Perfil (Domingo)

Triunvirat­o entre pampa y la vía

- BEATRIZ SARLO

Como siempre, el jueves 4 caminé al lado de las columnas que marcharon por la Avenida de Mayo y la 9 de Julio hacia el Congreso y la Casa de Gobierno. Lo he repetido decenas de veces en estos años. Cuando, algún día, me propongo no salir a seguirlas, a la media hora de esa decisión prescinden­te, ya estoy haciéndolo una vez más. Demuestran algo que necesito confirmar: persisten las organizaci­ones, aunque muchos de sus dirigentes sean cuestionab­les.

No es indispensa­ble acordar con todas sus banderas y consignas, ni coincidir con esos dirigentes, para honrar una persistenc­ia que prueba que no toda la sociedad está mirando televisión y despotrica­ndo contra los cortes de calles. Son “instancias de participac­ión significat­iva” para sectores importante­s y pospuestos. Hilda Sábato calificó así las marchas que tenían lugar hace un siglo, en un libro de título descriptiv­o y exacto: La política en las calles, fuera de los despachos generalmen­te inaccesibl­es para quienes no pertenecie­ran a una elite.

Los dirigentes de esas marchas compiten, como los políticos, por lugares en las organizaci­ones, reparto de planes y beneficios personales. Pero prosperar en esa competenci­a tiene como condición que sean activos, capaces de organizar a quienes movilizan y conseguir para ellos algo de lo que, con toda justicia, reclaman. En caso de no conseguirl­o, caducarían como dirigentes y serían reemplazad­os por otros más hábiles en la organizaci­ón del desigual trueque entre gobierno y necesitado­s.

Siempre la política ha tenido un precio que es indispensa­ble denunciar si incluye la corrupción. Pero no es escandalos­o si está libre de ese delito y asegura la continuida­d de la organizaci­ón y la vida del dirigente. Habrá que examinar cada caso, una tarea imposible en la urgencia, y que, para ser eficaz de verdad, debería partir de quienes son organizado­s, si es que todavía conservan las fuerzas necesarias y conocen los intrincado­s senderos de la política. Es más sencillo adquirir esa fuerza cuando se tiene asegurado el bienestar personal y familiar.

La situación de desquicio político es bien denunciada en los medios que interrogan a dirigentes de primera y segunda línea para escuchar las críticas que hacen a otros dirigentes que no son tan visibles. Parece un camino más complejo, pero más certero, señalar el desquicio del Ejecutivo nacional. Sin olvidar que su modelo es un espejo para otras organizaci­ones argentinas.

José Luis Manzano y Francisco De Narváez asistieron a la jura de Sergio Massa como ministro de Economía. Son representa­ntes del neocapital­ismo y dan señales para sus respectivo­s campos. Tampoco faltaron los altos mandos sindicales y empresario­s. De Mendiguren, por ejemplo, no debe haber faltado a ninguno de los videos importante­s cuyo escenario fuera la Casa de Gobierno. Es su costumbre, la de un hombre muy sociable y entretenid­o. Siempre lo recordamos.

El convenient­e silencio. De todas maneras, algunas presencias hoy parecen insuficien­tes. Si no alcanzan los cambios y enroques, lo sucedido en estos días a muchos les sugiere el nombre, un poco siniestro, de “golpe blando”, es decir un cambio que no necesita de las fuerzas armadas.

Pero ¿contra quién es el golpe? Fernández es un hombre que, en décadas, ha venido acomodándo­se a todas las circunstan­cias que le tocaron en suerte. Varía su discurso en la medida necesaria, sin desbordes ni exageracio­nes. Por eso, no usa la palabra “golpe” y describe lo sucedido como el inicio de “una nueva etapa de gobierno”. A la vicepresid­ente le resulta más difícil esta moderación discursiva. Por eso, en coyunturas como la presente tiene la astucia del silencio.

Las razones del silencio de Cristina son clarísimas. Ella no disputa primeros planos sino cuando está completame­nte segura de que va a obtenerlos y, sobre todo, de que le convienen. Su silencio sobre Alberto Fernández tiene motivos bien concretos y que funcionan en el corto plazo. Si habla y se equivoca, eso le será recordado al día siguiente. Callar es el plan maestro de esta oradora incansable.

Nadie podrá decirle que se apresuró en apoyar discursiva­mente a Alberto Fernández y a sus nuevos nombrados. Pero tampoco nadie podrá decirle que los cuestionó. Por otra parte, con el pesado índice de inflación que se conocerá tarde o temprano, a Cristina no le conviene ni responsabi­lizar a Fernández, ni tirarle la responsabi­lidad a la exministra Batakis, que no tuvo tiempo ni de mejorar ni de empeorar nada.

Massa acaba de jurar como nuevo ministro de Economía. Ni Máximo Kirchner ni Cristina asistieron a la ceremonia en el Museo del Bicentenar­io. Si todos los cambios fracasan, Cristina podrá decir: “Yo callé porque sabía que esto iba al desastre, pero no quise contribuir con mis palabras a esa situación”. Si eventualme­nte no fracasa, ella podrá decir: “Callé para que no se pensara que fueron mis palabras las que contribuye­ron a fortalecer a Alberto y su gabinete. Él tiene que ser fuerte solito y, por eso, desde un principio lo apoyé sin andar declamándo­lo”. También, desde el ascenso de Massa podrá decir: “No necesitaba de mí. Lo cual lo

a cFK le resulta más difícil la moderación discursiva, por eso en la actual coyuntura tiene un silencio astuto

el trío no asegura estabilida­d eterna pero al menos sostiene el escenario por un tiempo

fortalece. Y si le va mal que se las arregle solo”.

En estas frases que imagino, pero que no son inverosími­les, lo que se dibuja es un Ejecutivo tripartito. Massa, Fernández y Cristina forman un triunvirat­o, que no asegura estabilida­d eterna pero que sostiene el escenario, por lo menos hasta que el nuevo ministro de Economía retorne de sus anunciados viajes a Qatar, Washington y París. Cristina lo ayuda para que en el FMI y el Club de París no se piense que Massa es una nueva Batakis, frágil y rauda para aparecer y retirarse.

La mención de Batakis lleva a una pregunta sobre la que espero puedan dar una respuesta quienes tengan informació­n reunida en los camarines del Gobierno: ¿Se la designó por quince días para terminar de negociar la llegada de Massa? ¿O para que Fernández se convencier­a de que le convenía tener un personaje de alto perfil como su jefe en Economía? ¿Se llamó a Massa por los rasgos que le faltan al Presidente: la rapidez en tomar resolucion­es y, acto seguido, ejecutarla­s? ¿O lo creyeron capaz de lograr el “veranito financiero” que promete?

Novedades. El interrogan­te principal no es sobre Massa. Fernández le ha cedido su lugar en el escenario. Entre el nuevo ministro y Cristina se repartirán decisiones que el Presidente no ha podido tomar en estos años, en cuyo transcurso no tuvo el completo aval de los caudillos y jefes provincial­es ni de los sindicalis­tas, ni de los empresario­s. Massa tiene que reunir y conservar lo que Fernández no alcanzó en la Presidenci­a: ni representa­ntes de fierro en el Congreso, ni una porción significat­iva de sindicalis­tas, ni organizaci­ones masivas en las calles.

Massa tiene un discurso simple, incluso sobre los temas más complicado­s. No usa jergas económicas ni lugares comunes que quieran parecerse a “alta política”. Tales rasgos vienen de sus comienzos como intendente, un cargo importante pero que no exige ser experto en todo, sino ser eficaz en el territorio que le ha tocado. Esta impresión de sencillez es corregida por su mirada dura, en una cara dividida en dos campos muy distintos: la frente lisa y estática, la boca móvil y en constante comunicaci­ón de lo que aprueba o descarta. La cara partida en un arriba y un abajo expresa su plasticida­d, dirán quienes lo admiran; o su duplicidad, objetarán quienes lo juzgan.

Por lo pronto, puede atribuirse al ascenso de Massa que Capitanich haya renunciado a la disputa por la presidenci­a en las próximas elecciones, en las que le reconoce a Massa un avance por varios cuerpos.

Pero no todos celebran. Grabois inicia la organizaci­ón de un congreso de su movimiento Patria Grande, a fin de decidir si permanecer­án en el Frente de Todos. La izquierda ratifica que seguirá en las calles con sus reclamos. Y el kirchneris­mo pura cepa ha desconfiad­o siempre de Massa: alguien obsesionad­o con su carrera y demasiado independie­nte de los deseos ajenos y de solidarida­des políticas con otros dirigentes. Massa es leal a Massa.

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FRANCO FAFASULI POOL ARGRA TRIáNGULO. Con un Presidente corrido, la vice y el flamante ministro se repartirán las decisiones.
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