“Hable”, “Diga”
¿HOLA? Entre las tantas formas de atender el teléfono (“Hable”, “Bueno”, “Diga”, “Mande”, etc.), la más frecuente, y acaso la más persistente, ha sido y sigue siendo “¿Hola?”. No “Hola”, sino “¿Hola?”; es decir, no un saludo, sino una pregunta. Se trata claramente de la función fática que definió Roman Jakobson, esa en la que el lenguaje se utiliza para verificar que el canal de la comunicación esté en efecto funcionando. De hecho, si se produce una interferencia en la línea o se teme que la comunicación pueda haberse cortado, esa fórmula reaparece: “¿Hola? ¿Hola?”, y no se trata de saludarse. El dato es que las conversaciones telefónicas empiezan ritualmente así, diciendo “¿Hola?”, deteniéndose antes que nada en el propio canal de la comunicación, constatando una y otra vez, y antes de empezar la conversación propiamente dicha, que el canal efectivamente está y que anda perfectamente bien. Como si un resto de asombro ante el hecho mismo de que el teléfono exista no pudiese sino aflorar ante cada llamado y ante cada respuesta, como si cada conversación telefónica no pudiese sino verse antecedida por una especie de homenaje implícito ante el prodigio, nunca asimilado del todo, de poder hablar con otro aunque el otro no esté ahí.
SUJETOSYTECNOLOGÍAS ¿En qué sentido? En el sentido que trazó Walter Benjamin, a propósito de la noción de “aura”, por ejemplo, en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica,o a propósito del “arte de contar historias”, en El narrador: detenerse a pensar aquello que está, no perdido, sino perdiéndose; en declinación o en crisis; “en trance de desaparecer”. Y también en el sentido en que el propio Benjamin examinó la manera en que una nueva tecnología (desde la iluminación a gas en las calles hasta la proyección de películas en el cine, pasando por los bombardeos aéreos en el frente de guerra) fundaba un nuevo tipo de percepción y, con eso, un nuevo sujeto; constituía un nuevo sujeto y, con eso, un nuevo espectro de relaciones sociales. En la línea en que Georg Simmel había advertido que, con la invención del tranvía, por primera vez en la historia humana ocurría que dos personas que no iban a hablarse se miraban largamente cara a cara. Un nuevo medio de transporte habilitaba, de por sí, un nuevo sujeto y una nueva mirada, una forma inédita de vincularse con los otros. ¿Y qué otra cosa supuso ese invento genial que Bell patentó en 1876, sino una nueva manera de hablar y de escuchar y, por ende, otro sujeto de enunciación y otro sujeto de recepción, otro régimen de discurso posible, un tipo de conversación que hasta entonces no existía? Pero es eso precisamente, el hábito de la conversación telefónica, lo que parece haber entrado en declive, acaso en trance de desaparecer.