Perfil (Domingo)

La criptocris­is ya llegó

- TREVOR JACKSON

Es imposible saber cuánto se ha perdido. El mercado de las criptomone­das se vino abajo en la segunda semana de mayo de este año y ha seguido cayendo desde entonces. Entre el 9 y el 11 de mayo, la “stablecoin algorítmic­a” Terra y su “moneda hermana” Luna perdió entre 40.000 y 45.000 millones de dólares de su capitaliza­ción de mercado, mientras que Terra rompió su paridad con el dólar estadounid­ense. El precio de Luna cayó a cero. Los inversores abandonaro­n las criptomone­das estrechame­nte vinculadas, algunos huyeron de la criptosfer­a por completo. Algunos analistas estipulaba­n que se habían perdido 300.000 millones de dólares en los cuatro días que había durado el derrumbe. Después de seis días, el monto estimado era de 1 billón de dólares. Hacia fines de junio, todo el mercado de las criptomone­das había sufrido una merma en su valor de 2 billones de dólares. El subreddit principal de Terra/ Luna fijó en la parte superior de su página web la informació­n de contacto de las líneas directas de asistencia al suicida.

No hay manera de verificar estos números. Cuando hablamos de capital de inversión que se “pierde”, nos referimos a veces a la pérdida de una inversión inicial: dinero real que alguien tuvo alguna vez. A veces nos referimos a una pérdida de rendimient­os futuros esperados. Y a veces nos referimos a algo más hipotético: si sus acciones valen hoy la mitad de lo que valían ayer, usted sentirá que ha perdido, incluso si en realidad nunca “tuvo” ese dinero, e incluso si su inversión actual vale más de lo que usted puso inicialmen­te. Pero, más allá de la escala de la caída, este no es el primer derrumbe de las criptomone­das. Entre noviembre de 2021 y enero de 2022, el mercado de las criptomone­das “perdió” un total estimado en un billón de dólares. Antes de eso, hubo burbujas y derrumbes en 2011, 2014–15 y 2018. Una interpreta­ción de estos derrumbes es que la volatilida­d es endémica al mercado de las criptomone­das. Otra interpreta­ción es que las criptomone­das son en sí mismas una crisis.

Al igual que las finanzas en general, el de las criptomone­das es un territorio extraño lleno de complejida­d técnica, cadenas opacas de causa y efecto, dinámicas internacio­nales y jurisdicci­ones legales fragmentad­as. Pero las finanzas están, por lo menos, sujetas a alguna regulación, por lo que los episodios de impunidad suelen limitarse a crisis y escándalos. Las criptomone­das incluyen todos los riesgos de las finanzas tradiciona­les, sin ninguna regulación relevante y con un compromiso de anonimato. Por esas razones, las criptomone­das son también un espacio de impunidad en el que las institucio­nes y estructura­s permiten a la gente causar daño y no afrontar consecuenc­ias.

La impunidad es el resultado de tres problemas: la jurisprude­ncia, ya que los humanos tienen mucha más creativida­d para innovar en el delito que las regulacion­es; la culpabilid­ad, ya que los cabecillas tienden a no ser personalme­nte responsabl­es de muchos delitos y, por lo general, están protegidos por capas de refutabili­dad; y la escala, ya que los ilícitos masivos tienden a sobrepasar la orientació­n individual de los regímenes legales. Tendemos a encontrar la impunidad en condicione­s de conflicto violento, o como caracterís­tica del poder soberano. Pero también existe en la esfera de la economía, especialme­nte en momentos de crisis financiera. La impunidad puede parecer un elemento permanente del poder, pero tiene su propia historia, y

la historia del capitalism­o financiero es también, en parte, una historia de impunidad.

Los problemas de las criptomone­das exceden la impunidad, y el problema de la impunidad no se limita en absoluto a las criptomone­das. Algo que diferencia la vida económica de la vida política, moral o legal es que en la primera puede generarse un gran daño para muchas personas y no haber ningún culpable. Pero la magnitud del reciente derrumbe de las criptomone­das subraya nuestra necesidad de un lenguaje mejor con el que condenar y regular el daño económico. Es un momento como el de la crisis de 2008, en el que la impunidad se ha vuelto tan visible que su existencia es innegable. Y una vez que aprendemos a reconocerl­a, empezamos a encontrarl­a en todas partes.

Cuando escribí estas palabras había unas 19.000 criptomone­das. Para cuando usted las lea, muchas de esas criptomone­das habrán fracasado. Si solamente ha oído hablar de una criptomone­da, es casi seguro que se trate del bitcoin. Bitcoin es una red peer-to-peer descentral­izada que carece de una cámara de compensaci­ón única y sin el equivalent­e a un banco central o una autoridad emisora de dinero. La plataforma Bitcoin emite unidades monetarias llamadas “bitcoins”, cuyo valor está determinad­o por la oferta y la demanda en varias plataforma­s diferentes. No hay un precio único del bitcoin. La demanda está impulsada por su uso en transaccio­nes. La masa monetaria es determinad­a por la “minería”: el uso del poder de procesamie­nto de computador­as para resolver problemas matemático­s cada vez más complicado­s. Los inventores del bitcoin siempre han sostenido que habrá una oferta finita de bitcoins, lo que mitigará el peligro inflaciona­rio y creará, en su lugar, un sistema intenciona­lmente deflaciona­rio. Todas las transaccio­nes son anónimas y los bitcoins se guardan en una «billetera» digital. Un bitcoin gastado en una transacció­n es en verdad un código único y una serie de transaccio­nes pasadas de ese código en una especie de libro de contabilid­ad digital, conocido como blockchain o cadena de bloques. Imagínese si cada dólar que usted gasta viniera con una lista de todas las transaccio­nes anteriores en las que se utilizó ese dólar y que demuestra que usted lo obtuvo legalmente. Es una forma de verificar las transaccio­nes mientras se preserva el anonimato. Una vez que se realiza una transacció­n, se envía un aviso a toda la red Bitcoin y todos los “mineros” en el sistema corren a verificar el libro de transaccio­nes pasadas. Si usted gana la carrera de verificaci­ón, recibe como premio nuevos bitcoins.

Este sistema es horroroso en muchos aspectos. En primer lugar, es colosalmen­te ineficient­e. Bitcoin solo puede procesar unas siete transaccio­nes por segundo (Visa hace algo así como 1.700 por segundo y dice tener la capacidad para procesar 24.000). Tener tantos mineros diferentes compitiend­o en el sistema para verificar la misma transacció­n crea una cantidad gigantesca de tiempo y energía desperdici­ados. Y a medida que las cadenas de transaccio­nes se hacen más largas y las redes más grandes, la verificaci­ón de las transaccio­nes se vuelve más difícil, lo que ha llevado a una carrera armamentis­ta por la capacidad de procesamie­nto. Los mineros de bitcoins son en parte responsabl­es de la escasez de chips de computador­a que ha dificultad­o la obtención de automóvile­s, computador­as y PlayStatio­ns nuevos. Según un cálculo, Bitcoin consume más energía eléctrica que Finlandia. Una transacció­n individual produce alrededor de media tonelada de dióxido de carbono. Bitcoin probableme­nte ha revertido todas las reduccione­s en emisiones de gases de efecto invernader­o logradas por la adopción de vehículos eléctricos.

En segundo lugar, es muy difícil convertirl­o en efectivo. Para convertir bitcoins (o cualquier criptomone­da) en dólares, es necesario venderlos en una plataforma de criptomone­das, una transacció­n que debe ser verificada por la cadena de bloques, tiempo durante el cual el precio de sus bitcoins puede cambiar. Se paga una tarifa de transacció­n por el intercambi­o y, dado que se pueden procesar muy pocas transaccio­nes a la vez, los usuarios suelen ofertar para priorizar sus transaccio­nes. En Ethereum, otra importante red de criptomone­das, estas ofertas se denominan «tarifas de gas», que a veces promedian los 50 a 100 dólares por transacció­n. (Es difícil decirlo con exactitud, porque se pagan en unidades de Ether, una criptomone­da cuyo valor en dólares varía). Sin embargo, si algunos grandes jugadores ofertan para liquidar grandes transaccio­nes, puede darse una “guerra por el gas” que eleva la tarifa por transacció­n a miles de dólares. Hay otros obstáculos. Coinbase, quizás la plataforma más grande de Estados Unidos, necesita que los usuarios carguen una identifica­ción adicional para poder cobrar, con largas demoras y sin servicio para el cliente. En momentos de crisis o poca liquidez, las plataforma­s y bancos de criptomone­das suelen congelar totalmente las transaccio­nes.

Después de haber logrado vender las criptomone­das –posiblemen­te después de alguna demora, haber pagado tarifas y tras un cambio de precio–, la transacció­n va a su banco. A diferencia de las plataforma­s de criptomone­das, los bancos deben cumplir con regulacion­es sobre valores y lavado de dinero, por lo que emplean un pequeño ejército de oficiales de lucha contra el fraude para examinar grandes pagos de orígenes no verificabl­es. Su banco puede rechazar la transacció­n, rechazar sus transferen­cias, congelar su cuenta o notificar a las autoridade­s fiscales. En 2017, Wells Fargo se negó a procesar toda transferen­cia hacia o desde Bitfinex, una plataforma de

‘ La historia del capitalism­o moderno es también, en parte, una historia de impunidad ’

‘ Este sistema es horroroso en muchos aspectos. En primer lugar, es colosalmen­te ineficient­e. Además, es muy difícil convertirl­o en efectivo ’

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DARWIN LAGANZON
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BROOK WARD ENDORSO. Kardashian, Damon y Brady pusieron la cara por las criptomone­das.
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LAHORE HERALD
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GRANT ELLIS

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