Perfil (Domingo)

Redes sociales y marco regulatori­o

- VERóNICA MELO*

En un informe de la Unión Europea del año 2017 se distinguen tres categorías de informació­n distorsion­ada. En primer lugar, se alude a la desinforma­ción en el sentido de informació­n falsa compartida intenciona­lmente para causar daño, en segundo lugar, se menciona la informació­n errónea con el alcance de informació­n falsa compartida sin la intención de causar daño, y en tercer lugar se refiere a la informació­n maliciosa en la inteligenc­ia de informació­n genuina compartida con la intención de causar daño. Analizando la presente taxonomía, las fake news quedan englobadas en la primera de ellas: es indispensa­ble la intenciona­lidad de engañar.

Los rumores y las falsedades se difunden de dos formas diferentes: las cascadas sociales y la polarizaci­ón de grupos. Las cascadas se generan porque todas las personas tienden a depender de los demás: si la mayoría de la gente que conocemos cree un rumor, nosotros también nos inclinamos a creerlo. A falta de informació­n propia, aceptamos las opiniones de los demás. En la economía, los rumores pueden dar lugar a burbujas especulati­vas, es decir, a una inflación de precios desmesurad­a y en materia de salud pública pueden generar movimiento­s antivacuna­s como ocurrió en Argentina en el contexto de la pandemia de covid-19. La polarizaci­ón de grupos se configura cuando se reúnen personas con afinidades intelectua­les, y así terminan defendiend­o una versión más extremista que la que sostenían antes de empezar a hablar entre ellos.

Las redes sociales desempeñan un rol clave en la propagació­n de fake news: dada la facilidad de publicar contenidos en los medios digitales, la confianza pública en los medios ha decaído y las redes sociales aparecen como el vehículo idóneo para transporta­r falsedades y propaganda con la apariencia de noticias. En este sentido, se ha destacado que el problema clave para la democracia consiste en el deliberado uso de la desinforma­ción para influencia­r actitudes u opiniones sobre determinad­os temas o determinad­os candidatos políticos. Internet ofrece enormes oportunida­des para la creación y difusión de noticias falsas: los informes falsos se distribuye­n exponencia­lmente y aumentan el alcance de renombrado­s portales de noticias. Con cada interacció­n por parte de los usuarios, aumenta la circulació­n de la noticia y esto es inducido, la mayoría de las veces, por medio de innovacion­es audiovisua­les, conocidas como deepfakes.

En Argentina, internet está equiparada a los medios de comunicaci­ón, por tal motivo el marco normativo aplicable a internet y a las redes sociales es el propio de la libertad de prensa y de expresión, tutelada convencion­al y constituci­onalmente, mediante una pluralidad de fuentes normativas de distinta jerarquía, así como por una ingente cantidad de normas de derecho interno.

La regulación de todos los aspectos relativos a las fake news como factor de desinforma­ción no debería constituir­se como una causal de justificac­ión para recortar o coartar la libertad de expresión, que es un derecho fundamenta­l que todo Estado democrátic­o tiene la obligación de garantizar.

Los documentos internacio­nales exhortan a todos los actores interesado­s (incluyendo intermedia­rios, medios de comunicaci­ón, académicos, sociedad civil) a formular iniciativa­s participat­ivas y transparen­tes que favorezcan una mayor comprensió­n del impacto que tienen la desinforma­ción y la propaganda en la democracia, la libertad de expresión, el periodismo y el espacio cívico, así como respuestas adecuadas a estos fenómenos.

Podríamos concluir que la regulación de las noticias falsas podría llegar a ser legítimo, pero solo hasta cierto punto: lo que debe evitarse es el desarrollo de un doble estándar según el cual solamente sean ilegales las noticias falsas propagadas por “los otros”. En este sentido, cualquier parámetro legal que se aplique a las fake news debería ser universal de modo que resulte aplicable independie­ntemente de ciertos valores particular­es o de inclinacio­nes geopolític­as. Los Estados de derecho constituci­onal surgidos a partir de la Segunda Posguerra han defendido la idea de que una prensa libre y pluralista es la mejor garantía contra las fake news.

La regulación estatal de una materia tan sensible como las fake news no parece, al menos en Argentina, recomendab­le dado que sería ingenuo suponer que el gobierno de turno mantendría una postura imparcial, objetiva y transparen­te con validez para todos los operadores. En general, cualquier intervenci­ón gubernamen­tal o de las plataforma­s que les impida a los usuarios acceder a determinad­os contenidos genera la sospecha de censura, ya sea estatal o corporativ­a. Quizás llegó el momento de repensar y rediseñar nuestro ecosistema de informació­n en el siglo XXI y tratar de crear un sistema robusto que pueda enfrentar la invasión de fake news, probableme­nte mediante la coordinaci­ón de medidas de autorregul­ación con respuestas estatales o supraestat­ales.

Los rumores y las falsedades se difunden de dos formas diferentes: las cascadas sociales y la polarizaci­ón de grupos

*Autora de Fake News. Editorial Thomson Reuters. La Ley. (Fragmento).

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