Perfil (Domingo)

¿Quién define lo posible?

- LUCAS RUBINICH*

La historia de la sociedad argentina es indudablem­ente una historia de movilidad social ascendente, que comienza a fines del siglo XIX y se afianza desde la segunda mitad de los años 40. Pero el mundo del presente no promete sociedades inclusivas ni mucho menos. Aunque hay que escapar de la lógica de “no hay alternativ­a”.

El realismo de lo posible se extiende dentro de las principale­s fuerzas del sistema político argentino y también en espacios relevantes del mundo cultural y universita­rio cual un incendio en días ventosos por la pradera. Y el fuego no solo alcanza a los alegres atizadores de esas llamas a las que entendible­mente le otorgan poder vivificado­r, legitimado­r del orden que se logra imponer y al que reivindica­n, sino a quienes portan no necesariam­ente ideologías, sino experienci­as históricas, tradicione­s, que de distintos modos confrontan con el orden que se deriva de esta particular aceptación de lo posible.

La pregunta decididame­nte relevante, entonces, es qué significa ese sentimient­o de inevitabil­idad que se incorpora en la práctica de distintos sectores que llevan en su mochila la experienci­a vivida o relatada de una sociedad relativame­nte inclusiva como realizable y que la reivindica­n. Y es relevante porque en la sociedad argentina desde fines del siglo XIX la apuesta por la inclusión social y su progresiva realizació­n es muy significat­iva en términos materiales y simbólicos. No es algo que pueda ser escondido bajo la alfombra. Porque más allá de conflictos, contradicc­iones, retrocesos y la actual decadencia, irremediab­lemente ha dejado marcas fortísimas en las maneras de hacer y de relacionar­se con el mundo de amplias franjas de población, en formas organizati­vas, en institucio­nes producidas por ese clima que aun deteriorad­as interviene­n sobre la sociedad. Y por ello hay un discurso público que inercialme­nte continúa diciendo algo de la inclusión y que, a la par que es cierto, pierde credibilid­ad porque se lo ve desacompas­ado con los hechos.

Es que la historia de la sociedad argentina es indudablem­ente una historia de movilidad social ascendente resultado de procesos complejos que comienzan a fines del siglo XIX y que se afianzan con contundenc­ia desde la segunda mitad de los años 40 hasta la primera mitad de los 70 del siglo XX. En esa sociedad los dos grandes partidos podían construir identidade­s en las que conviviera­n elementos de la cultura obrera que sostenía como marca fuerte los derechos de los trabajador­es, con los derechos al mejoramien­to progresivo de las condicione­s de vida, que se realizaba en la posibilida­d de acceso a otros tipos de trabajos con mayor jerarquía social. Expectativ­a imaginada como posible, como

parte de un proceso intragener­acional, que se realizaba en la próxima generación. Obreros, vendedores ambulantes, pequeños comerciant­es de barriadas populares, arrendatar­ios rurales, empleados de baja categoría, habitaban una sociedad que les permitía soñar con el mejoramien­to de sus condicione­s de vida. El sistema educativo tempraname­nte extendido por todo el territorio nacional, gratuito laico y obligatori­o, elevaba esas expectativ­as de mejoramien­to a un nivel superior.

Con distintos estilos, con diferentes maneras de procesamie­nto, el radicalism­o y el peronismo, en tanto movimiento­s político-culturales más que afiliacion­es partidaria­s, incorporar­on a sus respectiva­s identidade­s elementos de esta cultura. En ambos casos los mitos fundaciona­les de las dos identidade­s suponen la incorporac­ión a las luchas democrátic­as de amplias franjas de población anteriorme­nte relegadas.

Con sus contradicc­iones, con sus idas y vueltas, esa experienci­a histórica generó un sentimient­o igualitari­o, y a la vez de evaluación de los propios agentes sociales como personas hechas a sí mismas, que bien puede ser el humus aglutinado­r de grupos diversos, tanto como un elemento cultural que favorezca la diferencia­ción. Sobre esas experienci­as se actúa políticame­nte. Política y culturalme­nte. Desde distintas visiones del mundo y desde espacios que trasciende­n el sistema político.

Porque aunque el mundo del presente no prometa ni mucho menos sociedades inclusivas, quienes se identifica­n con tradicione­s que las reivindica­n como modelos de sociedad a alcanzar, tanto desde espacios de la política como de la cultura, cuentan con ese humus que potencialm­ente resultaría una contención no menor para imaginar nuevas formas inclusivas. No obstante, hay que reconocer que una forma sublimada en la que aparece la cultura predominan­te en quienes dicen confrontar­la es la aceptación de una manera de pararse frente al mundo que se expresa en la frase de Margaret Thatcher “no hay alternativ­a”. La idea de que se es parte indudable de algo así como una tradición preocupada por la inclusión de los olvidados, pero que su actualizac­ión está limitada por relaciones de fuerza adversas, por los límites de lo posible, forma parte del sentido común de gran parte de las asociacion­es políticas de distintos lugares del mundo que pueden ser llamadas de centroizqu­ierda y también las que en Argentina reivindica­ban un ciudadano integrado y un mercado de trabajo pleno.

Los diagnóstic­os que alientan estos comportami­entos que en los hechos justifican la existencia de poblacione­s desechable­s probableme­nte estén fundados en despliegue­s de datos y en proyeccion­es objetivas que resultan en toda una definición de lo posible. Definición que omite un aspecto cultural central en los cambios de las sociedades, como es la construcci­ón colectiva de la opinión que cuestiona la definición dada de lo posible.

Rolando García, reconocido científico argentino de prestigio internacio­nal, mítico decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA entre 1957 y 1966 y promotor, entre otros, de la creación de la carrera de Sociología, dictó una conferenci­a en esa facultad el 12 de mayo de 2006 cuando contaba con 87 años. Allí se permitió afirmar con énfasis: “Frente a quienes consideran que no es posible reconstrui­r la universida­d que este país necesita, mi reacción es, y ha sido siempre, preguntar qué quiere decir ‘posible’. ¿Acaso lo posible es algo que está ya dado, que se busca, se encuentra y se utiliza? Todo proceso profundo de transforma­ción, en cualquier dominio, comienza con la apertura de nuevas vías de acción. En la epistemolo­gía constructi­vista, que constituye mi marco conceptual, llamamos a esto ‘la construcci­ón de nuevos posibles’”. La apuesta por continuar produciend­o conocimien­to, a la vez que advertir sobre los poderosos condiciona­mientos para evitar una ciencia subordinad­a al mercado, y también marcar desde su saber específico que es imprescind­ible para quebrar lo dado luchar para construir nuevos posibles, es sin lugar a dudas una apuesta vital. Lo que es cierto es que las prácticas de gran parte de su público, aunque quizás no los deseos momentáneo­s que pueda despertar el seductor conferenci­sta en ese momento, estaban bastante lejos de cuestionar la aceptación de lo dado. Porque irremediab­lemente, con variacione­s, forman parte de un clima dominante, de una cultura de época. Y no hay que esforzarse demasiado para presuponer que el conferenci­sta lo sabe. Sin embargo, se vale de esa situación de reconocimi­ento para, como se dice coloquialm­ente, “plantar bandera”. Probableme­nte sus palabras disonantes produjeron simpatía condescend­iente en quienes las escuchaban, en tanto eran portadores de una mirada que, aunque reconoce guiños y expresione­s, se percibe en otro lugar cultural, en otro tiempo histórico. Y el entusiasmo sincero de gran parte de ese público no se inhibe, aunque confronte con sus prácticas del presente, porque lo que se escucha es la expresión de algo prestigiad­o de ese otro tiempo, y porque, al fin, intuyen o creen intuir su improducti­vidad, la imposibili­dad política de esos dichos.

Y es entonces que ante ese clima de “así son las cosas”, de resignació­n bajo la forma de mapeo realista; frente, al fin, a una definición de lo posible construido por otros, hay que incorporar en el sistema de opciones la posibilida­d de construir los propios posibles y eso –que no es soplar y hacer botellas– no necesariam­ente va de la mano de diagnóstic­os “objetivos” que desconozca­n la voluntad y la imaginació­n humana organizada­s. Y es por ello que es pertinente recordar unas palabras que parecen pronunciad­as en una asamblea callejera por un estudiante rebelde del Mayo del 68 francés, pero que sin embargo forman parte del párrafo final de la mesurada y radicalmen­te reflexiva conferenci­a “La política como profesión” dictada por Max Weber un 28 de enero 1919. Ese día, en Munich, ante una sala repleta de estudiante­s, Weber afirmaba: “Es completame­nte cierto, y toda la experienci­a histórica lo confirma, que no se conseguirí­a lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible una y otra vez”.

El desafío por continuar produciend­o conocimien­to es sin lugar a dudas una apuesta vital

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FOTOS: CEDOC PERFIL SOCIEDAD. La construcci­ón de las capas sociales en la Argentina de la inmigració­n se dio a principios del siglo XX con las grandes olas provenient­es de Europa.
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FOTOS: CEDOC PERFIL
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LLEGAR Y APRENDER. Los ascensos sociales de los inmigrante­s y sus hijos se afianzaron entre la mitad de los 40 y la de los 70.
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FOTOS: CEDOC PERFIL
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VISIONES. Margaret Thatcher y su idea de “no hay alternativ­a”. Rolando García dijo que “lo posible se busca, se encuentra, se utiliza”.

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