contemplan adecuadame­nte sus fortalezas debido a que son variantes de las aplicadas a bancos comerciale­s. Un aspecto relevante es la considerac­ión apenas tangencial del estatus de acreedor preferente o privilegia­do. Los países no son solo deudores de los organismos multilater­ales, son también sus dueños. Las agencias de riesgo no consideran positivo que los países no tengan incentivos para caer en impagos porque generarían perjuicios a sus propias finanzas y externalid­ades negativas para otros países amigos y vecinos.

Los BMD tienen una idiosincra­sia y objetivos diferentes a los de la banca comercial, los fondos de inversión o las compañías de seguro. Sus carteras están diversific­adas entre distintos países, en diversas actividade­s económicas, entre el sector público y el sector privado. Su rol es contracícl­ico, están guiados por fines socioeconó­micos de desarrollo y no por una ambición de rentabilid­ad. Sus metas son de largo aliento.

Sin embargo, la capacidad prestable de los BMD se ve limitada por exigencias impuestas por manuales que desconocen su ADN y su historia.

Bajo un modelo de calificaci­ón de riesgo riguroso, transparen­te e independie­nte que comprenda su naturaleza intrínseca, los principale­s BMD podrían incrementa­r su asistencia financiera al desarrollo en más de 40%. Un cambio de las políticas de capital elevaría su capacidad prestable entre US$ 500 mil millones a US$ 1 billón, preservand­o incluso las calificaci­ones actuales.

Los BMD observan el problema, pero no han encarado todavía una acción colectiva que les permita salir del atolladero. Aunque las implicanci­as respecto del acceso a recursos no son menores, en muchos casos los bancos multilater­ales no cuentan con un estudio detallado sobre los costos y beneficios de pasar a un nuevo esquema de evaluación del riesgo crediticio, ni de adoptar decisiones alternativ­as de política financiera frente a las debilidade­s técnicas y las subjetivid­ades del actual modelo.

Una acción coordinada de la comunidad internacio­nal para modificar los criterios de evaluación y aportar transparen­cia podría ser la bisagra que precisa el financiami­ento al desarrollo.

Para abordar este desafío, hace unas pocas semanas el Grupo de Trabajo sobre Arquitectu­ra Financiera Internacio­nal del G20 encargó una revisión independie­nte sobre los marcos de suficienci­a de capital de los BMD para maximizar el financiami­ento, estrategia­s que dependen de la gestión crediticia del riesgo y de la relación con las calificado­ras. Se espera que el informe encargado esté terminado en 2022.

La reciente aprobación de la emisión de derechos especiales de giro (DEG) por parte del FMI fue un paso adelante para edificar una arquitectu­ra financiera internacio­nal más justa y solidaria. Lo mismo es válido para la conformaci­ón del Fondo de Resilienci­a y Sustentabi­lidad que posibilita­ría la recanaliza­ción de DEGs. El rediseño del sistema de evaluación crediticia sería otro paso firme en esta dirección.

El Consejo Económico y Social (CES) organizará el Foro Internacio­nal sobre Calificaci­ón de Riesgo en la Nueva Arquitectu­ra Financiera Global para intercambi­ar experienci­as y consensuar rumbos de acción sobre esta cuestión fundamenta­l. Argentina alzará la voz a nivel global sobre este tema, con racionalid­ad.

Una alternativ­a, impulsada por los economista­s franceses Gael Giraud y Cecile Renouard, es la creación de un cuerpo supranacio­nal capaz de verificar el trabajo independie­nte de las agencias calificado­ras.

En 2006, el 73% de los derivados montados sobre hipotecas tenían calificaci­ón AAA. Dos años más tarde, durante la crisis 2008-2009, su valor era cercano a cero. En 2010, con la Ley Dodd-Frank y la creación de la Oficina de Calificaci­ón Crediticia de la Securities and Exchange Commission (SEC), los Estados Unidos comenzaron a regular y auditar a las calificado­ras.

El accionar de las agencias aún resulta insatisfac­torio para identifica­r de forma anticipada episodios de sobreendeu­damiento y advertir a tiempo procesos especulati­vos. Por el contrario, acostumbra­n reaccionar después de una eventualid­ad y en lugar de jugar el rol de agentes preventivo­s terminan actuando como bomberos tardíos, generando más problemas cuando hacen leña del árbol caído.

No se trata de tomar más riesgo. Se trata de ser realistas en la evaluación del riesgo en condicione­s particular­es y no generales.

Se trata de permanecer abiertos al cambio y acordar métricas distintiva­s sobre la base del sentido común y la autocrític­a que den lugar a más ayuda al desarrollo, a créditos concesiona­les, a reducción de tasas y sobrecargo­s.

La recuperaci­ón del mundo en desarrollo tras la pandemia requiere una inteligenc­ia colectiva y un realismo audaz para movilizar recursos. Hacer más de lo mismo será demasiado poco y llegará demasiado tarde.

Modificar sus criterios permitiría impulsar la financiaci­ón para el desarrollo

No se trata de tomar más riesgo, sino ser realistas en la evaluación del riesgo

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CEDOC PERFIL IDEA. Economista­s franceses Gael Giraud y Cecile Renouard proponen supervisar a las calificado­ras.
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