Perfil (Domingo)

Rostros de anónimos

- POR DAMIáN TABAROVSKY

Esta es la primera vez que me gustaría que esta columna tuviera otro diseño, con muchas fotos, y si es posible grandes. Aunque pensándolo bien, si tuviera otra personalid­ad, si fuese un emprendedo­r y no el diletante que soy, ya hubiera llamado al editor del suplemento y le hubiera ofrecido escribir una nota de tapa para que las fotografía­s se pudieran apreciar en su justo valor. Pero no, no lo hice, y aquí estoy, apelando a que los lectores puedan encontrar las fotos en Google. Porque de fotografía trata esta columna; o mejor dicho, de un fotógrafo. De uno de los mejores fotógrafos del siglo XX.

Cuando se hace la lista de los grandes, generalmen­te se piensa en Cartier Bresson, Man Ray, Kertész, Capa. Pero nunca en Enrique Metinides, el más extraordin­ario fotógrafo de policiales latinoamer­icano. Metinides nació en la Ciudad de México en 1934 y murió unos meses atrás, el 10 de mayo, en su casa, rodeado de miniaturas de trenes y ambulancia­s. Durante décadas, El Niño (apodo que recibió porque empezó a fotografia­r a los 12 años) publicó sus tomas en el diario mexicano La Prensa, y en revistas como ¡Crimen y Alarma! modificand­o para siempre lo que entendemos por foto policial. En México tienen una hermosa expresión para designar a la crónica policial: nota roja. Pues el mundo de Metinides está hecho de accidentes, tiroteos, muertos, violencia, pero nada de rojo. En sus fotos prácticame­nte nunca se ve sangre. En una entrevista, dijo: “Me quedó muy grabada una película de cine en la que había una escena de una explosión. El director nunca mostró el edificio en llamas, sino las sombras de estas en los rostros de las personas que observaban”. Y allí se resume buena parte de su estética: poca sangre, pero en cambio mucha presencia de detalles urbanos y rostros de gente anónima. En sus fotos (autos chocados, cuerpos electrocut­ados, tiroteos salvajes) suele haber un grupo de mirones en torno al drama, como un coro de tragedia griega en medio de la megalópoli­s mexicana.

¿Por qué no se piensa en Metinides como uno de los grandes fotógrafos de la historia? Quizá porque, a diferencia de la literatura, la fotografía sigue rumiando en términos de fotos cultas y géneros menores. A ningún crítico literario se le ocurriría hoy decir que la novela policial es un género menor. Pero en fotografía todavía sí. Colocar a Metinides al lado de Cartier Bresson sigue siendo una rareza. De hecho, Weegee –algo así como el equivalent­e neoyorquin­o de Metinides– es quizá más conocido que el mexicano por la fuerza del aparato comercial norteameri­cano (¡De Weegee compré decenas de postales en Nueva York y de Metinides no conseguí ni una sola en mi primer viaje a México!) pero su obra (menos centrada en el hecho policial y con más presencia de la vida cotidiana y de lo social) tampoco aparece en el canon fotográfic­o estándar (con los años, conseguí el único libro de Metinides en una librería de viejos en la Colonia Roma Norte, y varios de Weegee en The Strand).

En Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México, escribe Carlos Monsiváis: “¿Es la nota roja una gran novela colectiva, con episodios culminante­s como hitos de la pequeña historia?”. En esa gran creación colectiva, las fotos policiales de Enrique Metinides ocupan un lugar central. El suyo es el sueño de todo gran artista: ni mejor ni peor: único.

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ENRIQUE METINIDES

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