Perfil (Domingo)

La ficción inteligent­e

- MECANISMO.

Imagina lo siguiente, Herman. Imagínalo primero y llámalo después y, enseguida, deposítalo en las bóvedas heladas de tu memoria para poder recordarlo, junto a mí, imaginándo­lo ahora.

Imagina lo que imagino y lo que imaginé mientras cruzaba a pie el Hudson.

Imagina una gran y futura catástrofe, pero siendo esta no otra cosa que un eco aún más poderoso de aquellos glaciares prehistóri­cos que alguna vez avanzaron lamiendo la superficie de la Tierra para que los primeros hombres avanzasen y cruzaran de un continente a otro. Pero, ahora, helándolo todo a partir de una nueva forma de hielo. Un hielo artificial y más púrpura que azul, puro Maule, elaborado en laboratori­os cuya primera intención sería la de utilizarlo como refrigeran­te y para preservaci­ón de alimento y hasta de cuerpos humanos para su examen y posterior resurrecci­ón. Una suerte de hielo que todo lo que toca lo convierte en hielo. Un hielo violeta como el oro amarillo de Midas. Un hielo infecto que fuese como una plaga, como un virus a la fuga.

Pensé en ello como una fantasía personal que sueña con el consuelo y distracció­n de una suerte de castigo universal para así enmascarar su pecado íntimo y su culpa privada. Limpiar esa sangre de un corazón roto y la sangre derramad de otro corazón. Y yo tenía la casi certeza de que esa escena sería proyectada (y que ya se repite una y otra vez) en las pantallas del palazzo de Cosmo II Magnífico. En blanco y negro: la sangre roja ahora tan oscura y formado por Emily Brontë, Adolfo Bioy Casares, John Cheever, Marcel Proust, Kurt Vonnegut y... Los Beatles. Sí, porque los escritores también tenemos nuestra banda de sonido y hay que saber escucharla”, aconseja él, mientras recuerda que Wish You Were Here, un tema clásico de Pink Floyd, aparece glosado en Melvill.

Volviendo a su reciente novela (editada por Penguin Random House), Fresán le otorga a Allan la herramient­a redentora y, con cierto espíritu de revancha, de que Melville padre pueda cruzar el río junto a su hijo, algo que en la realidad no sucede. ¿Cómo se inspiró en esta conexión casi metafísica? “En un momento inicial, la idea del libro era que solo se tratase de la hazaña individual del padre. La biografía que leí describía el cruce en solitario y, mientras leía, pensaba: “¡Qué lástima que no lo cruzó con el hijo!”. Entonces impuse mi lado de escritor para que lo hicieran juntos. Porque hacer que ocurra algo no es automático, sino que requiere de cierta hablidad”, subraya Fresán. luciendo tan parecida a las sombras. ¡A las sombras, Herman! Sombras junto a aguas pacíficas, pero con esa turbia paz inmediatam­ente anterior al estallido de una guerra sin tregua. Y entonces la posibilida­d de que, pensé, en verdad culpa y pecado fuesen lo mismo (y que mi crimen no hubiese sido el de matar sino el de haberme sentido vivo por primera vez en mi vida).

Y pensé también en ese río congelado por el que ahora me deslizo como una primera víctima de semejante cataclismo. Y sentí como ese hielo que pisaba se aferraba a la suela de mis botas y trepaba por mis piernas hasta helarme primero el corazón y, enseguida, el cerebro.

Y aquí estoy, agonizando, oyendo ese sonido aflautado como del aire soplado por un tubo de metal o por un hueso ahuecado. Ese sonido que es el sonido de la muerte acercándos­e, subiendo por las acaloradas escaleras de mi garganta. Sonido que no me evita el escuchar las conversaci­ones de tu madre con el médico. Por algún extraño motivo, mi oído de desahuciad­o parece haber ganado en potencia y sensibilid­ad. De pronto, lo oigo todo: el crujido de los pasos en puntas de pie sobre el suelo de madera, la respiració­n de los árboles sin hojas, los murmullos a propósito de “mi condición más allá de toda probabilid­ad humana” y ese “¡Un Maníaco!” repitiéndo­se una y otra vez, saltando de boca en boca de familiares, como la de pronto más familiar y más helada y más repetida de las palabras.

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