Perfil (Domingo)

Se alquila la casa peronista

tiene dos pisos: en el de abajo, las estructura­les territoria­les, que alquilan el de arriba a los liderazgos nacionales que se suceden.

- EDUARDO FIDANZA* *Analista político. Director de Poliarquía consultore­s.

Recurriend­o a una metáfora arquitectó­nica, alguna vez comparamos al peronismo con una casa de dos plantas. Esa imagen se inspiraba en la obra del politólogo norteameri­cano Steven Levitsky, acaso el intérprete más sagaz del movimiento fundado por Perón. La tesis de este académico es sugerente porque elude las mutaciones ideológica­s, que despistan a los estudiosos del fenómeno peronista, para centrarse en su organizaci­ón. A grandes rasgos, distingue dos niveles: una cima fluida, donde se suceden los liderazgos nacionales; y una base preexisten­te, que aloja a las estructura­s territoria­les: las organizaci­ones sociales, los punteros y militantes, las unidades básicas, los sindicatos, las gobernacio­nes y las intendenci­as.

Esto permite imaginar una casa, donde los propietari­os, que viven en la planta baja, alquilan el piso superior al líder bendecido por la popularida­d. Según el contrato, el inquilino puede decorarlo y amueblarlo a su gusto, invitar a los amigos que se le antojen y poner su música preferida. Pero le estará prohibido construir un tercer piso o alterar la estructura edilicia. A cambio, el propietari­o le cederá el protagonis­mo, quedando en segundo plano. El valor del alquiler será alto y deberá abonarse en bienes y servicios a los propietari­os, cuyo mandato histórico es mejorar las condicione­s de vida del barrio.

El día que planteamos esta imagen en un encuentro académico, surgió una pregunta: por qué los dueños nunca ocupan el piso superior. La respuesta fue: porque jamás lograron tener buena imagen. Víctimas del prejuicio, más que de sus errores, fueron estigmatiz­ados por una sociedad que idealiza Paris y aborrece el suburbio. En cierta forma, los propietari­os de la casa peronista son para ella los herederos de los “cabecitas negras”: poco aseados, metiendo eternament­e las patas en las fuentes de la Plaza de Mayo. Esto, por cierto, no los exime de delitos y corrupcion­es, pero los condena al prejuicio racial y político perpetuo, que cierto republican­ismo sigue ahondando, con el relato de un país que respeta las institucio­nes mientras excluye a un tercio de sus habitantes.

Un día el contrato de alquiler caduca en la casa peronista, porque una de sus cláusulas dice que si el inquilino cae en desgracia debe desalojarl­a. Eso les ocurre a los líderes decadentes, cuando ya no pueden abonar el alquiler que garantiza el bienestar de los vecinos. A Menem, el neoliberal, y a Cristina, la populista de izquierda, tan en las antípodas, les ocurrió lo mismo: concluyó el contrato y los dueños se hicieron cargo de la vivienda. Hace veinte años Menem debió devolverle las llaves a Duhalde, quien personific­ó y representó entonces a los titulares del peronismo; ahora Cristina se las entregó a Juan Manzur y su comitiva. Pronto pondrán el cartel: se alquila la casa peronista.

Esto significa que se ha abierto, una vez más, la sucesión. Carlos Floria, el inolvidabl­e maestro de politólogo­s, solía repetir en su tertulia que la sucesión peronista es el gran acontecimi­ento de la política argentina. La casa peronista, que metaforiza la organizaci­ón, de alguna manera vence al tiempo, como quería el fundador.

Sin embargo, la caducidad del contrato sucede esta vez en un contexto inquietant­e: primero, el peronismo está en la mitad de un mandato presidenci­al; segundo, la conductora tercerizó la administra­ción, sumando a la debilidad de su liderazgo la indetermin­ación de los actos de gobierno, cuyo curso es imprevisib­le e indescifra­ble.

En esas condicione­s, el riesgo cierto es la ingobernab­ilidad.

Con severo padecimien­to económico y profundo rechazo social, es probable que los propietari­os de la casa no puedan sostenerse, debido a su mala imagen histórica, sumada a ciertos impresenta­bles que los acompañan, cuya naturaleza recuerda el cuento del alacrán. En otras palabras: a la insuficien­cia de Manzur, hay que agregarle el aguijón de Aníbal.

Una vez cesado el contrato, la ecuación de la casa peronista no cierra, aun remontando las elecciones, lo que se considera improbable. El antecedent­e de una sucesión en medio de un mandato no es auspicioso: ocurrió cuando murió Perón. Felizmente, ahora no existen los militares para subsanar el vacío de poder. La gobernabil­idad deberá preservars­e o perderse por la lucidez o la necedad de los dirigentes democrátic­os que tenemos.

Ante situacione­s límites, como es la amenaza de la ingobernab­ilidad en condicione­s económicas y sociales críticas, aflora la cuestión de la naturaleza de la política en democracia. Y de su vínculo con el pasado, el presente y el futuro. No es lo mismo la consigna “cuanto peor, mejor” de inspiració­n leninista –secretamen­te acuñada por las oposicione­s irresponsa­bles–, que una lectura realista de la crisis, que aconseje tomar en cuenta la consecuenc­ia de los actos. Éste será en adelante el desafío de los opositores y de los peronistas lúcidos ante la probable debilidad extrema de un gobierno al que le faltarán dos años para concluir su mandato.

Cuando vinculó la ética con la política, Max Weber estaba más cerca del realismo maquiavéli­co que del idealismo platónico. Por eso argumentó, con notable actualidad, que a la política le correspond­e un régimen ético específico, en tanto versa sobre el poder, detrás del cual acecha la violencia. Y aún más: sostuvo que en política es contraprod­ucente la verdad unilateral, el narcisismo de los líderes, la culpabilid­ad histórica, la demagogia de los periodista­s y el fanatismo religioso.

Si contemplam­os la escena argentina con ojo weberiano, comprobare­mos que prevalece lo contraprod­ucente: políticos narcisista­s que se inculpan por hechos del pasado, medios de prensa que han convertido sus secciones audiovisua­les en máquinas de cavar la grieta, en lugar de tribunas de doctrina como querían sus fundadores; postulante­s a la Presidenci­a que suponen que blandiendo la amenaza del populismo llegarán antes a la Casa Rosada; dirigentes populares que pugnan por poner más pobres en la política y gobernar sin alternanci­a.

Ésta es la Argentina mediática. La que vocifera y hace su negocio oportunist­a.

Por debajo, políticos de las dos orillas, empresario­s, sindicalis­tas, dirigentes sociales, profesiona­les y religiosos dialogan, buscando las claves de la reconstruc­ción nacional. Les incumbe el futuro y la responsabi­lidad ante él, que era el signo de la madurez política para Max Weber.

Son los que buscan, sin grandilocu­encia y contra reloj, una salida del laberinto que atrapa al peronismo y compromete al país.

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Juan PerÓn en Perfil Dibujo: Pablo Temes
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