“Ninguna de mis obras se parece en el enfoque”
El autor teatral y cineasta dirige Mármol, una pieza de la dramaturga irlandesa Marina Carr, que lo lleva a pensar en su vida y su obra.
Mis búsquedas teatrales siempre tienen motivos que van más allá de un texto” dice Oscar Barney Finn, uno de los nombres más vitales y expansivos del teatro y el cine argentinos. Abocado al teatro en sus últimos años, el autor posee obras como Eva y Victoria, La gata sobre el tejado de zinc caliente, La reina de la belleza y ha recibido incluso recientemente el ACE al Mejor Director de Teatro Alternativo por Muchacho de luna. Ahora está a cargo de Mármol, una pieza que según él: “Me inspira y conduce a caminos conocidos y cercanos a la identidad irlandesa. Hace años me dediqué a investigar parte de mis raíces en empecinados viajes que fueron abriendo puertas de una historia familiar y permitiendo la frecuentación de una cultura que no conocía en profundidad. Mucho tuvo que ver las ayudas de Bernard Davenport, un recordado embajador irlandés en Buenos Aires que me oriento ante un vasto paisaje cultural, mi familia con recuerdos y costumbres, la avidez de mis lecturas, y los viajes hacia zonas insospechadas”. Y suma: “Encontrar un paisaje familiar, una casa en ruinas, o lejanos lazos familiares, fueron vibraciones intensas que habían anticipado libros y viajes: Los relatos de Joyce, El farsante más grande del mundo de John Synge, Esperando a Godot de Beckett, El rehén de Brendan Brehan y las primeras obras de Brian Freel, fueron encuentros decisivos que me guiaron a la dramaturgia de fines de los 90, aunque ya en 1965 había abordado la obra de Beckett Play junto al grupo Yenesi y Tato Pavlovsky”.
—Hay mucho de tu recorrido personal ¿cómo se trasladó eso a la adaptación?
—La vida en Irlanda cambió en la década de los 90 y algunos paradigmas fueron dejados de lado por las nuevas generaciones que accedieron al teatro. Los cambios económicos generaron cambios culturales en donde muchos valores de esa sociedad se vieron reflejados en autores jóvenes que expresaban rebeldías y rupturas. Fue allí cuando me topé con Martin MacDonagh y su Reina de la belleza de Leneanne.
—¿Cómo definirías a Marina Carr?
—También fue allí cuando me topé con Carr y sus obras. Los dos formaban parte de lo que se denominó: el teatro irlandés de la era del “Céltic Tiger” y sus estéticas de la destrucción. La experiencia con MacDonagh en mis dos versiones de su obra fueron inolvidables. Quizás esto retrasó la puesta de Marina Carr. La primera obra elegida fue Mujer espantapájaros pero, pandemia mediante, se dejó de lado para encarar Mármol, estrenada en el 2007. Su dramaturgia hoy es una de las voces más atractivas en Irlanda y en algunas de sus obras parte de “míticas clásicas atenienses” como Medea, Hecuba, Yocasta o Clitenmestra, en donde las empodera para ser oradoras transgresoras que discuten como hombres, a pesar que Carr no se considera una escritora feminista, pero asume su rol y su tiempo. Todas estas búsquedas y consideraciones constituyen el entramado y están presentes en la propuesta de este trabajo. Son fuerzas ancestrales que subterráneamente me conducen a plantear esta indagación propuesta por una mujer comprometida con sus realidades. Ella cree que la vida es un trauma y nosotros sobrevivientes, por muy poco tiempo y sin tener idea de cómo será nuestra salida de ese mundo.
—¿Cómo aprovechó para generar una puesta experimental en escena?
—Cada obra es un desafío. Ninguna se parece en el enfoque. Aquí, hay una forma ascética de construir el mundo de dos parejas. De componer como una partitura de cámara en donde estamos como en un continuo primer plano minimalista, pero que se encapsula dramáticamente a partir de un planteo inicial con tono de comedia.