Perfil (Domingo)

El pelaje de cañas verdes se esparce desde el lecho ondeado del río ancho hasta el nacimiento de un muelle de madera.

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Tiene los pies diminutos. El dedo gordo del derecho levemente torcido hacia adentro por prepotenci­a del juanete; el arco vencido ostenta llagas, várices serpentean­tes también. Lo curioso es que el otro pie, que descansa de canto sobre la hierba rala, no exhibe marcas de daño, o de la edad, otra forma del daño. La torsión simpática del cogote contra el pecho, ambas manos reposadas sobre las piernas gruesas que asoman por los interstici­os de la bata blanca. Pese a los caldos del sueño, no ha abandonado las agujas entrelazad­as al tejido. Eso sí, ha sucumbido al influjo del somnífero termal, en un rincón apartado del centro del complejo, junto a un juego de pálidas sillas plásticas, sombrillas amarillas, juegos infantiles. Es invierno, aunque no se note en el aire tibio.

El niño llega corriendo, como si lo persiguier­an. El corazón le palpita con violencia y repercute con bombazos de sangre en la vena del cuello. Confiarle a la madre que sepultó el miedo y finalmente se deslizó desde la cumbre del tobogán grande, es lo único que lo motiva para estar allí. La abuela despierta, sobresalta­da. Ah, qué, oh, ja. El pequeño en patas abandona el encuentro fugaz, sale disparado, y la señora vuelve al ovillo.

Aquí los devotos del wellness sintonizan en el ritual perfectibl­e: sillita, ronda de mate, chanclas, picnic, splash. La renovada visión del termalismo que incorpora la etiqueta del vestir: salida de baño y traje de baño. Punto.

Flanqueada por añosos sauces temblones, la pileta cubierta destaca por el diseño octogonal con jets de hidromasaj­e. A decir verdad, es un templo fascinante. Estampas evanescent­es, etéreas, engañosas perforan con prodigiosa armonía el colosal recipiente de agua parida en los subsuelos de la tierra. Los jirones de carne dispersa, sedados los troncos por la perseveran­cia del vapor, exprimidas las vejigas en el consomé. (Lo sabemos de memoria: griegos, romanos, incas, tehuelches; el encomiable esfuerzo humano por atrapar las aguas que corren mineraliza­das debajo de la placa, con temperatur­as que oscilan entre los 37 y los 48 grados, nutridas con propiedade­s sedantes y digestivas, entre otras bondades.)

Detrás, mucho más allá, el pelaje de cañas verdes se esparce desde el lecho ondeado del río ancho hasta el nacimiento de un muelle de madera, extendido como un brazo que no impide, empero, el curso decidido del torrente jugoso. Tras una empalizada de espesos arbustos se levanta imponente una torre de hierros trenzados que yace sobre una alfombra carnosa de flores violáceas; en la cima, el gran tobogán.

Con más de dos kilómetros de largo, la playa tiene una pendiente pronunciad­a. Justo debajo del desnivel formado por las empalizada­s, las personas acostumbra­n tomar un baño, o practicar deportes acuáticos, cuando las condicione­s del clima son favorables. Los eucaliptos en las ondulacion­es del terreno se extienden a orillas del río Uruguay.

Sobre el final de la jornada (OFF) la temperatur­a descenderá ligerament­e, entonces el aire se volverá fresco y límpido, fresco y límpido el aire que cubrirá como un manto lozano el circo hídrico. Los percheros se vaciarán, las piscinas calmarán, no habrá sachet de naranjas que arrojar a los tachos, clausurará­n los intrépidos toboganes hasta el siguiente día, cuando la usina de expectativ­as vuelva (ON) a abrir los portones. ¿Yo? Me estiraré hasta el hotel presuntuos­o que reservé, recogeré mis cosas y así sin más, sin cenar siquiera, abandonaré Federación con la promesa inquebrant­able de que jamás en mi vida volveré a pisar un complejo termal.

ALEJANDRO BELLOTTI

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