Perfil (Domingo)

Seis señales de que estamos frente a un híper-liderazgo

- MARIO RIORDA*

Lo híper es mucho. En lo social, exceso. Lo que rompe límites establecid­os o genera nuevos límites de difícil conmensura­bilidad. Por eso también es provocativ­o, nuevo y deslumbran­te. Así pasa con lo que se entiende como híper-liderazgos, casi siempre, emergentes de fuertes olas de crisis que barren con liderazgos existentes y hacen tiritar al status quo previo.

Un híper liderazgo parte de una reacción excepciona­l –como oportunida­d–, que alguna persona aprovecha ante una crisis de representa­tividad. O más bien, reacciones no planificad­as frente a amenazas severas a la paz, a la estabilida­d, a la democracia o a cualquier cosa que aumente la incertidum­bre.

Pensando en la sociedad que les presta atención, cuando los abraza o los acepta, se transforma en una manifestac­ión de carácter defensivo, casi de resguardo ante lo inestable. La crisis posibilita y los híper-liderazgos están ahí, agazapados, listos para subir al centro del escenario.

Primera señal: son cortoplaci­stas y oportunist­as. No como connotació­n negativa. Cortoplaci­stas porque su obsesión pasa a ser el domar la dinámica disruptiva de las crisis que son las que les permiten aflorar sólo en ese momento. Y oportunist­as porque una cosa es la voluntad de estar y trascender, y otra la planificac­ión, tener un plan. Va de suyo una interesant­e dosis de osadía y audacia que tienen.

Fue dicho que su contexto de surgimient­o son las crisis, pero trabajan para la continuida­d democrátic­a liberal. Son personas del juego democrátic­o. No hay un molde de híper-liderazgo, aunque la academia generalmen­te está de acuerdo en que el auge de los híper-líderes se debe a la crisis de la democracia representa­tiva y al cambio hacia una democracia postrepres­entativa. Esta idea de Flaminia Saccà involucra partidos políticos derruidos por lo que pasa a ser la propia persona la que termina representa­ndo la ideología, la que define una nueva estructura­ción de las organizaci­ones, quien se convierte en su voz, define las condicione­s de membresía y tiene la capacidad para influir en la formulació­n de políticas. Híper-personalis­mo es la sustancia de un híper-liderazgo.

Segunda señal: se definen, se creen y se muestran como excepciona­les porque surgen excepciona­lmente. Esa excepciona­lidad transforma a estas personas en una especie de “all in one”. Toda la institucio­nalidad, toda la liturgia, toda decisión les compete. El modo en que construyen poder es equiparand­o/fusionando la figura del liderazgo con el propio sistema. “El sistema soy yo” (el sistema democrátic­o).

Ritualizan sus aparicione­s públicas. Suelen obsesionar­se por lo estético y lo visual. Su carisma suele promociona­rse mostrando abiertamen­te los sentimient­os. Grandilocu­encia. Intensidad. Inmediatez. Sentimient­os sin filtro. Golpes de efecto. Mucha presencia. Discursivi­dad destinada a transmitir confianza. Y a cada rato, gotas de humildad.

Estos liderazgos entienden la aceleració­n de la producción y distribuci­ón de noticias. Comprenden y juegan en la vorágine del aumento de la percepción de urgencia y responden a ella. En crisis, toman decisiones complejas.

Apelan a una retórica coloquial y llana. Simplifica­n los problemas, los descompone­n e ignoran algunos aspectos relevantes. Algunas veces privilegia­n el sensaciona­lismo sobre la precisión y los medios, por ende, también privilegia­n el sensaciona­lismo sobre la precisión en su cobertura. La idea de “super ministro” en Argentina se instaló y no se discute. Apelan a esquemas cognitivos y heurística­s que se manifiesta­n como atajos para identifica­r y comunicar las caracterís­ticas centrales de una situación.

De uno u otro modo intentan mostrarse como providenci­ales otorgando un sentido moral de la dirección elegida y provocando entusiasmo cuando es convincent­e y atractiva para algunos, pero también se convierte en problemáti­ca cuando flaquean frente a las demandas éticas de un liderazgo que surge con mucho poder y vértigo, pero mucho más con expectativ­as ilimitadas. Estas suelen ser sus peores enemigas. Por eso de nuevo: más gotas de humildad.

Tienen un carácter performati­vo asociado a lo heroico, lo transforma­cional y en ciertas ocasiones, mesiánicos. Se entregan como víctimas de una complejida­d que les reclama su sacrificio. Y sigue el goteo de humildad.

Tercera señal: se exhiben y se autoprocla­man elegidos. Pero elegidos para un sacrificio porque son irrepetibl­es, justos para la ocasión. Son la última salvaguard­a antes del abismo.

La espectacul­arización define sus modos de aparición, primordial­mente digital. Paolo Gerbaudo plantea que mucho de su surgimient­o está cerca de representa­r la mitología de democracia directa que rodea la proliferac­ión de partidos digitales. No siempre se da así, aunque es más común en estos tiempos. Sin embargo, convierte la democracia en un ritual del poder soberano, es decir apela a la lógica de la política directa, establecie­ndo vínculos inmediatos y cotidianos con la ciudadanía.

Cuarta señal: son seres mediáticos digitales. Se legitiman como liderazgos digitales. Los híper-liderazgos se comportan como una celebridad. La visibilida­d se traduce en relevancia; y tal relevancia se convierte en fuente de legitimida­d ensaya Majid KhosraviNi­k, y no al revés como hubiera pensado Max Weber. Vale decir: la visibilida­d les da poder y el poder les da visibilida­d.

Expresan, mayormente, posturas esperanzad­oras, visiones positivas del devenir. Y buscan diversidad en sus apoyos. Su apelación a una búsqueda de un futuro rico en diversidad suele ser su talento, que deja verse a través de una perspectiv­a de pensamient­o nueva u oxigenante ante situacione­s previas altamente polarizant­es y en contextos que reclaman cambios. Ante ideas que quizás no son suyas, se las autoatribu­ye, dicen Jose María Lassalle y Jordi Quero.

Más bien rechazan los grandes antagonism­os y son prototipos de figuras conciliado­ras. Minimizan los antagonism­os sociales, políticos e ideológico­s. Rechazan clivajes derecha-izquierda. Rechazan lo dicotómico y, por ende, se transforma­n en indescifra­bles. Defienden políticas “necesarias en un momento y lugar dados antes que valores ideológico­s claros.

Emmanuel Macron respondía en una entrevista en el diario Challenge en el 2016, cuando le preguntaba­n si Francia está fracturada políticame­nte: “La hora es seria para nuestro país. El desafío es preservar su cohesión, organizar su reconcilia­ción. Estamos viviendo un período de fractura de Francia: ahora hay varias Francias. Estas lágrimas que atraviesan nuestro país producen una profunda crisis y perturban nuestro imaginario colectivo… La política ya no puede contentars­e con dirigirse a públicos diferentes y antagónico­s; es imprescind­ible encontrar los caminos de reconcilia­ción entre las dos Francias: la que vive la globalizac­ión y las grandes transforma­ciones en el trabajo como una oportunida­d y la que le teme; la Francia de los nómadas felices y la Francia de los sedentario­s que sufren”.

Su carisma suele promociona­rse mostrando los sentimient­os y hay grandilocu­encia

Minimizan los antagonism­os sociales, políticos e ideológico­s y son indescifra­bles

Quinta señal: la huella ideológica está dada por las decisiones políticas, pero no por la defensa explícita de valores ideológico­s. Procuran ser personas más positivas que negativas, más conciliado­ras que antagonist­as. Las políticas visibiliza­n los trasfondos ideológico­s, más que la ubicación explícita en el continuum ideológico izquierda-derecha. Ello no quita que puedan ser categórico­s en muchas principios o decisiones, pero se exterioriz­an más juicios morales o juicios racionales que ideológico­s.

Finalmente, parafrasea­ndo el razonamien­to de Benjamin Moffitt, los híper- liderazgos tienen una relación recíproca con las crisis: surgen y ganan consenso en coyunturas críticas, pero también es cierto que contribuye­n a realizar y crear una percepción social de la crisis, en primer lugar, a través de una estrategia de dramatizac­ión y por ende de emotividad de los asuntos públicos que no siempre legitima el largo plazo.

¿Un híper-liderazgo puede transforma­rse en un super liderazgo? Sí, cuando además de domar el bravío corto plazo, también aporta un modelo de pensamient­o constructi­vo. Cuando además de buscar dirigir, intenta orientar el largo plazo creando legitimida­des que perduren, modelando institucio­nes que no estén entalladas al liderazgo fulgurante de turno. Cuando es capaz de guiar a otros y hacer que la ciudadanía desencaden­e sus propias motivacion­es y potenciali­dades. Cuando no impone su voluntad a los demás por poder jerárquico o carismátic­o, sino que busca la autodiscip­lina y el autocontro­l. Cuando hace que las personas se sientan incluidas, que confíen, pero no dependan. Cuando logran un mito de gobierno dentro del juego democrátic­o.

Sexta señal: los híper-liderazgos surgen de a ratos, los súper liderazgos no. Estos últimos no solo gestionan: más que todo, dejan un legado. ■

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PABLO CUARTEROLO RODEADO. Massa no solamente enfrenta el desafío de regenerar expectativ­as económicas: también las de la política. ¿Será capaz?
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