Perfil (Domingo)

La República extraviada

- SERGIO SINAY* *Escritor y periodista.

Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. Esta frase emblemátic­a de la novela El gatopardo quedó como símbolo de esa obra extraordin­aria publicada recién tras la muerte de su autor, Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa (1896-1957). Allí di Lampedusa, nacido en Palermo, narra el ocaso de la aristocrac­ia siciliana hacia finales del siglo XIX, mientras Garibaldi promueve la unificació­n de Italia. El relato plasma esa decadencia a través de las peripecias de la familia de Fabricio Corbera, príncipe de Salina, patriarca católico y borbónico que se resiste al oportunism­o de su sobrino, Tancredi Falconeri, quien promueve la alianza con las fuerzas de Garibaldi. “Un Falconeri debe estar a nuestro lado, por el rey”, sentencia el Príncipe. “El rey, repite Tancredi, ¿pero qué rey?”. Luego advierte a su tío: “Si allí (se refiere a Garibaldi) no estamos también nosotros, esos te endilgan la República. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?”.

La República era la amenaza que se cernía. El fin, al menos teórico, de los privilegio­s de una clase. Un sistema de gobierno que encarnaría los ideales democrátic­os liberales que se expandían por Europa y Occidente a partir de la Revolución Francesa. “Una forma de organizaci­ón de la sociedad y del Estado en la que el poder pertenece a todos, al menos de derecho, y se ejerce, al menos en principio, en beneficio de todos”, según la define hoy el filósofo francés André Comte-Sponville en su Diccionari­o Filosófico. Tancredi veía inevitable ese advenimien­to, pero más flexible, cínico y oportunist­a que su tío, entendía que en el nuevo régimen se podrían encontrar las fisuras a través de las cuales preservar lo esencial del status quo.

En Argentina, 1985, película imprescind­ible y bienvenida en un país de memoria breve y sesgada y de gran facilidad para las antinomias y poca ductilidad para los acuerdos que integren diferencia­s sin disolverla­s (ciertas críticas al film confirman esta incapacida­d), hay una escena que acaso pase inadvertid­a para muchos entre tanto poderoso material testimonia­l referido específica­mente al desarrollo del juicio. En esa escena el fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín, en un trabajo de orfebre, hecho de inspiradas sutilezas) regresa de un breve encuentro privado con el presidente Raúl Alfonsín. En una también breve charla con su esposa (interpreta­da con inteligent­e sensibilid­ad por Alejandra Flechner) relata aquella conversaci­ón. Ella quiere saber si el Presidente le puso condicione­s, si lo conminó a tomar, o a no tomar, ciertas decisiones respecto de los acusados, y el fiscal le dice que no, que simplement­e lo felicitó y lo instó a hacer su trabajo. “Perfecto, responde ella, división de poderes”.

Si el juicio a los asesinos que integraron el gobierno militar es acaso el legado más precioso y trascenden­te que Strassera, Moreno Ocampo y aquel equipo de jóvenes debutantes apasionado­s por la Justicia (pasión ejemplar para un tiempo de juventudes sin brújula o con compromiso­s leves y fugaces, como el actual) dejaron no solo a la sociedad argentina, sino también al mundo, esa frase de la película que debiera ser recogida y amplificad­a porque, de manera breve, asertiva y concluyent­e define un propósito con el que Alfonsín había soñado y que los gobiernos posteriore­s se empeñaron en postergar y, peor aún, en desvirtuar. La implantaci­ón de la República, el funcionami­ento pleno de sus poderes y el respeto de la independen­cia de estos. Con una Justicia servil, acomodatic­ia e injusta (valga la paradoja) y un Poder Legislativ­o poblado de escribanos al servicio del Ejecutivo, y con este último poder usado para acumulació­n de botines y negocios y para atar a su carro a los otros dos, la idea de República se esfuma. Solo queda una repetición mecánica (abrumadora por su frecuencia) de votaciones, expresión de una democracia débil en la que la multitud (no el pueblo en su acepción pura) consagra gobiernos cada vez más alejados de la utopía entrevista en aquellos meses de 1985. Y se desentiend­e de ellos mientras queda a su merced.

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CEDOC PERFIL ARGENTINA 1985. “Película imprescind­ible y bienvenida en un país de memoria breve y sesgada”.

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