¡Metiste en cana a Videla!
Atan solo un mes desde su taquillero estreno en los cines y a pocos días de haber logrado un récord para la proyección en plataformas de streaming, Argentina, 1985 va camino a convertirse en el acontecimiento político y cultural más trascendente de los últimos años. Es que el film que recrea el mítico Juicio a las Juntas Militares no solo está recubierto de los condimentos necesarios para erigirse en un verdadero éxito cinematográfico (enfrentamiento del “bien” contra el “mal”, personajes ordinarios que se vuelven héroes extraordinarios), sino que ha llegado para dar cuenta de un irresponsable vacío que la historia reciente argentina guardaba con semejante acontecimiento.
Gracias a la potencia que asume el relato audiovisual, nuevas generaciones de argentinos ahora pueden comprender más cabalmente cuándo, cómo y por qué se pudo poner fin a la reincidencia de golpes militares que corrompieron al sistema democrático a lo largo de todo el siglo XX, a partir de las bases cívicas y morales que este histórico juicio sentaron para la Argentina.
Es cierto, no obstante, que el tono edulcorado que eligieron Santiago Mitre y Mariano Millás para el guión devino un relato extemporáneo por la pretendida y sobreactuada escenificación antigrieta que el film intenta reflejar sobre aquella época. En Argentina, 1985 no se muestra, por caso, la real dimensión que asumió el protagonismo de Raúl Alfonsín al impulsar y sostener la fundamental decisión de sentar por primera vez en el banquillo de acusados a un grupo de jerarcas militares que aún guardaban un inmensurable poder. No fue magia: el Juicio a las Juntas sólo fue posible a partir de la voluntad política expresada por el líder radical, en años en los que bajar algún cuadro podía terminar en tragedia.
Por otra parte, tampoco se señala en la película dirigida por Mitre, la irresponsabilidad del peronismo al finalizar la dictadura: nada se dice de la intención de Ítalo Argentino Lúder, el candidato justicialista que de haber ganado las elecciones hubiera impulsado la autoamnistía que habían decretado los militares, ni tampoco se menciona el desaire que tuvo el partido fundado por Perón para acompañar y convalidar a la Comisión Nacional de Desaparecidos (Conadep).
Pero eso no impide, sin embargo, reparar en que 1985 logra reubicar al Juicio a las Juntas en el podio de los acontecimientos más notables logrados por la historia argentina. Porque nunca antes la Justicia ordinaria de un país había logrado enviar a prisión a los militares que derrocaron un gobierno democrático. No existen antecedentes para semejante proeza.
El juicio que se realizó en Argentina podría ser comparado con el que las potencias aliadas hicieron con los representantes del nazismo. Pero los Juicios de Núremberg representan un proceso impuesto por potencias victoriosas sobre los vencidos. El otro antecedente que presenta un parangón se produjo en Grecia en 1975, cuando un grupo de militares fue sentenciado por los crímenes cometidos durante la dictadura. Pero este caso también es diferente, porque en Atenas los violadores de los derechos humanos fueron juzgados por un Tribunal Militar.
Todos estos antecedentes realzan mucho más la emblemática causa 13/84 llevado a cabo por la Cámara Nacional de Apelaciones y que Argentina, 1985 viene a recordar. Al comienzo de la película, el hijo de Julio Strassera pregunta al fiscal: “¿Vas a meter en cana a Videla?”. Y al final de la narración, el mismo joven grita eufórico: “¡Metiste en cana a Videla!”.
Enviar a prisión a los militares en los primeros años de la restauración democrática permitió que ningún otro militar osara con volver a levantarse en armas contra la Constitución. Porque al condenar los hechos cometidos en el pasado, el Juicio a las Juntas proyectó un futuro menos traumático.
En Cuando el poder perdió el juicio, Luis Moreno Ocampo recuerda a Viet Thanh Nguyen, un escritor vietnamita que vivió siendo un niño, se refugió con su familia en un campo de refugiados durante la guerra de los setenta, hasta que se exiliaron en los Estados Unidos donde se transformó en profesor de Ciencias Sociales. En Nada muere jamás: Vietnam y el recuerdo de la guerra, el ganador del Pulitzer sostuvo: “La guerra se libra dos veces, primero en el campo de batalla y luego en la memoria”.