La quimera de la plata: una historia oral
¿Quiénes construyeron el Río de la Plata?
Autora: María Juliana Gandini Género: ensayo
Otras obras de la autora: La muerte de una estrella; La preparación de la aventura amorosa; Teoría y práctica; Luces de Navidad; Tambor de arranque Editorial: Siglo XXI, $ 4.090
La historiadora María Juliana Gandini consigue en este libro desentrañar la génesis del equívoco que nos parió a todos; a saber, la supuesta existencia de un yacimiento de metales preciosos en el cono sur del llamado Nuevo Mundo, cuestión para nada menor si se considera que ese lapsus linguae histórico motivó los bautismos sucesivos de un río “de la plata”, un virreinato ídem y una nación “argentina”.
Para encontrar la versión original de ese rumor jamás confirmado, Gandini consultó de primera mano los testimonios directos de los exploradores españoles en la primera mitad del siglo XVI (no existía aún una relación de fuerzas que permitiera llamarlos conquistadores), guardados en diversos archivos de ese país: casi un registro de historia oral, más allá de los siglos transcurridos. Así nos enteramos de que la primera versión la dieron dos náufragos de la expedición de Juan Díaz de Solís varados en lo que hoy es Florianópolis, quienes a su vez dijeron haberla oído de marineros portugueses, y que el primero en creerlo fue Sebastián Caboto, quien en rigor había sido enviado al Lejano Oriente pero se dejó seducir por estas habladurías mucho antes de llegar al estrecho de Magallanes. Regresó a España con las arcas vacías, y cuando se vio obligado a justificar ante la Casa de Contratación el cambio de rumbo, argumentó que poseía información fidedigna brindada por los nativos: “Este declarante les mostró oro y dijeron que era de aquello”, adujo a modo de verdad innegable.
La autora desentraña la génesis del equívoco que nos parió a todos; a saber, la supuesta existencia de un yacimiento de metales preciosos en el cono sur del llamado Nuevo Mundo
Quizás el summum del absurdo –es encomiable la sobriedad académica con que lo transmite la autora– tiene lugar cuando un tal Francisco de Ribera, enviado por el adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca a remontar el río Paraguay en busca del metal preciado, apela al oficio mudo: “No halló guaraní con quien pudiese saber o informarse de la tierra, salvo que por señas le dieron a entender cómo de ahí en adelante estaba toda la tierra poblada y era muy rica en oro y plata”, le escribió al rey Carlos I, casi emulando al ya entonces popular relato Disputa por señas, del Arcipreste de Hita. Pero, según consta en actas, incluso los marineros rasos de la expedición testimoniaron con argumentos parecidos, alarmados porque los financistas se negaban a pagarles sueldos adeudados con el argumento de que habían fletado una misión a la China y no al Litoral. Como Foucault a propósito de Edipo rey, la autora destaca aquí la construcción de una verdad a través de los protocolos judiciales. También explica que era una práctica habitual enseñarles alhajas de oro o plata a los nativos para dar a conocer su objetivo, y que la invención de buenas noticias sobre la existencia de los yacimientos era indispensable para contrarrestar la mala fama que arrastraban estas tierras desde la muerte y mentada canibalización de Solís en la banda oriental del Mar Dulce. En suma, el libro narra a personajes con carnadura humana –para bien o mal– y limitados por las prácticas y saberes de su tiempo.