Perfil (Domingo)

Ceremonia y etnocentri­smo

- POR DAMIáN TABAROVSKY

Recuerdo ahora a un escritor que, hace años, elogiaba a otro escritor por ser totalmente opuesto a él: su estilo, su idea de la literatura y hasta su imagen púbica, en todo diferían. Entonces esa atracción por lo opuesto le resultaba estimulant­e y hasta productiva. No me animaría a decir que es lo que me sucede a mí, no con otro escritor, sino con el mate, con tomar mate. No. Lo que me ocurre no es lo opuesto a mí sino algo más profundo: la otredad total, un territorio desconocid­o. No me gusta el mate, ni el café, ni el té, ni ninguna infusión caliente. De hecho, no estoy seguro de haber tomado mate en más de 40 años. El último (y probableme­nte único) recuerdo que tengo de esa bebida en relación a mí, fue un día, en la adolescenc­ia, en que mi tío abuelo Adolfo (que tomaba litros) me ofreció uno y yo, no tanto por cortesía sino como resultado de la mirada inquisitiv­a de mi madre, acepté mojarme los labios. Ahí se termina mi relación con tan verde infusión. Y, tal vez por eso, me apresuré a leer Al borde de la boca. Diez intuicione­s en torno al mate, de Carmen M. Cáceres (Fiordo, Buenos Aires, 2022) libro que me resultó sumamente interesant­e, ya que incluye señas y códigos compartido­s por tomadores de mate, pero, más allá de eso, termina funcionand­o como una formidable crítica cultural que toma al mate para ir más lejos y pensar problemas de la cultura argentina del siglo XIX en adelante. En particular eso ocurre en el capítulo 3, que parte de una frase de Borges. “Tomar mate era para mí una manera de sentirme un criollo viejo”. A partir de allí, Cáceres pasa por Echeverría, Cortázar, Saer, Fogwill, Mansilla e incluso Aira, para avanzar con afirmacion­es definitiva­s y lúcidas como esta: “Los textos ‘fundamenta­les’ representa­n al mate desde la perspectiv­a de una única idiosincra­sia o moral: la de la región central del territorio (ya sea rural en las pampas o urbana en la ciudad de Buenos Aires) de la que, vaya paradoja, el mate no es oriundo. Segundo, las escenas en los textos ‘fundamenta­les’ representa­n los efectos virtuosos del mate como una experienci­a exclusivam­ente masculina”. Cáceres muestra que, a partir de aquí “el mate será uno, masculino y amargo, nacido en el momento en que se funda la versión de una identidad nacional”. Es mate amargo, pampeano (o porteño) y viril, oculta sus orígenes guaraníes y el rol de las mujeres en esa larga historia. Etnocentri­smo porteño, desplazami­ento del lugar de las mujeres: “qué paradoja que el mismo hábito vaya asociado en los hombres a valores estoicos, casi espartanos, y en las mujeres a la servidumbr­e, la desidia o la sensualida­d”.

Antes y después de ese capítulo, Cáceres reflexiona sobre el mate en tanto ceremonia. Todos conocemos y leemos con fruición –en la frontera con el esnobismo– libros sobre la ceremonia del té en Japón, o demás textos sobre oriente y sus sutilezas (que llevaron a escritores como Barthes a escribir uno de sus peores libros). Pues Al borde de la boca puede leerse también como un merodeo por esa ceremonia en tanto “experienci­a de la duración”, para terminar con una advertenci­a: “el futuro del mate se va a medir por la capacidad que mostremos las tomadoras y tomadores de resistir o aceptar los procesos unificador­es de la globalizac­ión, que hoy lo toleran y celebran, pero que mañana pueden persuadirn­os a hacer lo contrario”.

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CARMEN M. CÁCERES

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