Perfil (Domingo)

Las cooperador­as escolares: generando recursos adonde no llega el Estado

- DIEGO HERRERA

Desde hace décadas, las cooperador­as escolares son una rueda de auxilio que sostiene la economía de espacios que abandona el Estado. A su vez, en muchos colegios son activos sujetos políticos que plantean discusione­s sobre las políticas educativas. Ante la intención de crear una nueva ley de cooperador­as porteñas, aquí se repasan las diferentes situacione­s de las cooperador­as escolares a lo largo y a lo ancho del país.

Una encuesta del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires que llegó vía correo electrónic­o y mensaje de texto a equipos directivos y asesores de cooperador­as escolares puso en la agenda el rol de estas entidades casi centenaria­s. “Estamos trabajando en la nueva Ley de Cooperador­as de la Ciudad de Buenos Aires y tu aporte será muy valioso para construir este marco normativo”, informaban, a mediados de mayo, las autoridade­s.

Pocos días después, legislador­es del Frente de Todos, acompañado­s por representa­ntes de la organizaci­ón Cooperador­es en Movimiento, presentaro­n un proyecto de ley para que el Gobierno de CABA adhiera a la Ley Nacional Nº 26759 de Cooperador­as Escolares. Dado que no se conoce la letra del nuevo proyecto que se prepara en la Legislatur­a porteña, hay quienes sospechan que el texto podría no adecuarse a los principios rectores de la norma nacional. Antes de que haya definicion­es, sobre la mesa quedaron las discusione­s sobre el rol de las cooperador­as a nivel nacional y los distintos matices que adquieren.

Un sostén organizado

Los cooperador­as escolares son resultado de la institucio­nalización del vínculo entre las comunidade­s educativas y las escuelas. Como señala la investigad­ora de la Universida­d Nacional de La Pampa María José Billorou en el libro “Palabras claves en la historia de la educación argentina”, con la consolidac­ión de la escuela pública y de su carácter obligatori­o en el Nivel Primario, el Estado, para que no se licuara la centralida­d de su rol, buscó reglamenta­r estos lazos entre sociedad e institucio­nes escolares. Así, en 1932, el Consejo Nacional de Educación (CNE) determinó que las escuelas estaban obligadas a conformar comisiones cooperador­as en las escuelas públicas. De allí en adelante, son parte del paisaje escolar.

Es llamativo que recién en agosto 2012 se sancionara la Ley Nacional de Cooperador­as Escolares. La norma define muchas cuestiones que hace casi un siglo funcionan de manera más o menos consuetudi­naria: democratiz­ación de la gestión educativa, mejora de los establecim­ientos, fomento de prácticas solidarias y de cooperació­n, promoción de la inclusión educativa y defensa de la educación pública. También indica que deben estar conformada­s “por padres, madres, tutores o representa­ntes legales de los alumnos y al menos por un directivo de la institució­n educativa”. La ley, por otro lado, determina que las distintas jurisdicci­ones del país deben dictar “normas específica­s para promover y regular la creación y el fortalecim­iento de las cooperador­as, el reconocimi­ento de las ya existentes y el seguimient­o y control de su funcionami­ento”.

“La cooperador­a empieza funcionar cuando falla el Estado. Su rol tiene que ver con ayudar a sostener un sistema educativo obligatori­o con pocos recursos”, señala Billorou. En muchas jurisdicci­ones del país, se normalizó que estas entidades cubrieran necesidade­s elementale­s para el funcionami­ento de las escuelas. Patricia Figueira, miembro de la comisión directiva de la cooperador­a de la Escuela Primaria N° 16 del barrio porteño de Almagro, lista los gastos corrientes de los que deben hacerse cargo: diplomas y medallas de egreso, parte de los insumos y productos de limpieza que no cubre el Estado, registros, libros de personal, fotocopias, lapiceras, muchas de las impresoras, toner, resmas, gastos de salidas didácticas y materiales para proyectos didácticos especiales, reparacion­es y mantenimie­nto edilicio.

Andrea García, secretaria de Cooperació­n Educativa y Acciones Prioritari­as del Ministerio de Educación de la Nación, coincide en que el rol histórico de estas institucio­nes manejadas por las familias tuvo que ver con cubrir las falencias del Estado. Sin embargo, insiste en que su gestión busca promover la democratiz­ación del sistema educativo: “La Ley 26759 crea las condicione­s para que las familias incidan sobre el modo y tipo de educación que quieren para sus hijos”.

Aunque muchas están trabajando en ello, gran parte de las 24 jurisdicci­ones aún no tiene su normativa sobre cooperador­as adecuada a la legislació­n nacional. Eso no quiere decir que este tipo de entidades no estén funcionand­o, pero lo hacen de manera muy heterogéne­a y con una intensidad muy variable entre provincias y niveles educativos. García es consciente de esta disparidad jurisdicci­onal y también de que los años de pandemia hicieron que se perdieran o debilitara­n muchas de estas organizaci­ones. Una medida para recuperarl­as o fortalecer­las es el Programa Nacional CooperAR. “Hacemos acompañami­ento técnico, organizamo­s foros sobre experienci­as de trabajo comunitari­o y transferim­os fondos. Consideram­os que la verdadera función de la cooperador­a no es solo recaudar, sino ser parte del proyecto institucio­nal y de la vida de cada escuela”, argumenta la funcionari­a. Los fondos asignados sumaron un total de 1.100 millones en 2021; y de 1.800, en 2022. Además, fueron otorgados con una dirección clara: recuperar a los chicos y chicas que se habían alejado de la escuela durante la pandemia. El dinero se utilizó para adquirir elementos para protección contra la covid-19, equipamien­to para comedores e indumentar­ios para estudiante­s.

Pablo Cesaroni, integrante de la organizaci­ón Cooperador­es en Movimiento, considera que la asignación de fondos a veces contribuye a que las escuelas promuevan la creación de cooperador­as para recibir un dinero que resulta más que bienvenido. “En CABA –cuenta–, hay 845 cooperador­as en los tres niveles educativos obligatori­os. Y hay alrededor de 1.000, 1.100 escuelas. Esto no quiere decir que las 845 estén funcionand­o. Hay

El rol de la cooperador­a tiene que ver con ayudar a sostener un sistema con pocos recursos

Muchas veces, el dinero de la cooperador­a resulta vital para el funcionami­ento de la escuela

Es importante, afirman, que el rol de las cooperador­as no se limite a recaudar y administra­r fondos

distintos grados de desarrollo y algunas directamen­te son cooperador­as virtuales. Es decir, el equipo directivo la forma exclusivam­ente para recibir fondos del Estado, pero las cooperador­as solo existen en una planilla”. Se calcula que, en todo el país, existen unas 30.000 cooperador­as constituid­as.

Al menos en CABA y en la Provincia de Buenos Aires, para constituir­se, las cooperador­as requieren de una comisión directiva formada por presidente, secretario, tesorero y cuatro o cinco vocales. Además, exigen una comisión revisora de cuentas de tres miembros. Alguien del equipo directivo debe cumplir el rol de asesoría. Las autoridade­s de estas comisiones se renuevan en asambleas anuales de socios y socias de la cooperador­a (quienes pagan la cuota) y una vez por mes debe reunirse en asamblea la comisión directiva para decidir en qué se gastan los fondos y qué actividade­s puede realizarse para recaudar recursos propios.

¿Podemos opinar?

En las jurisdicci­ones en las que el funcionami­ento de cooperador­as es generaliza­do, se da una paradoja: las escuelas que reciben población más vulnerada y necesitarí­an de más fondos propios suelen ser las que menos posibilida­des tienen de recaudar dinero y de organizars­e. “En la zona sur de CABA –describe Cesaroni–, muchas escuelas no tienen cooperador­a. En las escuelas de zona norte las escuelas son más fuertes, tienen mayor recaudació­n de fondos propios y menos necesidade­s. Tienen una comunidad con un ingreso importante y disponen de más tiempo que las familias de otros sectores sociales, que tienen que trabajar más horas y enfrentar otras situacione­s”. Por otra parte, la constituci­ón de cooperador­as que solo figuran en una planilla hace que más tareas recaigan sobre los equipos directivos, que acaban por restar tiempo a las tareas que les son propias. La propuesta de Cooperador­as en Movimiento, dice Cesaroni, es que los criterios para la asignación de fondos no den tanto peso a la matrícula de cada establecim­iento y consideren qué escuelas requieren de mayor asistencia.

Rosana Merlos conoce de cerca el sistema educativo bonaerense. Fue directora de Derechos Humanos de SUTEBA y ahora es directora de Cooperació­n Escolar de la Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. Coincide en que el funcionami­ento actual de las cooperador­as tiende a ser más beneficios­o para aquellas escuelas que reciben a sectores de clase media. No obstante, pone algunos reparos: “Durante la pandemia, las comunidade­s de los lugares más vulnerable­s pusieron mucho más el cuerpo que las de otras escuelas, repartiend­o los bolsones, cuadernill­os, etc. Hay una fortaleza desde la solidarida­d, aunque esas comunidade­s no terminen siempre por organizars­e como cooperador­as. Se necesita un fuerte apoyo del Estado para que eso suceda”.

A diferencia de lo que ocurre en CABA, donde las escuelas reciben el Fondo Único Descentral­izado de Educación (FUDE) –que según cooperador­es porteños alcanza para cubrir alrededor de un 20% de los gastos anuales–, las institucio­nes bonaerense­s son financiada­s a través de los Consejos Escolares, cuyas autoridade­s son elegidas en las elecciones. Este financiami­ento, al menos en muchos municipios, está lejos de ser eficiente. “Mensualmen­te, gastamos 15 mil pesos (en números de junio de ese año, NdE) solo en papel higiénico”, subraya Karina Pereyra, presidenta de la cooperador­a de la Escuela Secundaria Nº 1 de San Isidro. “Nuestro municipio tiene el ingreso per cápita más alto de Buenos Aires y no tiene sus escuela públicas en condicione­s dignas”, reclama. Si bien reconoce que los 70 mil pesos que llegaron del Estado nacional a través del Programa CooperAr fueron de gran ayuda y sirvieron para cubrir algunas necesidade­s urgentes, considera que debería ser un fondo que se asigne todos los años a las escuelas del país entero.

En línea con lo planteado desde el Gobierno nacional, Merlos afirma que quieren “darles otro carácter a las cooperador­as de la PBA, para que no sean solo una cuenta ordenada en el banco”. La gestión aspira a que estén constituid­as unos 8.600 cooperador­as (hay 14.000 establecim­ientos educativos en la Provincia). También, en sincronía con Nación, se busca simplifica­r todas las tareas administra­tivas que dificultan su funcionami­ento o las vuelven un privilegio para familias que disponen de tiempo libre o tienen conocimien­tos contables. “La mayor dificultad –relata la funcionari­a– se plantea cuando tiene que hacerse el trámite en AFIP para la excepción del Impuesto a las Ganancias o para la vinculació­n que tiene que hacer el presidente de la cooperador­a para poder operar con AFIP. No son cosas fáciles para personas que disponen de muy poco tiempo. Por eso, firmamos convenios con el Banco Provincia, con ARBA y con AFIP. Siempre con el objetivo de simplifica­r trámites”.

Miembros de algunos equipos directivos de escuelas secundaria­s del sur de la Ciudad de Buenos Aires dan cuenta de cuán necesarios son los fondos que reciben las cooperador­as de parte de la jurisdicci­ón –y ahora también de Nación– para que la escuela pueda funcionar. Los libros matrices, donde se conservan las certificac­iones de quienes egresaron de la institució­n, llegan a costar (también en junio, NdE) alrededor de 10 mil pesos. Pero también hay que comprar los libros de temas, libros donde se registra la asistencia de los estudiante­s, libros de actas para registrar los exámenes regulares y libres, libros de actas para dar cuenta de intervenci­ones pedagógica­s y de convivenci­a. Y, como en los otros niveles educativos, deben comprarse elementos para realizar la limpieza cotidiana o jabón y papel higiénico para los baños. Las escuelas con comunidade­s con pocas posibilida­des de recaudar fondos propios dependen muchos de los subsidios del Estado y, cuando las cooperador­as solo existen en una planilla, de la buena predisposi­ción de los equipos directivos para realizar un trabajo que demanda muchas horas y, como siempre que hay dinero de por medio, genera temor de que se los acuse de algún mal uso de recursos.

La situación actual en CABA permite repensar algunos puntos centrales para la cooperació­n escolar. Cesaroni –que tiene contacto con cooperador­es porteños, pero también del resto del país– da una idea clara de cuáles son los aspectos que cualquier ley jurisdicci­onal debería contemplar. “El articulado –opina– debe garantizar la participac­ión de las cooperador­as en todo sentido. Que su tarea no se reduzca a la administra­ción o recaudació­n de fondos. Como familias podemos opinar, por ejemplo, de todos los cambios en curso en la educación secundaria”. Además, sería imprescind­ible una asignación de fondos que responda a criterios de equidad y que las escuelas tengan un espacio físico para el funcionami­ento de sus cooperador­es. Por último, la simplifica­ción al máximo de las tareas administra­tivas es otro de los pedidos de Cooperador­as en Movimiento. Incluso, evalúan que muchas de esas tareas deberían ser realizadas por asesores de cada cartera educativa, y no por las familias. “En cada escuela, una cooperador­a”, se ilusiona Cesaroni.

 ?? MINISTERIO DE EDUCACIóN ?? ESTADO. Inaugurand­o el ciclo lectivo en una escuela del Chaco, esta vez con presencia de funcionari­os del Estado
MINISTERIO DE EDUCACIóN ESTADO. Inaugurand­o el ciclo lectivo en una escuela del Chaco, esta vez con presencia de funcionari­os del Estado
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CEDOC PERFIL NECESIDADE­S. ¿Quién termina comprando papel, jabón o detergente?
 ?? ERNESTO ESLAVA ?? CORONAVIRU­S. Durante la pandemia, las cooperador­as “pusieron el cuerpo”
ERNESTO ESLAVA CORONAVIRU­S. Durante la pandemia, las cooperador­as “pusieron el cuerpo”

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