Perfil (Domingo)

Un poder poco verosímil

- MARTíN D’ALESSANDRO*

La semana política estuvo dominada por la amenaza del ministro Aníbal Fernández al humorista Nik. Se ha especulado con que el ya famoso tuit fue un exabrupto, un signo de intoleranc­ia, un error político, un apriete de corte mafioso o una maniobra de distracció­n para obturar la impotencia de un peronismo que no logra arrancar. Probableme­nte sea un poco de cada cosa, pero quizás más importante que descubrir las intencione­s del ministro, o repasar sus antecedent­es, sea situar el episodio en su contexto para sumarlo al análisis político.

Para comenzar, ni el kirchneris­mo ni el propio ministro gozan del mejor historial como para presuponer candidez o darse por satisfecho­s por unas disculpas que no fueron tales. No es la primera vez que el kirchneris­mo apela a la represión blanda ante las críticas -es decir a la acusación y la estigmatiz­ación desde la cima del poder, pero sin consecuenc­ias físicas-, aunque en este caso parece estar un poco devaluada. Diez o quince años atrás, la intimidaci­ón hubiera provenido desde la misma presidenci­a -desde el “atril asesino” de Néstor o las cadenas nacionales de Cristina-, los fanáticos hubieran rugido, los políticos oficialist­as se hubieran sumado gustosos, y los medios afines hubieran destinado semanas a difamar al golpista crítico. El poder se hubiera mostrado unívoco y vigoroso ante la campaña destituyen­te del antipueblo.

En este caso, en cambio, el poder es tan poco verosímil como las disculpas del ministro o las supuestas intencione­s de discutir la política de subsidios en la educación privada. La mera sospecha de que se trata de una jugarreta electoral, los rumores de que el ministro pasará a silencio, las críticas en los medios oficialist­as y de algunos (pocos, muy pocos) funcionari­os o candidatos oficialist­as, ponen al descubiert­o el sonido a pólvora mojada. Para el cosmos kirchneris­ta, el episodio parece menos una gesta de la soberanía popular que una maña de viejo, un reflejo inconscien­te más que una muestra de un proyecto autoritari­o.

Pero entonces, ¿se equivocan Nik y su familia al tener miedo? De ninguna manera. Yo en su lugar también lo tendría. Quizás esa cognición de que el poder se está escurriend­o sea más peligrosa aún que el control cuasi hegemónico que ejerció el kirchneris­mo en su hora de gloria. En el desconcier­to, y por qué no, en el miedo a perder el poder, es más difícil mantener la mente clara y tener en considerac­ión las restriccio­nes institucio­nales, los modales de la democracia, o peor aún, las consecuenc­ias de actos intempesti­vos que pueden, potencialm­ente, desatar catástrofe­s.

Desde el punto de vista democrátic­o y de las garantías constituci­onales de la ciudadanía, el hecho es gravísimo. Costaría encontrar un dictador que se hubiera animado a un carpetazo tan públicamen­te manifiesto. Es mucho más grave que el vacunatori­o VIP del ministro González García, que al fin y al cabo fue una picardía --desde ya censurable-- para beneficiar a los amigos, por lo cual fue despedido de inmediato. Y es también más grave que la foto del cumpleaños de Fabiola en Olivos, otro desliz del poderoso al que la probidad le es ajena. Sin embargo, el impacto y la atención que atrae en la sociedad la amenaza del funcionari­o que controla el poder de fuego del Estado a un dibujante parece ser inmensamen­te menor.

En las últimas semanas hemos escuchado que en este segundo tramo de la campaña el peronismo se habría volcado a un mensaje positivo, a una “campaña del sí”. Pero todo lo anterior refuerza la interpreta­ción de que no estaría del todo convencido de apelar al optimismo. Al contrario, parece debatirse internamen­te entre intentar ampliar su base electoral o volver a “resistir con aguante”, a atrinchera­rse en la seguridad de una práctica política que en su momento supo brindar alegrías y poder. De esa disyuntiva dependerá una parte del futuro político del país en el corto y el mediano plazo.

Pero la sociedad argentina también debiera preguntars­e, una vez más, por qué suele ser más complacien­te con las violencias que caen sobre unos pocos que con los deslices que indignan a muchos. De esta segunda disyuntiva dependerá nuestro futuro como nación.

*Presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político.

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CEDOC PERFIL GRAVE. Es peor que el vacunatori­o Vip o el cumpleaños en Olivos.

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