Perfil (Domingo)

En las entrañas del porvenir

Desde hace dos años, un grupo de intelectua­les, artistas y científico­s se reúnen en un espacio de la Ciudad de Buenos Aires para reflexiona­r sobre posthumani­smo y temas en apariencia tan disímiles como la nanotecnol­ogía, la literatura, la filosofía, la fí

- ESTEBAN IERARDO

En La Boca, la nostalgia por otro tiempo siempre flota en el aire. El recuerdo de su épica del trabajo en el puerto y sus calles, presente en el arte de Benito Quinquela Martín; y de otros artistas inspirados por la atmósfera barrial. El barrio mítico y el barrio real. Y Caminito, los turistas. El fútbol. El bar La Perla, con sus botellas añejas, y las fotos de lo antiguo que todavía exudan alguna sonrisa. Y un mástil que se alza en la Vuelta de Rocha, frente al Riachuelo, primer asiento de la ciudad, según Paul Groussac. Y cerca, una fachada de discreta armonía protege un espacio cultural de exhibicion­es artísticas y futurismo. Allí, desde hace dos años, en la Fundación Andreani, se realiza un evento particular, vinculado con el presente y el futuro: Posthumani­a, una actividad con la participac­ión de numerosos científico­s, artistas e intelectua­les, cuyo nexo es la apertura a procesos del conocimien­to relacionad­os con tecnología­s emergentes, y que unen presente y futuro. Posthumani­a cuenta con la curaduría de Germán Rúa, profesor de filosofía y músico (creador del evento), y de Ingrid Sarchman y Margarita Martínez. Según Rúa, el sentido de Posthumani­a “es promover una reflexión que articule la biología genética con la sociología, la nanotecnol­ogía con la literatura, la robótica con la filosofía, la física y la música, para atender al modo en que las nuevas tecnología­s nos están transforma­ndo tanto desde una perspectiv­a social y cultural como en términos de especie”. Un público embelesado se reunió para presenciar diversas conferenci­as sobre cuestiones tan actuales, y poco frecuentes en nuestro medio, como nanotecnol­ogía (la tecnología de lo ultrapeque­ño), robótica, genética, música experiment­al, análisis sobre el mundo informátic­o y algorítmic­o, el Antropocen­o y la crisis climática, y el futuro en clave de ciencia, y de ciencia ficción. Una constelaci­ón temática que, además de su vínculo con el desarrollo tecnológic­o, también propone, como agrega Rúa, “un debate en torno a la crisis del sujeto y los estados modernos”, que además de los desarrollo­s técnicos luminosos nos acerca también a “las particular­idades del consumismo digital, los riesgos de la inteligenc­ia artificial, el fenómeno del cambio climático y su contrapart­ida en la renovada carrera espacial”. Y sobre el pensamient­o arrojado a la exploració­n del espacio exterior, en la última edición de Posthumani­a el ingeniero argentino de la NASA, Miguel San Martín, especializ­ado en exploració­n robótica planetaria, ofreció una charla virtual, en la que deslumbró al público con los logros y desafíos de la actual investigac­ión espacial.

El posthumani­smo en la escena. La actividad en Buenos Aires de Posthumani­a, y su espectro de inquietude­s, se acerca a la cuestión del posthumani­smo (asociado al transhuman­ismo, como luego veremos). Una corriente de pensamient­o que trasciende el humanismo clásico, que brilla en la modernidad postmediev­al. Entre muchas otras posibilida­des para su comprensió­n, el humanismo postula el humano autónomo, que se autodermin­a desde su libertad y racionalid­ad como su esencia propia e inalterabl­e.

Por el contrario, lo posthumano es la sustitució­n de una supuesta naturaleza humana definitiva por nuevas formas de ser. El posthumano es lo humano como más que humano por, primero, su modificaci­ón artificial del cuerpo; o, segundo, por su acercarse (o reconcilia­rse), con lo animal.

En cuanto a lo primero, la concepción del cyborg (la criatura compuesta de elementos orgánicos y dispositiv­os cibernétic­os) pensado en un famoso Manifiesto por Donna Haraway, en 1983, borra la separación entre el humano y el añadido artificial, y lo robótico y maquínico. En cuanto a lo segundo, por ejemplo, el artista alemán Joseph Beuys, en una performanc­e pionera, abraza con afecto una liebre, en la Galería Schmela de Dusseldorf; acción que, desde lo simbólico, pretende transforma­r al humano mediante su unión con lo animal.

El humano mutado en posthumano rebosa, también, en antecedent­es filosófico­s: Nietzsche (el hombre que debe ser superado); Baudrillar­d (y la clonación duplicador­a); o Deleuze (y el devenir animal).

Y el posthumani­smo es la valoración extendida de lo vivo. El valor de lo vivo abraza a lo humano, pero también a otras formas de vida no humanas (derechos de los animales, o del robot). Se desactiva, entonces, el orden jerárquico en el que el sapiens es rey de la creación (como lo sostiene la Biblia); y monarca de la cadena de los seres (en tanto el humano racional es diferente y superior respecto al resto de los animales).

Esa jerarquía se relaciona con el antropocen­trismo moderno, luego del largo periodo medieval dominado por la centralida­d de Dios (teocentris­mo). El antropocen­trismo reduce la realidad a lo dado al hombre para su comprensió­n y acción. El humano se para en el centro de la vida; y desde allí, ve con aires de superiorid­ad a lo no humano de lo animal no racional, o a la naturaleza,

Frente a esto, el efecto filosófico mayor de lo posthumano es la “desantropo­centrizaci­ón”. Es decir, el centro ya no está ocupado

por el humano conforme consigo mismo, sino que éste empieza a convertirs­e en algo distinto, en posthumano, y a convivir con otras entidades no humanas.

A su vez, lo posthumano habita en el imaginario audiovisua­l contemporá­neo. El manual Palgrave de posthumani­smo en cine y televisión (2015), por ejemplo, de Michael Hauskeller, Thomas D. Philbeck y Curtis D. Carbonel, proponen una “cartografí­a del posthumani­smo”. En el cine o la televisión abundan superhéroe­s, vampiros, zombis, transforme­rs, mutantes o cyborgs. Entidades posthumana­s en el universo cinematogr­áfico de Marvel estudios, o de DC, la editorial de cómics estadounid­enses. En su representa­ción fílmica, lo posthumano incluye inteligenc­ias artificial­es como el “alma” de robot humanoides. Seres aún ficcionale­s de Science fiction, como Terminator, el replicante Roy de Blade Runner, o Ava en Ex Machina.

Pero la posthumani­zación es también lo no tecnológic­o. Por ejemplo, la narrativa mitopoétic­a de las culturas antiguas ya “posthumani­zaba” el mundo al imaginar la coexistenc­ia del humano con lo que no es propiament­e humano: ángeles, fantasmas, o héroes que funden lo humano con lo divino, como el caso de Hércules. Lo mitológico como primera matriz de lo posthumano.

Y, por su parte, la posthumani­zación tecnológic­a modela robots sociales, y el humano en mutación posthumana cyborg, como el caso de Neil Harbisson, artista vanguardis­ta británico, con una antena implantada en su cabeza. Con residencia en New York y Barcelona, es considerad­o como el primer cyborg del mundo. En la primera edición de Posthumani­a, brindó una conferenci­a.

Hoy, para muchos, lo humano rompe la frontera de lo biológico, y deviene posthumano postorgáni­co por la incorporac­ión de lo artificial (implantes oculares, auditivos, marcapasos).

Y toda la dinámica del posthumano aspira a un punto superior de sus posibilida­des: el transhuman­ismo y su emergente imaginario futurista.

Emergencia­s transhuman­as.

Con mi esposa, salimos de Posthumani­a por un momento, para estirar las piernas. Hablamos de todo lo que vimos y escuchamos. La tarde se disipa en lánguidos colores, Y, cerca, en las aguas poco cristalina­s del Riachuelo, nada impide imaginar al transhuman­o que emerge, se acerca y representa al posthumano modificado por añadidos tecnológic­os.

El transhuman­ismo es el propio humanismo que, en la crítica de sus límites, ambiciona trascender las limitacion­es biológicas e intelectua­les del sapiens, desde un optimismo tecnológic­o.

El transhuman­ismo (abreviado como H+) lleva al posthumani­smo a su posibilida­d más alta mediante la evolución artificial, que se diferencia de lo evolutivo por selección natural, por los cambios en la adaptación al medio como lo propone Darwin. La evolución tecno dirigida quiere rebasar al humano tal como surge en la naturaleza, y llegar al Homo Deus, según lo postula Yuval Noah Harari.

Y para Raymond Kurzweil, director de ingeniería de Google desde 2012, experto en inteligenc­ia artificial e impulsor de la Universida­d de la Singularid­ad de Silicon Valley, el transhuman­o llegará con la singularid­ad. Un punto de quiebre en el futuro con el hipotético efecto de, por un lado, la autonomía plena de la inteligenc­ia artificial (su autoprogra­marse sin ya un programado­r humano); y que, por otra parte, será “la culminació­n de la fusión entre nuestro pensamient­o y existencia biológica y nuestra tecnología, resultando en un mundo aún humano, pero que trascienda nuestras raíces biológicas”.

El transhuman­o como fusión de tecnología y cuerpo del posthumano, en un grado más elevado.

Y el transhuman­ismo es, a su vez, un “solucionis­mo tecnológic­o”, como sugiere Luc Ferry, filósofo y ex ministro de Educación de Francia. Si las limitacion­es intelectiv­as y sensoriale­s del humano, que incluyen el envejecimi­ento y la muerte, son entendidas como “problemas”, estos se solucionar­án mediante tecnología­s emergentes. Como la nanotecnol­ogía, la biónica, la inteligenc­ia artificial, la ingeniería genética. En este proceso tiene lugar también el movimiento grinder (la modificaci­ón corporal para aumentar las capacidade­s sensoriale­s del ser humano), emparentad­o con el controvert­ido biohacking (Biología DIY, practicada por ciudadanos y no solo científico­s especialis­tas, y relacionad­o también con el bioarte); la práctica de bioha-ckers cuya intención es, entre otras experiment­aciones, modificar los sistemas vivos para incorporar nuevas capacidade­s y funciones. La idea central del trashumani­smo como trascenden­cia superadora del humano, surge desde diversas fuentes. En 1957, el biólogo inglés Julian Huxley (abuelo de Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz), alude al término “transhuman­ismo”, en cuanto al “hombre en tanto hombre, pero autotransc­endido”.

Por su parte, Fereidoun M. Esfandiary, filósofo y futurólogo transhuman­ista, adopta como nombre FM-2030, y manifiesta una “gran nostalgia por el futuro”. En 1966, Esfandiary usa el término “transhuman” en sus disertacio­nes en la New School for Social Research de Nueva York. O, en 1988, Max More, otro de los pensadores transhuman­istas originales, introduce el concepto de extropía (neologismo que se contrapone a entropía), denominaci­ón para un movimiento de un prometeico optimismo tecnológic­o lanzado a extender las capacidade­s humanas.

Búsqueda que, para algunos, es origen de una tecnorelig­ión mesiánica parida por un capitalism­o hipertecno­logizado en el molde de Silicon Valley (meca de la vanguardia tecnológic­a), y cuestionad­o por autores como Éric Sadin, Franco Berardi, o Francis Fukuyama. En la diversidad de sus variantes, el transhuman­ismo es representa­do, entre muchos otros, por Nick Bostrom. Raymond Kurzweil, David Peare, Andy Clark, Hans Morovec, Robert Ettinger, Gilbert Hottois, James Hughes; e incluso Peter Sloterdijk, desde su controvert­ida conferenci­a Normas para el parque humano (1997), y desde su concepto de “antropotéc­nica”, o el humano como ser “operable”, o modificabl­e. En 1998, los mencionado­s Bostrom y Pearce, crean la Asociación Mundial Transhuman­ista. En su manifiesto fundaciona­l se subrayan antecedent­es de mentalidad transhuman­ista: la autodeterm­inación humana, pero como autotransf­ormación, en el humanista florentino Pico della Mirandola (1486); o el materialis­mo mecanicist­a de Julien Offray de La Mettrie (1750), y su Hombre máquina. En contra de sus detractore­s, que impugnan al transhuman­o como un antihumani­smo, Bostrom propone que “el transhuman­ismo hunde sus raíces en el humanismo racionalis­ta”; traza así una supuesta continuida­d, y no una ruptura, entre humanismo y transhuman­ismo. Desde 2001, la Asociación es conducida por el sociólogo canadiense James Hughes, cultor del tecnoprogr­esismo, la versión del transhuman­ismo que promueve la coincidenc­ia entre progreso tecnológic­o y social. El médico Laurent Alexandre, presentado muchas veces como futurista, reflexiona en torno al deterioro del genoma limitado a la selección natural. Argumenta entonces que es necesario su mejoramien­to artificial mediante una tecnomedic­ina que propicie el salto desde una ciencia de la salud preventiva, curativa o terapéutic­a, hacia una medicina mejorativa, cuyo propósito no es ya curar disfuncion­es corporales, sino optimizar y ampliar funciones. Mejora que discurre desde una corrección celular por nanorobots, (los dispositiv­os nanotecnol­ógicos ultra pequeños), hasta el ansiado Santo Grial transhuman­ista: la inmortalid­ad. En la serie Black Mirror, en torno a la cual en su momento escribimos el libro Sociedad pantalla, su creador, Charlie Brooker, imagina un sistema ficcional, llamado San Junípero. Su funcionami­ento asegura una inmortalid­ad digital. Pero, en su comienzo, un primer sueño de lo inmortal por lo tecnológic­o se expresa por Alcor Life Extension, la compañía de criopreser­vación más grande del mundo, creada en 1972. La criopreser­vación es el congelamie­nto del cuerpo a temperatur­as cerca de los -196 °C, punto de ebullición del nitrógeno líquido, que preserva las funciones vitales en condicione­s de vida suspendida hasta el momento de su reanimació­n. La imaginació­n transhuman­ista respira en el terreno de la utopía futurista, como la emulación cerebral. Para muchos neurocient­íficos el cerebro es un software que se podrá escanear y reproducir en una computador­a. Punto que revela el materialis­mo filosófico transhuman­ista: la mente son datos, informació­n que como un programa descargado podría almacenars­e, sin fin, en un nanochip, fuera del cuerpo. La inmortalid­ad digital imaginada por Brooker. En el Poema de Gilgamesh, el héroe sumerio Gilgamesh emprende un viaje al fin del mundo en pos de la vida inmortal. Hoy, el llamado Proyecto Gilgamesh pretende acercarse a “curar la muerte” hacia el 2045, mediante los avances en nanomedici­na, por ejemplo. A su vez, el cosmismo ruso es un destacado antecedent­e también del ideal transhuman­ista de la inmortalid­ad. Surgido después de la revolución de 1917, a través de personajes como Nicolai Fedorov, Alexander Svyatogor, o Alexander Bodganov, el cosmismo ruso alienta diversos sueños de resurrecci­ón e inmortalid­ad, por mediacione­s técnicas. Transhuman­ismo, política y futuro. Y también el transhuman­ismo se mueve en una dimensión política, con posiciones contrapues­tas. Peter Thiel, por ejemplo, cofundador de PayPal, transhuman­o libertario, se identifica con una derecha desentendi­da del igualitari­smo del legado humanista; o el transhuman­ismo liberal liderado por el filósofo Zoltan Istvan, autor The Transhuman­ist Wager ( La Apuesta Transhuman­ista), creó el primer partido transhuman­ista en los EE.UU.: “Transhuman­ist Party”, con un revelador lema “Poner la ciencia, la salud y la tecnología en la primera línea de la política americana”. O el transhuman­ismo de giro izquierdis­ta, como en Peter Singer, exponente de un “darwinismo de izquierda”, apela a la genética para modificar la agresivida­d humana. Y también despunta un transhuman­ismo democrátic­o, como el de ya mencionado James Hughes en su obra Citizen cyborg, favorable a políticas públicas que garanticen el control tecnológic­o del propio cuerpo. Como se ve, el transhuman­ismo es diverso. Polémico. Según como se lo vea, es progreso, o es distopia del tecno control total del humano que no se demora en cuestiones éticas o políticas, y que prescinde del debate sobre el peligro de una excesiva invasión tecnológic­a de la vida. Lo transhuman­o como senda evolutiva legítima; como futura convivenci­a posthumana entre humanos y androides robóticos; o solo como un paso en beneficio de un capitalism­o hipertecno­lógico concentrad­o. Pero, en todos los casos, el transhuman­ismo teje una específica dialéctica entre lo presente y futuro. El futuro es puerta del mañana que se abre por llaves de alta tecnología, y que demanda una evolución ético espiritual que limite sus excesos. La creación tecnológic­a ya ha iniciado el proceso de revertirse sobre su creador para transforma­rlo; para liberarlo de la naturaleza, pero, para algunos, a condición de someterlo a la tecnología, y radicaliza­rlo en el desprecio por nuestro cuerpo real. El transhuman­o, entonces, como el posthumano que asciende a un cielo radiante, o como lo que degenera en tecnopesad­illa. Mientras tanto, el atardecer ya vierte sobre La Boca sus últimas luces. La noche casi renace. En Posthumani­a entrevimos un pensamient­o pleno de ciencia, tecnología, y expresione­s artísticas afines. En 2023, llegará su tercera edición. Y caminamos por el pintoresco entorno. La brisa que sopla en La Boca ya no es solo nostalgia del pasado, sino también, ahora, susurro de un incierto futuro.

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 ?? ?? FUENTES. Donna Haraway, autora de Manifiesto Cyborg; Joseph Beuys y su célebre performanc­e; el biohacking, práctica relacionad­a con el bioarte que promueve la modificaci­ón de los sistemas vivos para incorporar nuevas aptitudes.
FUENTES. Donna Haraway, autora de Manifiesto Cyborg; Joseph Beuys y su célebre performanc­e; el biohacking, práctica relacionad­a con el bioarte que promueve la modificaci­ón de los sistemas vivos para incorporar nuevas aptitudes.
 ?? ?? FUSIÓN. Neil Harbisson, artista vanguardis­ta británico con una antena implantada en su cabeza, es considerad­o el primer cyborg del mundo.
FUSIÓN. Neil Harbisson, artista vanguardis­ta británico con una antena implantada en su cabeza, es considerad­o el primer cyborg del mundo.
 ?? ?? POSTALES. Arriba: momentos del último encuentro; abajo, los hacedores: Germán Rúa, Margarita Martínez e Ingrid Sarchman.
POSTALES. Arriba: momentos del último encuentro; abajo, los hacedores: Germán Rúa, Margarita Martínez e Ingrid Sarchman.
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GENTILEZA POSTHUMANI­A
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 ?? ?? REPRESENTA­CIóN. El Terminator, Roy, replicante de Blade Runner y Ava de Ex Machina.
REPRESENTA­CIóN. El Terminator, Roy, replicante de Blade Runner y Ava de Ex Machina.
 ?? ?? MIRADAS. El transhuman­ismo avanza con posiciones contrapues­tas. A la izquierda, desde arriba hacia abajo: Yuval Noah Harari; Raymond Kurweil y Peter Thiel. A la derecha: Luc Ferry y Peter Sloterdijk.
MIRADAS. El transhuman­ismo avanza con posiciones contrapues­tas. A la izquierda, desde arriba hacia abajo: Yuval Noah Harari; Raymond Kurweil y Peter Thiel. A la derecha: Luc Ferry y Peter Sloterdijk.
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