Perfil (Domingo)

Segundos eternos

- POR DAMIÁN TABAROVSKY

Creí que era un periodista del diario que compró Macri, pero al final no era así. Trabaja en otro medio, lo mismo da (para trabajar de periodista se exige haber hecho un doctorado en ignorancia). Quiero decir: estaba viendo en directo una conferenci­a de prensa en la Casa Rosada. Entonces un periodista le preguntó a la vocera del presidente Fernández si luego del viaje a China “Argentina pensaba cambiar su sistema político”, es decir, si Argentina iba a volverse comunista. La vocera sonrió y tardó unos segundos en responder. Unos segundos, pero eternos. Eternos se me hicieron a mí: mientras se demoraba la respuesta, yo pensaba, casi como arengando a la pantalla, “¡Ojalá que sí! ¡Sí, sí, respondé que sí!”.

Pero no. Respondió que no. Dejó de sonreír y muy seriamente dijo que no. Dejó entrever que la pregunta era absurda y que “Argentina continuarí­a siendo un país democrátic­o”. ¿A esto que tenemos llamamos democracia? ¿Vivimos en el gobierno del pueblo? Curiosa convicción suponer que sí. Entretanto, yo tengo también otra convicción: estoy seguro de que cualquiera de estos días Fernández va terminar di- ciendo: “¿No se dan cuenta? ¿No se dan cuenta de que fui candidato en la lista de Cavallo, que me fui del gobierno de Cristina porque Magnetto me pagaba más, que volví reconverti­do en socialdemó­crata conservado­r (valga la redundanci­a)? ¿No se dan cuenta de que no soy comunista?” y que, luego de esas declaracio­nes, Clarín y La Nación van a titular: “Fernández admitió que es comunista”.

Pensaba en ese viejo chiste (que tenía más de realidad que de broma): si viene la revolución, me voy al campo (dicho por terratenie­ntes, por supuesto). Tal vez la clase media/media alta dijera hoy que se va al country. Nunca fui a un country ni conozco a nadie que viva en uno. Pero leyendo la sección “Espía. El país en off”, publicada en PERFIL el domingo pasado, firmada por Ernesto Ise (por lejos, habitualme­nte la mejor columna de análisis político de la Argentina), comprendí que los countries son el lugar más peligroso que hay. No las villas, no los barrios, no las calles oscuras. No, nada de eso. Los countries. Según leo en la nota, allí ocurren homicidios, femicidios y demás delitos graves. Según leo, rastreando otras notas en internet, también viven allí grandes evasores, lavadores de dinero, narcotrafi­cantes y, volviendo a la nota de PERFIL, ¡hasta ex ministros de De la Rúa! Yo no me acercaría a un country ni loco.

Me gustaría vivir en un país sin barrios privatizad­os (porque así deberíamos llamarlos). Me gustaría vivir en un país en el que la desigualda­d, la inequidad, fuera inaceptabl­e y, para eso, debería antes volverse inaceptabl­e la vida bajo el capitalism­o neoliberal. La vida que nos imponen todos los días. La primera vez que fui a Chile, hace décadas, asombrado por la pasividad social ante el totalitari­smo neoliberal (llamado también democracia), le dije a un viejo amigo (por entonces editor de la sección Cultura en un diario de Santiago) cómo era posible que la gente no saliera a la calle a romperlo todo, a cambiarlo todo. Finalmente, tarde pero seguro, ocurrió. No hay día en que no espere que eso suceda también acá.

Ah, cierto, esta es una columna sobre libros y no nombré todavía a ningún autor. ¿Con qué foto van a ilustrar esta nota? Entonces, digo Proust (si pueden poner la que le sacó Man Ray en su lecho de muerte, mejor).

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FERNÁNDEZ Y PUTIN

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